Entró en el invernadero, miró la cúpula y la luz que entraba por los cristales le deslumbró. Allí en la soledad de la sala en tonos verdes, lleno de plantas sentía que la soledad era su mejor aliada, el arma para recomponer el puzle emocional que tenía.
Observó con sutileza los colores y le hizo recordar a distintas personas. Cada color le trasladaba a una situación, a un recuerdo o momento especial, o no tanto. Las evocaciones no siempre son agradables, pero no podía dejar de pensar en ellas. Al fin y al cabo pensó que incluso las malas experiencias le habían dado personalidad y experiencia.
Recordó el tópico de verde esperanza, sonrió, pero al enfocar su mirada en un verde manzana su mente viajó hacia su infancia, a olores de inocencia y a la edad de su crecimiento, manteniendo su expresión. Al lado tenía una planta con un verde lima, que le impactó, pero negativamente, retirando su mirada de esa planta, es como si la negatividad le invadiese y su rostro se nubló.
Cerró los ojos y pensó en ese verde mar que tan bien le hacía y ahí es cuando lo asoció con todas las personas que estaban en su vida y permanecían, dándole paz; a lo lejos vislumbraba un verde broto que le recordaba al resto.
Decidió volver a la realidad y quedarse con esa visión del invernadero en positivo, total todas las tonalidades existía en la jungla de vida, había que enfrentarse a ella y así lo hizo. Abrió la puerta y encaró la realidad tal como venía, fuera de la jaula de colores, con sus claros y oscuros.