Alberto Moravia, Cesare Zavattini, Carlo Ponti, Vittorio de Sica, Sofia Loren, Jean Paul Belmondo, Raf Vallone…….en las décadas en que el cine italiano asombró al mundo, muchas películas han pasado a la historia del cine, ésta, titulada en España “Dos mujeres”, es otra más de ese inagotable catálogo. Poco importa que entre Sofía Loren y Eleanora Brown no existiera la diferencia de edad que puede exigir la maternidad, la verdad rebosa por todos los poros de una historia llena de muerte, desgracia, sensualidad, miseria, vergüenza e ignorancia deliberada, ignorancia inexcusable podría llegar a decirse.
Superado el neorrealismo, del que Vittorio de Sica fue uno de los pioneros, “La ciocara” se encuentra mucho más cerca del mismo que lo que el paso del tiempo puede predecir. Rodada en 1960 nada nos impediría situarnos en los últimos años de los 40 como si el rodaje hubiera tenido lugar al mismo tiempo que Ladrón de bicicletas o El limpiabotas. Esa Roma bombardeada, esa sociedad de guerra en la que la inmensa mayoría de los ciudadanos no se cuestionan ni la moralidad de su gobierno ni la moralidad de las propias acciones, un dejar hacer para culpar a otros de las propias omisiones. Cesira (Sofía Loren) es la “mater amantissima” de Rosetta (Eleanora Brown), hija de un matrimonio de conveniencia nada impuesto, calentar una cama por la noche bien lo vale si, a cambio, hay el dinero suficiente como para olvidar la estrechez del campo, las necesidades del hambre. Para Cesira, la joven Rosetta sigue siendo una niña, para los hombres que empiezan a cruzarse por el camino, las miradas se detienen tanto en la exuberancia de la madre como en la promesa de una hija bella.
Cesira es el prototipo de persona posibilista, da lo mismo dictadura que democracia, guerra que paz, sexo que amor…..lo importante es sobrevivir lo mejor que se pueda y aprovechar las armas que se tienen a mano, ojos que no ven corazón que no siente. Las referencias políticas que se van haciendo a lo largo de la película colocan al personaje de la Loren en el limbo, no ocultando hasta cierta simpatía por el Duce, tanto Cesira como los habitantes y refugiados del pueblo al que huye temiendo por la vida de su hija ante los bombardeos que sufre la capital, ven con ojos suspicaces a todo aquél que habla de política para despotricar del fascismo. La primera intervención de Michele (Jean Paul Belmondo) en la película es un puñetazo a la conciencia de todos los presentes, que, sin embargo, no se sienten aludidos, sino que se molestan porque el ambiente de fiesta campestre se vea enturbiado por algo tan molesto y poco elegante como el recuerdo de la guerra y el origen de la misma amparada en unas urnas que elevaron al Duce al poder. En medio de la campiña, con víveres, en medio de una comida primaveral, Michele acusa al pueblo italiano de los males que le suceden al aceptar, indolente y silencioso, la existencia de un gobierno como el de Musolini.
A Cesira tanto le da uno como otro, cuando baja del tren que le lleva con su hija a lo que cree será el refugio seguro de la montaña, se exhibirá delante de los soldados alemanes que van al frente, “qué simpáticos son los alemanes”, cuando tenga que enfrentarse a un par de policías camisas negras que demuestran demasiado interés por Rosetta e insisten en que ambas duerman en el cuartel, la lugareña que les ha permitido dormir en su granja esa noche dirá, “son buena gente, son fascistas”. De Sica va retratando una sociedad cómplice con sus males, silente por convicción, cooperadora y nada molesta con la ocupación nazi, sólo cuando la realidad afecta directamente a cada personaje se será capaz de diferenciar lo malo de lo bueno.
