Comentario a WEISSWEILER, Eva: Dora y Walter Benjamin. Biografía de un matrimonio. Tusquets, Barcelona, 2021.
La pregunta sobre cuánto creemos en el poder de las cuerpos celestes para configurar nuestra vida, carecería de algún valor si no nos preguntásemos además cuánto creen los cuerpos celestes en nosotros y en nuestro poder para darles una figura. La carta astral es en realidad una correspondencia. Claro que convertir a las mujeres en estrellas deviene un deliquio de poder patriarcal, una fantasía, a los que el mismo Benjamin no sería ajeno, como intentaré mostrar. Pero también es la constatación de una imposibilidad necesaria, que es la vitola ontológica del amor. De un cierto amor al menos como pasión hacia lo incierto. Sabemos por ejemplo cómo Hume ironizaba con las dificultades de Newton para determinar, pese a su autoridad científica, la trayectoria de las mujeres, siendo estas los cuerpos celestes más convenientes e interesantes. En cualquier caso el catasterismo no es la constelación en sí misma, sino el relato de la conversión de un humano o divino en una constelación. O así lo supuso Eratóstenes de Cirene, quien fuera rector de la biblioteca de Alejandría, en la segunda mitad del siglo III a.C.[1]ERATÓSTENES: Mitología del firmamento (Catasterismos). Alianza, Madrid, 1999. ¿Cómo y por qué se hicieron estrellas las mujeres de Benjamin? ¿Con qué efecto? Puede que la menos estelar fuese la misma Dora, porque también la más real. En favor de Weissweiler corre el hecho de que nos devuelve el retrato de una mujer muy interesante en sí misma, lo que no siempre podríamos deducirlo de las palabras del propio Benjamin, pero tampoco de las de Gershom Scholem. ¿Qué es lo menos convincente de este libro, no obstante tan valioso? Tal vez el que juzgue la conducta de Benjamin, obviando que se trata, y desde el principio, de una pareja nada convencional, lo que, por otra parte, nos hace saber de manera ágil y muy documentada. Es como si el retrato moral se empeñase en borrar lo que el pincel biográfico ha dibujado con excepcional maestría. Enfatizar la deslealtad e infidelidad del filósofo sólo puede hacerse al precio, paradójico, de ignorar que la misma Dora Kellner era una mujer de singular y seductora belleza, mucho más hábil que Benjamin para las relaciones humanas y el ambiente artístico, bohemio y mundano, y que hubo otros amantes antes, durante y después de su unión con Walter.
Tengo para mí que mucho de lo que cuenta Weissweiler en este libro, y muchas otras cosas que no dice, se dejan recoger entre dos frases del pensador. La primera de ellas, tomada de su ensayo sobre Las afinidades electivas de Goethe, en realidad de su final, es bien misteriosa: «La esperanza sólo nos es dada (Hoffnung ist gegeben) gracias a los desesperados (Hoffnungslosen)». Este aforismo gnómico, que podría tener sabor spinoziano, obtiene muchas más evaluaciones posibles, si no omitimos que se incluye a modo de una conclusión, pero también como un comentario a la inscripción que deposita Stefan George, y George es un referente de la juventud de Benjamin, en la casa de Beethoven en Bonn: «Antes de que recojáis vuestro cuerpo en esa estrella, os revelaré el sueño de las estrellas eternas.»[2]BENJAMIN, Walter: Sobre el programa de la filosofía futura. Planeta-Agostini, Barcelona, 1986, p. 88. Esta aparición de lo sideral apunta a que, en realidad, no hay ninguna historia de amor desdichada. Y Weissweiler hace un pormenorizado análisis de la compleja dedicatoria del ensayo sobre Las afinidades electivas a Jula Cohn.[3]WEISSWEILER, Eva: Dora y Walter Benjamin. Biografía de un matrimonio. Tusquets, Barcelona, 2021, pp. 208- 209. Que es uno de los astros principales de este catasterismo, en el que omitiré no pocas figuras. Que me disculpen Lisa, puede que la última, Henny, Gisèle, Guyet, Gert, Felizitas o Elizabeth. La otra frase, todavía más enigmática, si cabe, la encuentro en la colección de anotaciones titulada Sombras breves, como un título. EINMAL IST KEINMAL, una vez es ninguna. Que abre, o acaso cierra, según se mire, un comentario sobre Don Juan, que es, a la vez, muy mozartiano y con ecos del estado estético según lo describe Kierkegaard: «Cuando una aventura trivial nos toca en el recuerdo demasiado cerca, súbita y brutalmente, anulamos esa primera vez y la llamamos ninguna. (…) En don Juan, criatura afortunada del amor, el misterio reside en cómo en cada una de sus aventuras lleva adelante con la rapidez del rayo la decisión a la vez que su impetración dulcísima, recuperando en la ebriedad la espera y anticipando en la solicitación lo que decida. Ese de-una-vez-por- todas del goce, ese entrelazamiento de los tiempos sólo cobrará expresión musicalmente. Don Juan exige la música como cristal en el que el amor se quema.»