Todo el mundo, incluso los poetas, vive una vida, aunque se escriba sobre otras. Desde el Je est un autre que le apuntaba Rimbaud a Izambard, hasta aquel testimonio en verso que nos legaba Celan: La poesía, señoras y señores, ¡ese declarar eterno lo que es pura mortalidad y vano![1]CELAN, Paul. 1999. Der Meridian. Endfassung, Vorstufen, Materialen. Tübinger Ausgabe. Frankfurt am Main: Suhrkamp, p. 11 [Die Dichtung, meine Damen und Herren –: diese Unendlichsprechung von lauter Sterblichkeit und Umsonst!]
De Henri Michaux (1899-1984) puede decirse, empero, que tuvo suficiente con vivir una vida y escribir sobre ella. A Michaux se le pasó -con obvio dolor- la vida esperando su propia muerte, pues le fue descubierta, siendo muy joven aún, una malformación cardíaca congénita. Michaux sufrió durante toda su vida por tener que morir.
Una vez aclarado esto, se entiende sin dificultad todo lo demás. Aunque muriese a los ochenta y cinco años. La muerte le acompaña, pierde a sus padres y a su hermano. Su discípulo Paul Celan, torturado por las enfermedades mentales y la terrible vivencia de los totalitarismos nacionalsocialista y comunista, se suicida. Pero, sobre todo, le acompaña la muerte trágica y monstruosa de su esposa, Marie Louise, que muere, tras un mes de monstruosa agonía, después de quemarse en un incendio casero, en 1948.
Desde ese vacío escribe Michaux, y por eso, la existencia misma, en sus versos, se nos concede como un encantamiento y como una lágrima, como una iluminación y un trance. El ritmo rápido y el aparente desorden de su escritura imitan este trance y se acompañan de una inversión de las categorías lógicas usuales. El tono general es de celebración, es un himno exaltado por el dolor y la atrocidad. Intoxicante y crudo, su poética no hará sino revelar una cierta fascinación por la abyección.
Pero vayamos algo más lejos.
Desocupar varias casas del cuerpo[2]MICHAUX, Henri. 1975. Face à ce qui se dérobe. Paris: Gallimard, p. 122 (todas las traducciones ofrecidas, en adelante, son nuestras). Esas eran palabras de Michaux, unos años antes de morir. Desde las primeras huellas de su escritura hasta sus alucinados movimientos de pincel, el poeta parecía haberse embarcado en lo desconocido. Siempre dejando signos, rastros y oscuros jeroglíficos de otros mundos. Llenando sus itinerarios de manchas, caos o desesperación, atraviesa los espejos del sueño para reconocerse a sí mismo en lo todavía vivo, aún en busca del absoluto.
Basta detenerse unos instantes en el umbral de la obra de Michaux para que la elección de los títulos nos hable de su propia imaginación: Pruebas, exorcismos; En otra parte; La vida en los pliegues; Frente a los cerrojos; Maneras de dormido, maneras de despierto; Postes angulares; Caminos buscados, caminos perdidos, transgresiones; Desplazamientos, desprendimientos, etcétera.
Tal como puede verse, muchos de ellos están formados por una simple aposición de dos palabras que establece una tensión entre sí. De ese modo, se crea un campo de fuerzas, un espacio de atracción donde algo, precisamente, se mueve y emerge. A partir de esos nombres, brota ante nuestros ojos aquello cuyo rastro había arreglado ya la escritura.
Nos sobresalta un poderoso tropismo hacia el otro lado, que emana de estos títulos y permite trazar, aunque a grandes rasgos, la trayectoria del poeta en su viaje fuera de las fronteras geográficas de la vieja Europa (Ecuador) hasta el viaje inmóvil e imaginario donde el más allá se encuentra en el centro mismo del sujeto (La vida en los pliegues). De hecho, el imaginario espacial es, muy a menudo, una metáfora de la interioridad y por eso, si de algo nos hablan esos títulos, es precisamente sobre la relación con el espacio del ego.
Nada hay estático o calmado en este espacio interior, nada habitable o acogedor en estos «caminos buscados». Por el contrario, el sujeto está animado por un impulso constante de cruzar las fronteras, ya sean las del cuerpo, la mente, las formas sociales o las lingüísticas. Henri Michaux parece ser el poeta de la liberación soñada –así lo hubiera dicho Rimbaud-, incluso de la expulsión de la forma.
Los viajes de Michaux son las idas y venidas en el espacio geográfico o el imaginario que componen los propios viajes, reales o ficticios. Los arrebatos tumultuosos de las drogas, la locura, los signos, los colores, el significado, la escritura y por supuesto, la pintura, que tan bien cultivaba el propio Michaux). Fundamentalmente, comienza por un desplazamiento en el espacio interior que siempre vira hacia lo más íntimo, lo más secreto, lo más remoto del ser. Hacia lo que Michaux llama Lointain intérieur (lejano interior).
