Imaginen ustedes a una joven pelirroja que pasea por las calles de Buenos Aires, aquejada de bibliofagia –por utilizar el término de Delepierre- y decide, dentro de sus adquisiciones, hacerse con la escasa obra de un ignoto autor en España, nacido en Rosario, y que responde al nombre enigmático de C. E. Feiling. No satisfecha con eso, regresa a la ciudad y adquiere un volumen más de sus libros, que regala a otro bibliófago. Sin duda, esta historia no le dirá nada a quienes no sean él o ella, naturalmente, pero sí que explica la existencia de este texto. Está claro que el término bibliofagia tiene, en origen –Umberto Eco me daría la razón-, un carácter potencialmente agresivo o destructivo, pero lo que se plantea aquí, con la elección del término, es su capacidad para permitir una comunión perfecta entre el cuerpo y la mente, entre un texto venerado, incluso venerable, y su lector. La desaparición (figurada) del objeto no es entonces más que el preludio de la sublimación de las palabras, finalmente integradas por el sujeto. Me pregunto ahora si ese Buenos Aires, la más europea de las capitales latinas, que Feiling brinda en El Mal Menor[1]FEILING, C.E. 2021. El mal menor. Buenos Aires: La Bestia Equilátera (en adelante, todas las citas del libro estarán extraídas de esta edición y se consignarán entre paréntesis), el libro que rescató para mí dicha joven, no es sino una ciudad oscura donde sólo el nombre de la topografía permite saber dónde estamos, muy lejos ya del estereotipo de América Latina que ha colonizado el imaginario occidental. Si son esas calles que allí se describen las mismas por las que pasearía la bibliófaga con la que se abre este escrito.
Habrá que explicar todo esto y, por eso, les pido que imaginen otro supuesto, aunque este ya ha sido consignado en el libro de Feiling: Buenos Aires está invadida por una suerte de espectros que sólo unos pocos pueden ver, y el Mal ha abierto una brecha en El Cerco, justo sobre la zona de la calle Narvaja. Allí, Inés, la protagonista del libro, porteña culta y adicta a la cocaína, acaba de mudarse a un alojamiento, no muy lejos del restaurante del que es socia, con un amigo, y la primerísima noche que pasa en la casa (sola, salvo por su gata Azucena) se encuentra, aterrorizada, con una aparición monstruosa. Sigue la tragedia: el suicidio de su compañero y muchos más oscuros presagios y aventuras, entre las que figura otro personaje importante, Nelson Floreal, un adivino que, de noche, sentado frente a la puerta de su casa, observa con preocupación el singular ir y venir de no vivos que recorre las calles bonaerenses.
Aquí tienen ustedes unas bases sencillas como punto de partida. No hace falta desvelar mucho más. Feiling es un maestro de la prosa, da clases de literatura en Argentina y Reino Unido, y la atmósfera oscura e inquietante que consigue hace que la crítica lo reciba, desde la publicación del libro en 1996, como el padre fundador de la novela de horror puro argentina. Vayamos más lejos, con motivos estilísticos que podrían explicar tal distinción. Primero de todo, porque posee una mirada que es propia no sólo de la literatura, sino también del cine. El efecto desorientador que emerge es un reflejo de la estructura, dando así la impresión de que el autor sigue a sus personajes casi despreocupadamente o que lo hace sin creer del todo en el miedo que quiere que experimenten sus lectores. Este efecto alienante que surge del contraste entre oscuridad y luminosidad no degrada el potencial de la novela sino que, por el contrario, lo intensifica, haciéndola, en efecto, un caso único en el género. Caso que ha revivido la tradición cultural latinoamericana con una expresión muy personal de ese mundo lovecraftiano dominado por otras deidades, que abren las puertas a un mundo maligno de corrupción gnóstica.
Caricatura grotesca de los idilios naturalista y marxista, Feiling dispone una variedad de escenarios –la casa de Inés, el barrio, Buenos Aires, Sudamérica e incluso los Trópicos- en los que el mal acecha sin excepción, avanzando, ganando espacio, demoliendo lugares comunes y coleccionando muertes, adaptándose, acumulando energía para ensanchar la brecha y permitir que dos mundos, nada menos, fluyan el uno hacia el otro. Feiling ha aprendido perfectamente la lección del It de Stephen King y pone en escena un mal multiforme, que cambia de rostro según a quién se enfrente, que encarna los miedos de quienes, de vez en cuando, intentan frenarlo: un mal iridiscente es un mal que no tiene identidad propia. Y la indefinición es, por su propia naturaleza, lo que engendra más miedo, pues siempre se teme lo que no se conoce. Nos horroriza un rostro sin rasgos. Nos aterra una amenaza que no comprendemos de dónde procede. Lo que es borroso, potencialmente no tiene fronteras. Pero Feiling sigue adelante y el universo semántico en el que hace moverse a sus personajes, y donde articula su historia, lo construye sobre una unidad básica que lo hace increíblemente coherente consigo mismo y con la propia historia: toda la lovecraftiana cosmogonía que sostiene el universo de El mal menor, y que amenaza con hacer añicos el mundo tal y como lo conocemos, está centrada en el poder destructor y creador del sueño.