[4]BENJAMIN, Walter: Discursos interrumpidos I. Taurus, Madrid, 1990, p. 144. Una no, muchas. Pero que cada una sea todo. Que lo sea de una vez por todas. El problema, dicho sea de paso, es que Walter Benjamin resultaba bastante sordo para la música, a diferencia de Dora, quien durante mucho tiempo acarició la idea de ser instruida por Busoni, ese compositor, hoy de prestigio algo demediado por su clasicismo, que era casi el único al que soportaba otro sordo notable, Rainer Maria Rilke, quien sin embargo era capaz de galopar con la música de su propia escritura poética.
¿Por qué estrellas? ¿No estamos repitiendo acaso un gesto ya demasiado masculino? El de la conversión de mujeres eones, planetas o ángeles. Con un efecto excesivo de luz, de presencia y a la vez de distancia. De hecho la idea de constelación es sustantiva en Walter Benjamin, y por fortuna tenemos un magnífico ensayo de Vicente Jarque sobre esta configuración que obedece a la naturaleza redentora de la filosofía. Salvar los fenómenos es mostrar a través de los conceptos su verdad. Las ideas son constelaciones intemporales. Con los puntos de las mismas salvamos lo que aparece: «El cometido del filósofo consistirá, por tanto, en contemplar cada fenómeno como un caso extremo, cada punto singular como el lugar por el que pasa la línea que constituye, en su conjunto, la imagen de la constelación dibujada en la discontinua finitud de lo empírico.»[5]JARQUE, Vicente: Imagen y metáfora. La estética de Walter Benjamin. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1992, p. 110. Las ideas de la constelación, dice Benjamin, son comparables a las madres fáusticas, pues permanecen en la oscuridad hasta que el fenómeno declara su fe en ellas, como apunta en el muy esotérico planteamiento metodológico de su tesis, descalabrada por la academia, sobre el Trauerspiel, el drama barroco alemán.[6]BENJAMIN, Walter: El origen del drama barroco alemán. Taurus, Madrid, 1990, p. 17. Este ensayo fue ya escrito bajo la influencia del que fue tal vez el más inspirador de sus amores. Pues sin ella no hubiese andado tampoco por esa Einbahnstrasse, esa calle de dirección única llena de abarrotes, libros, curiosidades y presagios. Tal vez por ello fuese la letona y bolchevique Asja Lacis la más vilipendiada por todos los conocidos de Benjamin, comparada con un Dibbuk, un diablo. Y tampoco Weissweiler resulta una excepción. La propia Lacis, de la que conocemos una interesante colección autobiográfica, seleccionada por la notable patrona de la crítica literaria izquierdista en Alemania, Hildegard Brenner, recuerda muy bien que el inicio de esa historia, a menudo convulsa, con tintes ridículos, apasionada y dramática, comienza por el hecho de que en Capri ella va a comprar almendras con su hija Daga y no sabe cómo se dice «almendra» en italiano. Deficiencia que vendrá a subsanar Benjamin, quien será traductor de Marcel Proust y casado él mismo con una traductora. Lacis advierte muy pronto la ingenuidad de Benjamin, pues su trabajo sobre el drama, aunque posee una innegable encanto universitario, no es la obra de un erudito, sino la de un poeta enamorado de la lengua.[7]LACIS, Asja: Profession Révolutionnaire. Presses Universitaires de Grenoble, Grenoble, 1989, p. 75. Muy activa en el campo del teatro político, Asja Lacis fue colaboradora de Erwin Piscator y discípula de Meyerhold. Y además sirvió de intermediaria en el encuentro de Walter Benjamin con Bertolt Brecht, tan fundamental para el filósofo. Pero, sobre todo, gracias a Lacis, que estaría tan involucrada en la pedagogía teatral de huérfanos y niños de la calle, Benjamin redescubre, por así decir, el mundo de la infancia, a pesar de haber sido tantas veces un padre ausente para Stephan, su propio hijo con Dora. Por amor a ella, viaja al Moscú revolucionario, simpatizando con la oposición de izquierda y comprando bibelots y juguetes.