Esta dinámica de salida, pero también de bloqueo de fronteras, afecta particularmente al espacio del ego, sujeto a todo tipo de pruebas en la primera gran antología publicada de Michaux: La nuit remue (La noche agitada, 1935). Durante la noche, ese momento de conciencia intermedia donde las fronteras se deshilachan, donde el insomne preocupado ya no sabe dónde se detiene lo que es real y dónde comienza la pesadilla (esa agitación nocturna, precisamente): «Se dirige hacia un lugar de quietud y de paz donde, al fin, deja de ser viento. Pero su pesadilla dura ya desde hace mucho».[3]MICHAUX, Henri. 1993. La nuit remue. Paris: Gallimard, p. 38 [Il va vers un endroit de quiétude et de paix où il cesse enfin d’être vent. Mais son cauchemar dure déjà depuis longtemps]
Para el poeta, las fronteras que definen al sujeto del exterior se establecen en oposición al mundo y después se encontrarían las fronteras internas, que a veces parecen disolverse hasta la abolición de todas las formas. Hasta cuestionarnos sobre lo que queda, a pesar de todo, de esos límites que delimitan lo que Michaux llama sus «propiedades», habitables por la práctica de la poesía. Dicho cuestionamiento, que se produce al leer su poética, certifica, de sobras, su condición de excelencia literaria.
Como las trece historias que componen el poemario Plume (Pluma, 1938), nombre del personaje principal, un ser marcado por su inadaptación social. Las situaciones que enfrenta lo avergüenzan. Así, lo vemos colocado en situaciones banales que se vuelven extrañas, casi cómicas por la forma en que son vividas. Estas situaciones conducen a lo sobrenatural o a lo fantástico: «Cuando la desgracia con sus dedos hábiles de peluquero empuña sus tijeras con una mano y con la otra el sistema nervioso de un hombre, endeble escalera vacilante entre rollizas carnes, extrayendo chispazos y espasmos y la desesperación de ese animal de lino, espantado… Oh, mundo execrable, no es fácil que de ti obtengamos el bien».[4]MICHAUX, Henri. 1963. Plume, précédé de Lointain intérieur. Paris: Gallimard, p. 129 [Quand le malheur avec ses doigts habiles de coiffeur empoigne ses ciseaux, d’une main, de l’autre le système nerveux d’un homme, frêle échelle hésitante dans des chairs dodues, tirant des éclairs et des spasmes et le désespoir de cet animal de lin, épouvanté… Oh, monde exécrable, ce n’est pas facilement qu’on tire du bien de toi]
Todas estas situaciones muestran al héroe angustiado, en ese statu quo que instituye una autoridad de la que nada se sabe. Invisible, si constante. La pluma es siempre la víctima o, en el mejor de los casos, simplemente no comprende. Es evidente que ese sujeto, para Michaux, no es capaz de entender pues está sometido a una prueba severa: la existencia misma. Descentrado, disperso, mezclado de forma inextricable con el resto del universo, vaciado de su sustancia y padeciendo los peores ultrajes. Una tras otra, todas sus características distintivas y definitorias quedan invalidadas, y este fenómeno se amplifica, a menudo, en los segundos estados engendrados por la enfermedad y las drogas de las que el poeta hizo un uso metódico. Michaux esperaba encontrar quizás, en estas experiencias, el camino perdido, por utilizar uno de sus títulos: «Propagadores de nadas / nadas que quieren ser algo».[5]MICHAUX, Henri. 1981. Chemins cherchés, Chemins perdus, Transgressions. Paris: Gallimard, p. 131 [Propagateurs de riens / de riens qui veulent être quelque chose]
El trabajo de Michaux presenta, por tanto, una doble vocación de movimiento y exploración, y la reflexión sobre los diversos caminos que lleva nos conduce a búsqueda de la identidad y el conocimiento que sigue al camino de la metamorfosis. El desplazamiento es el modo preferido de autoexploración. La condición humana en su conjunto se traduce en ritmos, territorios y rutas psíquicas. Por lo tanto, hay en su obra una multiplicación de movimientos, tanto físicos (a través del viaje o las pruebas del cuerpo) como mentales (a través del trabajo de la imaginación o la experiencia de soñar despierto y la subsiguiente perturbación interna provocada) o formales (por invención verbal y creación pictórica).
Yerra quien habla de Michaux como un surrealista, ni tan siquiera un psiconauta, a la manera de Huxley, perdido entre experimentos con la mezcalina. Michaux es uno de esos outsider a los que el siglo XX, con el auge de los totalitarismos, se les quedó corto. Su escritura no entiende de las reglas del mundo. Altera la escisión cartesiana con un mito de subjetividad, totalmente plástico; con la piel que, entre el interior y exterior, se estira o dobla del modo y manera que las circunstancias psíquicas demandan.