Volvamos al Cerco. ¿Qué hay más allá de él, sino una dimensión en la que existen (en el verdadero sentido de la palabra) los sueños del mundo (o, para ser más precisos: de los seres humanos), un contenedor oscuro en el que se confina el inconsciente del mundo? Este es el eje innovador del libro. Nadie busque aquí oscuros presagios, casas encantadas, ciudades invadidas por hordas de fantasmas, brujas, monstruos o vampiros. El centro de todo ello –básicamente ahora que lo sabemos, y lo sabemos porque Feiling nos lo ha explicado (o mejor dicho: nos lo ha hecho entender)- es el inconsciente colectivo, el mal que viene de dentro. No del interior de un solo ser humano, sino de la misteriosa oscuridad que anida en los sueños de toda la humanidad. ¿Y qué puede haber más aterrador y perverso que los sueños de la humanidad? ¿Qué sería de la realidad si lo que sueña la humanidad se materializase de repente? O, de nuevo, ¿qué pasaría si la realidad fuera lo que es –es decir, en muchos aspectos y en muchas latitudes, un auténtico infierno en la tierra- precisamente porque ese mundo más allá del Cerco ha abierto una brecha y se ha infiltrado en nuestro presente?
Feiling no se concentra, por fortuna, en complejas explicaciones psicológicas o antropológicas, sino que, poco a poco, a medida que su protagonista va descubriéndolo todo, propone aceptar la realidad tal como es, absurda y trágica, ilógica y sin embargo racional, limitándose a seguir a sus personajes, conduciéndolos fríamente hacia el cumplimiento de sus destinos. A veces uno pensaría que se encuentra, de nuevo, en una continuación de El quimérico inquilino de Topor (y Polanski). De hecho, El mal menor es una novela estremecedora que avanza hacia la catástrofe con monstruosa ligereza. Libro único, deudor del imaginario cinematográfico pero al mismo tiempo literario, extraño y alienante, desorienta al lector, llevándole a asumir la mirada dolorosa e incrédula de quien sabe que morirá poco después (y los personajes de la novela mueren, uno tras otro, como morirá su autor, con una facilidad repentina, ilógica pero absurdamente natural). Sólo al final del libro encuentra cada pieza su lugar, y la realidad se deja invadir por los propios sueños.
Pienso que Lovecraft hizo bien su trabajo. Nos acostumbró a un mundo dominado por deidades malignas que desean la corrupción de la humanidad, que existen en el entorno cotidiano y cuya existencia nosotros, los mortales, ignoramos, fingiendo no reconocerlas. Lovecraft, en primer lugar, describió un mundo ascendente donde la oscuridad no es sólo la mortaja que envuelve la Tierra para devolverla al dolor cósmico. La visión lovecraftiana del mundo no es ciertamente la más optimista, pero es justo ésta la que sigue fascinando al lector moderno. Con It, que antes nombraba, Stephen King ha exhumado temas lovecraftianos para adaptarlos a una novela que, pese a su cualidad de comercial, es todavía difícilmente imitable. Tampoco Feiling deprecia, ni por lo más remoto, la literatura de autor. Se coloca cerca de Borges, cuando éste escribe, entre un sentido de humanidad visionaria y misticismo gótico: «En la vida siempre ha habido demasiadas cosas; / Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar; / el tiempo ha sido mi Demócrito. / Esta penumbra es lenta y no duele; / fluye por una suave pendiente / y se parece a la eternidad»[2]BORGES, Jorge Luis. 1974. Obras completas. Buenos Aires: Emecé, pp. 1017-1018.
Todo encaja a la perfección con el poético sentimiento del libro de Feiling, una excelente novela –digámoslo de una vez por todas- en la mejor tradición latinoamericana, que ve a los protagonistas repartirse entre los vastos territorios lisérgicamente corruptos de Argentina o Cuba.
No puede negarse que la literatura latinoamericana cuenta con ilustres nombres de escritores que han creado folclóricos imaginarios que fascinan y asustan al mismo tiempo. Casa tomada, de Cortázar, introduce un elemento inexplicable –e inexplicado- de otro mundo, un sutil elemento sobrenatural en un escenario por lo demás ordinario. El Paradiso de Lezama Lima aborda el mito de Fausto en la vida cotidiana con un refinadísimo trabajo lingüístico, Cien años de soledad es otro ejemplo de cómo dosificar elementos fantásticos y reales en las proporciones adecuadas. Sea como fuere, encuadrar el estilo artístico de Carlos Eduardo Feiling –que nunca quiso firmar sus libros con su nombre completo- es casi imposible, aunque uno se sienta tentado a compararlo con Borges y Lovecraft. Feiling se ha visto influido –y no poco- por ambos, así como por Poe o Stephen King, y sin embargo, situar a Feiling entre los autores de terror u oscuros no es del todo posible. Tengo para mí que nuestro autor, pese a todo, se negó a vestir el harapo de escritor de género. Su mirada es una muy desencantada –llamémosle pesimista cósmico– con las últimas vicisitudes que han marcado la vida de Argentina, su obra postrera antes de morir a los treinta y seis años, víctima de una leucemia.