Los eones gnósticos son ángeles, nombrados a partir del zodiaco, como menciona Massimo Cacciari en el más bello de sus libros, que tanto hizo para ayudarme a recorrer la angelología de Walter Benjamin siguiendo la huella de la pintura de Paul Klee. El ángel, al menos tal como se le aparece al filósofo, es el icono de un instante irrevocable. Ah, haber cantado una vez.[8]CACCIARI, Massimo: El Ángel Necesario. Visor, Madrid, 1989, p. 69. Estrellas, ángeles y nombres que Gershom Scholem, el amigo especialista en cábala, dispuesto a interpretar la Cábala de Benjamin, sabe que son nombres cifrados, por el amor sellados. Como es cifra, el nombre acaso más secreto, Agesilaus Santander, el último de ellos.[9]SCHOLEM, Gershom: Los nombres secretos de Walter Benjamin. Trotta, Madrid, 2004. Ese ángel que habita en las cosas que ya no tengo, y en el que se conjuran el éxtasis de lo único y el júbilo de lo repetido porque, de nuevo, decimos nosotros: EINMAL IST KEINMAL, una es ninguna. Vicente Valero, en su espléndido libro sobre las estancias ibicencas de Walter Benjamin, afirma que Agesilaus Santander, el más críptico de sus escritos, fue concebido para la pintora holandesa Annemarie Blaupot, con quien tuvo una relación amorosa en la isla, que intentará retomar cuando se instale definitivamente en París.[10]VALERO, Vicente: Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, 1932 -1933. Península, 2001.
Pero la constelación de Walter Benjamin no estaría en absoluto completa si no mencionáramos a dos mujeres no menos importantes en su vida, de las que también dan sentido y hacen figura de la propia vida.
La primera es Gertrud Kolmar, su prima favorita y una de las mejores poetas judías europeas de esos años del horror. De hecho, ella murió en un transporte a Auschwitz el 2 de marzo de 1943, probablemente de frío. La delicada y tímida Gertrud, que parecía siempre escondida, pero que era capaz de pasiones profundas, compartidas «con los animales del bosque, que no murmuran», como escribe en Welten, su colección poética más abismal y visionaria, y en un poema, otra vez, angélico.[11]KOLMAR, Gertrud: Mundos. Acantilado, Barcelona, 2005, p. 35. A Kolmar debemos también una nouvelle, Susanna, es verdad que tristísima, pero también nimbada por una mágica belleza llena de urgencia, como que la escribió restando horas al sueño cuando ya realizaba trabajos forzados para los nazis, y en la que se pregunta, entre otras cosas, que podría significar ser judío.[12]KOLMAR, Gertrud: Susanna, Errata Naturae, 2010. Si era una especie de mancha o defecto, inapreciable a primera vista, pero que se volvía poderoso y mortífero como un estigma.
