Érase una vez un hombre en una balsa, a la deriva tras el hundimiento de su nave en el mar del Caribe. Érase una vez un marinero solo en mitad del océano, sin compañeros de tripulación, sin comida, ni agua. Érase una vez la historia de Luis Alejandro Velasco contada por Gabriel García Márquez, cuya publicación le costó al autor el exilio y al protagonista, la gloria de su reconocimiento como héroe nacional de Colombia. Los finales de los cuentos, si se mezclan el contrabando y la política, nunca acaban con perdices y bodas.
Decía Abraham Maslow que sólo se atienden las necesidades superiores cuando se han cubierto las inferiores. ¿Puedes generar pensamientos ligados a la autorrealización, sin tener el estómago lleno, con la lengua agrietada y la espalda cuajada de ampollas? En todo caso, puedes llegar a plantearte el ser o no ser como alternativa práctica a tus escasas probabilidades de supervivencia, pero no detenerte en la integridad moral o en la búsqueda de la singularidad, aunque el entorno de mar y sol sea, a menudo, asociado a un paisaje paradisíaco y vacacional que pueda propiciar la introspección. Suponemos que Hamlet sería comprensivo y no se atrevería a juzgar esta debilidad en el ánimo.
“No se piensa. No se tiene ninguna noción de los sentimientos”[1]GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. 1992. Relato de un náufrago. Barcelona: Tusquets, p. 66, porque el espacio y el tiempo permanecen suspendidos en un limbo silencioso, que no ofrece ningún eco, sólo la puntualidad de los tiburones a las cinco de la tarde. Luis Alejandro Velasco, aferrado a la esfera de su reloj como si fuera el ancla que lo sujeta a la vida, va contando diez jornadas iguales, carentes de señales, tan poco descriptivas que duda de los días del calendario y su exactitud. Sólo puede imaginar cómo su familia, en Cartagena, estará celebrando su funeral, llorando su ausencia sin cuerpo e ignorando que sus rezos no llegan mar adentro. La soledad, aunque uno “sigue oyendo las voces que recuerda”[2]Ibíd., p. 42, es un plato vacío que tortura con la reminiscencia de entremeses, sopas y postres de otras veces. Estuvieron, ya no están. Aún peor, ¿volverán? En algo se parece a la nada –infinita, insostenible-, aunque contenga tanta angustia y melancolía que sea un todo voraz, apretando entrañas que ni siquiera uno sabe localizar en su ser. ¿Dónde duele la soledad?, ¿en qué lugar se formó la úlcera asfixiante del único superviviente del destructor Caldas?, ¿aliviaron en algo los hechos pasados o, por el contrario, envenenaron con comparaciones su agonía?
“Yo era un muerto en la balsa”[3]Ibíd., p. 75, cuyas posesiones se limitaban a unos zapatos –de suela tan bien rematada, que no podía ni mordisquear-, un reloj de pulsera, unas tarjetas de un almacén de Mobile (Alabama), unas llaves y un remo destrozado en una lucha con los habitantes marinos. La esperanza fue quizás el ingrediente indispensable del elixir que lo mantuvo vivo, esa tenacidad en el ser humano que tiende a no darse por vencido, a pesar de que el horizonte no muestre ni un atisbo de cambio. Esperanza, estimulada y soliviantada a la par por las alucinaciones de aviones al rescate, del espejismo de estar llegando a tierra y de la silueta recortada en mitad de la noche de uno de sus compañeros ahogados. No saber distinguir la realidad de una enajenación momentánea puede convertirse en la peor de las pesadillas, en un engranaje de cristales cóncavos y convexos que deforman lo inmaterial haciéndolo accesible. La belleza puede diluirse como la pintura de un lienzo bajo la lluvia y la sonrisa del amigo que apunta con su dedo el oasis cercano, tornarse en caricatura tras un parpadeo.
Los sentidos ya no le pertenecen a aquel que, debilitado por el hambre, la sed, la extenuación y la fiebre, se abandona al juego maldito de refugiarse en el deseo.
“Relato de un Náufrago” (1970) fue publicada por Gabriel García Márquez como reportaje periodístico novelado, tras recogerse en el diario El Espectador de Bogotá, durante catorce días consecutivos en el año 1955. Al principio, el propio gobierno aplaudió el testimonio del joven Luis Alejandro en los medios de comunicación, hasta que quince años después éste decidió contar toda la verdad y no le quedó más remedio que abandonar la Marina; al mismo tiempo que García Márquez iniciaba su exilio en París, “un poco nostálgico que tanto parece también una balsa a la deriva”[4]Ibíd., p. 13.
En él no vamos a encontrar realismo mágico, aunque la situación tenga algo de fantástica o mágica y el protagonista sufra una notable metamorfosis a lo largo del relato. Simplemente, se trata de la exposición de unos hechos tal y como son recordados por el narrador, en una línea sin acontecimientos extraordinarios, cuya trama principal es la conservación. Sin embargo, si no se toma únicamente como un diario donde se anotan frases sueltas, el lector puede ser capaz de recrearse en la reflexión acerca de incertidumbres reales. A medida que avanzamos en su naufragio, observamos el despojo de un hombre que lo único que posee es su propia vida. El mar constituye una senda incierta, un desierto existencial y material, con un fondo desconocido y un horizonte plano. ¿No experimentamos todos, alguna vez, un período de crisis donde ni remar ofrece consuelo? Algunos lo describen como un pozo, otros como un camino repleto de obstáculos, pero ese desarraigo del sí mismo parece común al género humano.
Leer a Gabriel García Márquez es siempre una aventura, una experiencia fuera de lo común. No es un escritor de plantilla. Él afirmaba que no eligió ningún estilo, que éste lo determinaba el ánimo del momento. A partir de ahí, “los críticos construyen teorías alrededor de esto y ven cosas que yo no había visto”[5]SIMONS, Marlise. 1988. “Gabriel Márquez on love, plagues and politics”, en The New York Times (21 de febrero de 1988). Disponible en: <https://www.nytimes.com/1988/02/21/books/gabriel-marquez-on-love-plagues-and-politics.html>. [Fecha de consulta: el 16 de julio de 2020].
Título: Relato de un náufrago |
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Referencias
↑1 | GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. 1992. Relato de un náufrago. Barcelona: Tusquets, p. 66 |
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↑2 | Ibíd., p. 42 |
↑3 | Ibíd., p. 75 |
↑4 | Ibíd., p. 13 |
↑5 | SIMONS, Marlise. 1988. “Gabriel Márquez on love, plagues and politics”, en The New York Times (21 de febrero de 1988). Disponible en: <https://www.nytimes.com/1988/02/21/books/gabriel-marquez-on-love-plagues-and-politics.html>. [Fecha de consulta: el 16 de julio de 2020] |