A menudo, las relaciones personales son fuente de conflicto y contradicción, ya que en sus entresijos coexisten multitud de personalidades y el azar presenta una gran variedad de circunstancias a las que hacer frente en el día a día. Todo ello conforma un conglomerado de acciones, actitudes, hábitos y normas no escritas que han de encajar para lograr una cierta homeostasis. Si aludimos a la percepción visual de una línea recta, los vínculos, por muy estables y duraderos que lleguen a ser, desbaratan el recorrido con picos, curvas, nudos y filigranas de todo tipo.
En el comienzo fue el Caos y los griegos lo plasmaron a la perfección en su mitología. Con ella consiguieron acercar a los dioses al mundo de los mortales y, aunque sus historias resulten culebrones disparatados en muchas ocasiones, hay familias tan disfuncionales –pero respetables- como las de los habitantes del Olimpo. A Hera y a Zeus no sólo los vinculaba el matrimonio, ya que también eran hermanos. El padre de ambos fue Cronos, que engullía a sus hijos en cuanto nacían para evitar una profecía: que alguno de ellos lo derrocara. Esto puede sonar ridículo en la actualidad, pero sólo hay que apartar los prejuicios hacia el pasado y plantearse si Lacan tenía o no razón sobre el origen de muchas neurosis y psicosis.
Todo ello y mucho más podemos encontrarlo en una obra de teatro publicada en los años ochenta, cuya autora es la dramaturga cordobesa (nacida en Puente Genil) María Manuela Reina Galán. Nacida en 1958, cursó Filosofía hasta que se decidió por la escritura literaria. Se le reconoce como la primera mujer ganadora del premio de la Sociedad General de Autores de España (SGAE), por “El navegante”, en 1983. Y éste no fue el único, ya que varias de sus obras gozan de otros reconocimientos, como “Tarde de domingo”, “El silencio”, “El llanto del dragón” y “Lutero o la libertad esclava”. No obstante, sus títulos son numerosos y, entre ellos, destacamos “La cinta dorada”, estrenada en Madrid en el Teatro Marquina (1989) y, posteriormente, en el Gran Teatro de Córdoba (1990).
En su introducción, la autora menciona que en los eventos familiares –imaginemos cumpleaños, cenas de Navidad, bodas, bautizos y comuniones- “siempre existen agazapadas dos historias”[1]REINA GALÁN, María Manuela. 1989. La cinta dorada. Madrid: Ediciones MK, p. 7: la pretérita, que conduce a ese momento, y la futura, que se desarrollará dependiendo de cómo transcurra el acontecimiento al que hacemos alusión. Es difícil que en esas reuniones, a pesar de desarrollarse en entornos de ensueño o donde los participantes han sido felices, no salgan a relucir rencillas o temas incómodos que no han logrado resolverse ni con el paso del tiempo, ni a base de brindis y buenos deseos.
Todos los padres tejen –sin querer, queriendo- ciertas expectativas hacia sus hijos.
En ocasiones, a causa de frustraciones propias no resueltas y, en otras, por la intervención de variables diversas, como la generación a la que uno pertenece, la obsesión por el poder o el triunfo, la sobreprotección o las imposiciones de una sociedad que se guía por modas y rígidos preceptos. A todo ello, hay que añadir un largo etcétera imposible de enumerar. Concurren tantos motivos como personas. Y todos sabemos que a esas expectativas se suman los choques intergeneracionales, los roles que cada uno desempeña en el núcleo familiar y los accidentes con que nos colma o arrasa la vida. De cualquier modo, solemos sobrevivir e, incluso, reproducir los mismos patrones cuando formamos nuestra propia familia años después.
“La cinta dorada” es una obra teatral con una edad determinada, escrita en un momento histórico concreto; pero no por ello menos atractiva, ni menos real. “Sin embargo, esos niños siguen aquí, flotando dentro de la casa”[2]Ibíd., p. 40 y, de vez en cuando, despiertan los demonios de adultos que se han acostumbrado al deterioro espiritual, al incremento paulatino de la resignación; a una atonía general que nada tiene que ver con las ideas y la rebeldía de los jóvenes que fueron, que manosean los recuerdos como fotografías marchitas que reposan en el álbum de la casa familiar.
Los Andréu son los protagonistas, verdugos y víctimas unos de otros. Un matrimonio bien avenido y unos hijos que siempre han poseído todo para llegar lejos. Envidiados, seguramente, por vecinos y amistades, conservan posiciones en el pódium y también, secretos que duermen en algún lugar impreciso y que provocan insomnios en madrugadas de remordimientos. Eduardo nunca hubiera admitido a ningún perdedor entre sus hijos y Emilia, indulgente, distrajo a su marido cuando alguna trastada pasaba al grado de percance o conflicto. Los varones, un físico, un obispo y un economista, aceptaron la exigencia paterna y se apresuraron a conseguir cuanto antes las metas impuestas. Adela, la única hija, cuestionó el plan trazado y decidió desde adolescente que tenía voz y que iba a utilizarla, aunque su padre jamás llegara a estar orgulloso de ella. En definitiva, una familia de lo más común y corriente.
A priori, puede parecer extraño establecer un nexo entre “La cinta dorada” y “Alicia en el país de las maravillas” (Lewis Carroll, 1865), pero muchos de sus personajes perdieron su infancia y entraron abruptamente en el mundo de los adultos a través de una puerta, cayendo en un agujero. Sin embargo, Adela, Erni, Moncho y Javier ya no pudieron despertar jamás de ese sueño sin sentido. El Conejo Blanco, el Sombrerero y la Reina de Corazones se transformaron en seres habituales en su constante huida. Los mares de lágrimas se ahogaron en alcohol o en sexo, las orugas azules se aburrieron de dar consejos, las meriendas de locos cada vez fueron más insoportables, las rosas blancas y rojas se quedaron sin pétalos.
“Siempre habrá una cinta. Y una corona de laurel para los que vencen”[3]Ibíd., p. 96 e, inevitablemente, algunos hostigarán la competición, ignorando que los reconocimientos son el pedestal de los inseguros, la horca de los insaciables. ¿Cuánto durará el aplauso?, ¿siempre?, ¿cuánto es para siempre? Y el Conejo Blanco seguirá respondiendo que, a veces, sólo un segundo.
Título: La cinta dorada |
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