Estas preguntas no están lejos de las que podría plantearse la última mujer, el último nombre de la constelación que hemos intentado pergeñar al hilo del libro de Eva Weissweiler, que es en sí mismo no ya una biografía de un matrimonio, sino casi la de un mundo entero, el de la bohemia artística e intelectual judía europea que estaba destinado a saltar en pedazos. Sobreviviría Dora, no lo hizo, casi al borde de la libertad, Walter Benjamin, quien se quitaría la vida con una sobredosis de morfina en un hotel de Port- Bou el 26 de septiembre de 1940, al no poder conseguir su visado y con la Gestapo detrás de sus pasos. La mujer que falta, que cierra el catasterismo es Hannah Arendt, quien se casó con un primo del mismo Benjamin, Günther Stern, que se haría conocido con el pseudónimo de Günther Anders. Entre los tres, Arendt, Benjamin y Anders ocupan una de las páginas más brillantes de la filosofía judía alemana. Ya se ha hecho tarde para hablar de Hannah aquí, tal vez mereciese un ensayo independiente la relación entre Benjamin y Arendt, pero lo cierto es que ella resultó una ayuda casi maternal durante los difíciles años parisinos de ambos, en los que podía ser tan fácil hundirse en la melancolía por culpa del hambre y el frío. De hecho, Arendt, que compartía con Walter el gusto por Kafka, descubría en qué manera hasta los acontecimientos más pequeños de la vida pueden hacerla devenir invivible. A pesar de ello, y consciente de la situación límite en la que se halla su familiar político y amigo, por el que siente además una gran admiración, va a buscarle todas las tardes a la Biblioteca Nacional a la hora del cierre, como recuerda Laure Adler, en una biografía sobre ella, que posee también para mí el valor de un regalo de origen angélico.[13]ADLER, Laure: Hannah Arendt. Destino, Barcelona, 2005.
Günther y Hannah escaparon, aunque su matrimonio llegó ya destruido a Estados Unidos. Dora también escapó y se instaló bastante bien en Inglaterra como mujer de negocios, después de abandonar Italia (San Remo), cuando a finales de 1938 el gobierno fascista decreta las leyes raciales. Pero se suele olvidar que, además del genocidio, que se llevó a muchos, la familia de Benjamin superviviente, tuvo que padecer, como tantas otras alemanas, la división de Europa en dos bloques. Sobre la historia, no precisamente terrible, pero sí muy melancólica, de la vida detrás del telón de acero de los Benjamin, en la extinta RDA, hay también una historia muy bien trabajada por Uwe-Karsten Heye.[14]HEYE, Uwe-Karsten: Los Benjamin. Una familia alemana. Editorial Trotta, Madrid, 2014. Walter Benjamin sabía, así lo dejó escrito en Calle de dirección única, que los ángeles a menudo son tan efímeros como las mariposas de noche o las luciérnagas. Tal vez por eso requieren del elemento prodigioso, de esa materia sutil y cristalina de la que están hechas las estrellas, y que tal vez no sea otra cosa que la memoria de nuestros amores, realizados o imposibles.
Título: Dora y Walter Benjamin. Biografía de un matrimonio |
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Referencias
↑1 | ERATÓSTENES: Mitología del firmamento (Catasterismos). Alianza, Madrid, 1999 |
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↑2 | BENJAMIN, Walter: Sobre el programa de la filosofía futura. Planeta-Agostini, Barcelona, 1986, p. 88 |
↑3 | WEISSWEILER, Eva: Dora y Walter Benjamin. Biografía de un matrimonio. Tusquets, Barcelona, 2021, pp. 208- 209 |
↑4 | BENJAMIN, Walter: Discursos interrumpidos I. Taurus, Madrid, 1990, p. 144 |
↑5 | JARQUE, Vicente: Imagen y metáfora. La estética de Walter Benjamin. Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 1992, p. 110 |
↑6 | BENJAMIN, Walter: El origen del drama barroco alemán. Taurus, Madrid, 1990, p. 17 |
↑7 | LACIS, Asja: Profession Révolutionnaire. Presses Universitaires de Grenoble, Grenoble, 1989, p. 75 |
↑8 | CACCIARI, Massimo: El Ángel Necesario. Visor, Madrid, 1989, p. 69 |
↑9 | SCHOLEM, Gershom: Los nombres secretos de Walter Benjamin. Trotta, Madrid, 2004 |
↑10 | VALERO, Vicente: Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, 1932 -1933. Península, 2001. |
↑11 | KOLMAR, Gertrud: Mundos. Acantilado, Barcelona, 2005, p. 35 |
↑12 | KOLMAR, Gertrud: Susanna, Errata Naturae, 2010 |
↑13 | ADLER, Laure: Hannah Arendt. Destino, Barcelona, 2005. |
↑14 | HEYE, Uwe-Karsten: Los Benjamin. Una familia alemana. Editorial Trotta, Madrid, 2014 |