Su muestrario de extrañas criaturas y tierras imaginarias oscila entre el mito perdurable y la vanguardia más primitiva, y esa escritura parece, al fin, todas las versiones de un mito con grandes distinciones genéricas. Una poética que define al Hombre desde el exterior y tiende a desvanecerse en la experiencia michauxiana de estar en el mundo. Un mundo, es cierto, en el que el sujeto no está en una posición de exterioridad sino en una relación de inclusión. El hombre, si se considera en su forma de ser, es precisamente Da-sein, ese estar allí, esa línea que «ennoblecida por un trazo de tinta […] donde ya nada apesta // No para explicar ni exponer, ni en terrazas ni monumentalmente // sino más bien como en el Mundo hay anfractuosidades, sinuosidades, como hay perros vagabundos // una línea […] // En fragmentos, en comienzos, cogida por sorpresa».[6]MICHAUX, Henri. 2004. «Moments», en Œuvres complètes III. Paris: Gallimard, p. 730 [Ennoblie par une trace d’encre […] où plus rien ne pue // Pas pour expliquer, pas pour exposer, pas en terrasses, pas monumentalement // Plutôt comme par le Monde il y a des anfractuosités, des sinuosités, comme il y a des chiens errants // une ligne […] En fragments, en commencements, prise de court]
Vivir en la propiedad que es propia, y reconocerla como tal, le permite al sujeto diferenciarse del mundo, hacer una división entre lo propio y lo ajeno, lo cual es un primer paso hacia la constitución de una identidad del ser, en la dirección de esos «interiores lejanos». Cada movimiento, en Michaux, también se libera, renueva un significado oculto, la búsqueda de un gran secreto y redime restricciones. Este es el aspecto mágico de su obra y por eso, su escritura mediúmnica, si realmente es algo, lo es porque pretende intervenir en el ser.
Este vértigo de identidad toma formas paroxísticas en la experiencia del dolor que conforma el poema. Por eso, iluminados tras la muerte de su autor, toda esta poética adquiere un valor testamentario. Es inevitable pensar en ella como una definición perentoria del acto creativo, justo antes del movimiento de desconexión final: la muerte, a la que Michaux nunca dejó de anticiparse por escrito.
Valgan las palabras del poeta: «Escribo para recorrerme. Pinto, compongo, escribo: me recorro. Esa es la aventura de estar vivo».
El resto es silencio.
Título: Antología poética 1927-1986 |
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Referencias
↑1 | CELAN, Paul. 1999. Der Meridian. Endfassung, Vorstufen, Materialen. Tübinger Ausgabe. Frankfurt am Main: Suhrkamp, p. 11 [Die Dichtung, meine Damen und Herren –: diese Unendlichsprechung von lauter Sterblichkeit und Umsonst!] |
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↑2 | MICHAUX, Henri. 1975. Face à ce qui se dérobe. Paris: Gallimard, p. 122 (todas las traducciones ofrecidas, en adelante, son nuestras) |
↑3 | MICHAUX, Henri. 1993. La nuit remue. Paris: Gallimard, p. 38 [Il va vers un endroit de quiétude et de paix où il cesse enfin d’être vent. Mais son cauchemar dure déjà depuis longtemps] |
↑4 | MICHAUX, Henri. 1963. Plume, précédé de Lointain intérieur. Paris: Gallimard, p. 129 [Quand le malheur avec ses doigts habiles de coiffeur empoigne ses ciseaux, d’une main, de l’autre le système nerveux d’un homme, frêle échelle hésitante dans des chairs dodues, tirant des éclairs et des spasmes et le désespoir de cet animal de lin, épouvanté… Oh, monde exécrable, ce n’est pas facilement qu’on tire du bien de toi] |
↑5 | MICHAUX, Henri. 1981. Chemins cherchés, Chemins perdus, Transgressions. Paris: Gallimard, p. 131 [Propagateurs de riens / de riens qui veulent être quelque chose] |
↑6 | MICHAUX, Henri. 2004. «Moments», en Œuvres complètes III. Paris: Gallimard, p. 730 [Ennoblie par une trace d’encre […] où plus rien ne pue // Pas pour expliquer, pas pour exposer, pas en terrasses, pas monumentalement // Plutôt comme par le Monde il y a des anfractuosités, des sinuosités, comme il y a des chiens errants // une ligne […] En fragments, en commencements, prise de court] |
[…] de la mano de Daniel Arana titulado «Hacia lo solo: a propósito de Henri Michaux». Enlace: https://amanecemetropolis.net/el-camino-hacia-lo-solo-una-nota-sobre-michaux/ coetáneo suyo y compañero de inmersión a través del infinito turbulento.[5]El infinito […]