En el tránsito de la capital al campo y del campo a la capital, Cesira va a darse de bruces con la realidad, con un duro golpe tras otro, su hasta entonces, cómoda vida, alterada por el efecto de los bombardeos, viene a descubrir la maldad humana en todos sus componentes, la guerra no es una fiesta ni un elemento decorativo, las luces que iluminan el cielo no son un decorado para entretener al campesinado, detrás de una columna de blindados americanos puede aparecer un caza alemán que ataque tanto a las tropas como a los civiles, lo irreflexivo de desplazarse en soledad con una hija adolescente se cobra su precio. Esta madre mediterránea, dispuesta a sacrificarse hasta el máximo por la hija, por mantener su inocencia, su pureza, fracasa por su propio egoísmo, la Italia que representa Cesira es mancillada por los alemanes, que en su huida no dudan en matar sin sentido a los habitantes de un país que los acogió, frustrados por no poder acabar con quienes de verdad les combaten, pero también por los libertadores, en esta ocasión bajo la representación de musulmanes que batallan junto a los aliados. La tremenda escena de la violación dentro de una iglesia bombardeada puede dar para muchas interpretaciones, seguro que Houellebecq podría tener presente la escena de esta película en su apocalíptico análisis del fin de Europa, pero sería injusto identificar a los violadores como musulmanes y no como hombres. A lo largo de la película, antes y después de esta escena, muchos otros hombres reflejan en su mirada, el mismo deseo, la misma lujuria salvaje que las tropas turcas desahogan con las dos mujeres. Hasta el camionero italiano que las recoge tras la afrenta es inmune a lo que sospecha y ve en la pequeña Rosetta la posibilidad de divertirse con carne joven y ajena a su pueblo.
En dos momentos Sofía Loren se nos aleja de la pantalla mediante el uso de efectos ópticos, una cámara que se aleja del punto central de referencia, la primera desde un plano superior en la carbonera de Raf Vallone, una escena llena de erotismo y deseo, y de amor, de amor del de verdad pero que las convenciones sociales ocultan, Cesira desea y quiere ser deseada, por eso el plano en que ella es rodada desde un punto elevado, imaginando la visión que el personaje interpretado por Vallone tiene de ella, no deja de ser la elevación de un ruego, la petición de que un hombre que la respeta sea capaz de amarla. Ese alejamiento de la cámara se reproduce, en condiciones mucho más dolorosas y permanentes, en la habitación donde Cesira y Rosetta han sido acogidas tras ser violadas, madre e hija, fundidas en un abrazo lleno de secuelas, abandonan nuestra pantalla, cada vez se van haciendo más diminutas mientras nuestro recuerdo de lo visto nos hace más daño, al final del camino la risa y la alegría de la mirada ha desaparecido, para siempre, de estas dos mujeres, por eso cada vez las sentimos más lejos, abandonadas, perdidas en su amargura. Este plano no es tan diferente del que las dos hermanas de Gión ofrecen al final de su película, sólo faltaría el repudio del género humano en el abrazo entre madre e hija, pero no es necesario, sobradamente sabemos lo que pueden pensar ambas de las personas con las que se han ido cruzando en este fin de la guerra.
Cuando lleguen a Roma no serán las mismas que salieron de la ciudad meses atrás, ha muerto gente querida por sus ideas, algo que para Cesira era impensable al tomar el tren, han perdido físicamente una dignidad que se dejaron pisotear años antes mientras el fascismo asolaba su país, solo que, como ella no se opuso al régimen, parecía no existir. Han sido tratadas como objetos, pisoteadas, tratadas como locas, dos mujeres solas en una carretera polvorienta tratando de limpiar su alma con el agua del río. Nada volverá a ser como antes, ni tampoco habrá ganas de luchar por recuperarse. A veces se está a tiempo de enfrentarse a los males que se avecinan, lo que pasa es que hay que mirar alrededor para darse cuenta de que lo que a uno no le afecta de momento, puede terminar pasando una factura inasumible a corto plazo. Lo escribió muy bien Brecht, porque no seamos judíos nada impide que, antes o después, seamos tratados como ellos y ya no quede nadie para defendernos.
Hola: La crítica que has hecho de la película es muy buena. Acabo de ver la película y lo que has dicho es preciso y claro.
Se agradece tu lucidez y conocimiento del comportamiento humano en circunstancias extremas.
Creo que cuando, dejamos que la injusticia se manifieste y miramos hacia el lado, tarde o temprano, nos pasa la cuenta.
Saludos,
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