Ningún argumento racional tendrá un efecto racional en una persona que no quiera adoptar una actitud racional.
Karl Popper (1902-1994) Filósofo inglés.

El debate electoral del pasado lunes entre los dos primeros aspirantes a la presidencia del gobierno en las elecciones del 23J, ha sido el menos visto de todos los que se han celebrado en televisión desde que arrancaron en España hace 30 años. Baste solo ese dato para comprobar el grado de desafección que genera la política en España, la escasa confianza en los aspirantes y, sin duda, el periodo estacional en que nos encontramos.
En cualquier caso, lo que hemos visto el pasado lunes ha sido un plató convertido en una auténtica jaula de grillos, donde los golpes entre los contendientes se han ido intercambiando a uno y otro lado entre reproches y acusaciones, alguna vaga propuesta sin concretar y, lo más lamentable, sin el más mínimo respeto a la opinión pública.
Valga como mejor prueba de ello que si cabe reconocer un ganador de semejante despropósito ese ha sido Núñez Feijóo, que se ha adjudicado el envite a base de falacias, mentiras y en el mejor de los casos medias verdades, pero eso sí, lanzadas como una auténtica ametralladora y sin despeinarse.
Ante un presidente Sánchez que ha perdido los papeles a las primeras de cambio para sorpresa de propios y extraños –hasta los medios conservadores le daban por derrotado anticipadamente a Feijóo-, y que no ha sabido poner en jaque a su adversario, especialmente en la parcela económica ante las imposturas y probada debilidad del mismo en tales cuestiones.
Es cierto que no es fácil encajar de golpe tanta infamia, sobre todo cuando España ha tenido que enfrentarse a una guerra a las puertas de Europa, una explícita vorágine especulativa tras la mayor pandemia de nuestro tiempo además de las trágicas embestidas de esta última en un país con un déficit estructural que se remite a tiempos remotos y una híper dependencia de un sector tan volátil como el turismo.
A pesar de semejante tesitura Feijóo, supo embarrar desde el primer momento el debate con acusaciones como la de responsabilizar al gobierno actual de que España tenga la mayor o una de las mayores tasas de desempleo de la U.E. -cuando lo es desde que existen registros fiables-, o haya sido el último país en recuperar el PIB pre pandemia. Eso por citar solo un par de ejemplos.
Una ridícula argucia a la que Sánchez, todo un presidente de Gobierno, con todos los datos pasados y presentes en sus manos, fue incapaz de rebatir en la forma debida ebrio de su propia arrogancia -«la economía española va como una moto»-, hasta verse desarmado por argumentos tan débiles y gratuitos como los que presento su oponente sobre todo en términos económicos y que hubiera desmontado con suma facilidad cualquier persona medianamente preparada al efecto.
Consolidada su calamitosa actuación desde el principio, afortunado debe sentirse pues el presidente socialista de que la audiencia haya sido más limitada de lo habitual porque si lo que pretendía era movilizar tras el debate a algunos de sus más remisos pero tradicionales votantes, poco o nada le habrá servido el mismo.
En el caso de Núñez Feijóo, sabida la inquebrantable fidelidad de su electorado, el resultado del debate era lo menos importante pero, si de algo le ha servido, ha sido para mantener como poco en standby a los votantes del ala menos fiel y motivada del PSOE.
En definitiva un Pedro Sánchez que ha caído de la manera más burda en la estrategia del Partido Popular de remitirlo todo a un único debate, sin opciones a una segunda vuelta, ante un oponente que se sabe ganador, que jugaba en casa y supo aprovecharse de las debilidades del formato. Aunque, qué duda cabe, la única encuesta válida será la de las elecciones.
No vamos a entrar en más detalle de las falsedades e incorrecciones que propiciaron ambos contendientes, que cualquier persona que se interese puede encontrar con detalle en medios solventes, pero sí que cabría también apostillar algunos detalles sobre el formato de debates, más allá de este en particular, cada vez que se abre una campaña electoral.
El formato

En lo meramente político, no puede asumirse que una vez desaparecido el bipartidismo en España –por mucho que le cueste a las élites, al PP y al PSOE-, los medios de comunicación se sigan prestando a un juego bipartidista que ya no tiene cabida en la sociedad española. Ello ya sin entrar a valorar que muchos de los países más avanzados socialmente del mundo hace décadas que desterraron ese modelo.
Por tanto ¡qué menos! que hubieran participado también en el debate tanto Santiago Abascal por Vox, como Yolanda Díaz por Sumar. Porque ambos, muy presumiblemente, tanto si gana el PP como si lo hace el PSOE, van a jugar un papel muy importante a la hora de conformar el próximo gobierno.
En lo que se refiere al espectáculo televisivo, basta ya de conformar estos debates al gusto de los participantes y menos aún de ceñirlo todo a 4 o 5 bloques de diferentes aspectos de la sociedad española que de generales y difusos impiden centrar las cuestiones verdaderamente importantes permitiendo por contra a los candidatos desviar la atención hacia otros temas en su propio interés.
Se trata de preguntar y exigir propuestas concretas sobre los verdaderos problemas que atañen a la gente. Sobre la vivienda, los salarios, las pensiones, la sanidad, la educación, el cambio climático o el deterioro del medio ambiente entre otros.
Por último no queremos finalizar este artículo sin reparar en la deplorable actuación de los «presuntos» moderadores del debate. Porque ni Ana Pastor, ni Vicente Vallés, a los que se le presupone un alto grado de profesionalidad, en ningún momento estuvieron a la altura para frenar las continuas interrupciones de uno y otro aspirante, pero sobre todo por no exigir a los mismos que se ciñeran a los temas que se estaban tratando además de un mínimo de respeto con la audiencia ante tanta desfachatez y no reírles las gracias como hicieron.
No sabemos si la actuación de ambos periodistas fue impuesta por los rectores de la cadena, pero si fue así más vale haber declinado su participación en semejante esperpento por respeto a la profesión y bien hubiera bastado colocar en su lugar un reloj, como los del ajedrez, que fue a lo que más se pareció.
Hasta la próxima.
P.D.: Ayer viernes se celebró un debate en RTVE entre los portavoces de los 7 principales grupos parlamentarios. Casi podría tacharse de «brillante», más por demérito del de Atresmedia entre Sánchez y Feijóo del lunes que por méritos propios. Con respecto a este último al menos se hicieron propuestas concretas por parte de unos y otros –salvo PP y PSOE que siguieron con sus reproches habituales, aunque esta vez de manera más educada-, y, sin duda, el papel del moderador Xabier Fortes, aun con las citadas limitaciones del formato – lo que viene a ratificar todo lo dicho en este artículo-, también superó con creces la actuación de sus predecesores.