¿Y qué hago yo con el espantapájaros? Porque solo tengo eso: un espantapájaros en mitad de un bancal de lechugas que ha cumplido su misión ahuyentado a los voraces pajarillos que se alimentaban de ellas. Es lo que tiene perder la inspiración. Acostumbro a llevarla siempre conmigo, pues si me desprendo de ella, aunque sea por unas horas, luego no recuerdo dónde la he puesto. Y, sin embargo, aun sabiéndolo, la he dejado en casa para ir a la obra (sí, estoy de albañil), pues el ruido de la machota y de la máquina de disco, el polvo del derribo, de la arena y del cemento no le sientan nada bien, y al regresar, tras la dura jornada de trabajo, estoy demasiado cansado para buscarla. Así que, aquí estamos mi espantapájaros y yo sin saber qué camino tomar. Sí me he dado cuenta de que cada día que pasa quedan menos lechugas en el bancal, y los pajarillos no han sido, pues no queda ni uno, y que al espantapájaros lo veo más gordo y más verde. Ahí podría haber una historia… si consiguiera recordar dónde guardé la inspiración.