C.E. Feiling evade la tradición argentina, e inscribe a El mal menor en la tradición universal del género, específicamente la anglosajona, de la cual toma y reformula mitos y estereotipos, estableciendo con sus antecedentes una relación que incluye continuaciones y transgresiones: «Desperté, si es que en realidad había dormido, a causa del olor. Era algo nauseabundo, como una mezcla de excrementos animales, azufre y sábanas de enfermo. Contuve a duras penas las arcadas antes de reparar en la otra anormalidad, un frío intensísimo que no provenía de la bañera sino del ambiente todo […] Los pasos eran lentos, casi inseguros. El hombre cojeaba –podía oír cómo uno de sus pies rozaba siempre el piso y debía tener chapas de metal en la punta y el taco de sus botas […] Aunque hubo un momento de absoluta indiferencia, de hasta sombrío regocijo por haber descubierto el origen de los taquitos, muy pronto el pánico me mordió la columna y tomó de la garganta, me lastimó la boca del estómago» (34-35).
Una vez que lo desconocido aparece, sabemos que «la normalidad se ve amenazada por el monstruo»[3]WOOD, Robin. 2003. Hollywood from Vietnam to Reagan… and Beyond. New York: Columbia University Press, p. 71. Esta fórmula básica de Robin Wood (re)presenta un paradigma que afecta a la dinámica clave del género, a pesar de sus múltiples formas a lo largo de todas las diversas épocas. Mientras que el bosque o lo primitivo se emplean tradicionalmente para dilucidar el miedo y el aislamiento de los protagonistas, Feiling utiliza un espacio creado por el hombre, un apartamento, para aumentar el terror del lector, sugiriendo la facilidad con la que podría ocurrirnos a los demás. Y es que un lector ha de aproximarse a la literatura de horror, pienso, por su capacidad para abordar y desentrañar preocupaciones centrales de la experiencia humana.
El libro de Feiling es, como los monstruos que en él se retratan, una criatura híbrida y la mezcla que su autor construye en esta novela no hace, pues, sino colocarla en la propia hibridación de la literatura de terror contemporánea. El horror violentísimo que se nos brinda en El mal menor, furioso y arrebatado, aparece por sorpresa desde una realidad sobrenatural para invadir lo cotidiano de un Buenos Aires que, antes, ha adquirido logrados tintes costumbristas: «en el río […] se divisiva un buque iluminado, de esos hoteles flotantes que aún siguen dando la vuelta al mundo para visitar sitios tan exóticos como Buenos Aires» (29). Feiling construye uno de los grandes ejemplos de novela de terror ligada en su origen al gótico que, tal como afirma Jackson, «se convierte en una forma literaria capaz de interrogar más radicalmente las contradicciones sociales, dejando de limitarse a maquillar las carencias de la sociedad. Se vuelve progresivamente hacia el interior para ocuparse de problemas psicológicos, utilizados para dramatizar la incertidumbre y los conflictos del sujeto individual en relación con una situación social difícil. El sujeto ya no confía en apropiarse o percibir un mundo material. El gótico narra esta confusión epistemológica: expresa y examina el desorden personal, oponiendo a las unidades clásicas de la ficción (de tiempo, espacio, carácter unificado) la aprehensión de la parcialidad y la relatividad del significado»[4]JACKSON, Rosemary. 1981. Fantasy: The Literature of Subversion. London & New York: Methuen, p. 97. En otras palabras, refleja la alienación, la paranoia, la fragmentación y la pérdida de identidad del hombre urbano.
Lo que Punter y Byron aplican a la literatura de King, y su espantosa violencia e inexplicables perturbaciones sobrenaturales allí descritas, se ven constantemente compensadas por una cierta indomabilidad por parte de algunos de los personajes humanos: de hecho, los fenómenos ocultos a menudo parecen ser sólo un dispositivo para representar, una y otra vez, una batalla humana[5]PUNTER, David, Glennis BYRON. 2004. The Gothic. Oxford: Blackwell, p. 34. Si el gótico crece con el aumento de la violencia, la industrialización y otros acontecimientos, creo que Feiling se sirve de los extremos del horror literario para perseguir la atención necesaria que necesita la cuestión de la violencia que impregna nuestros días y para protestar contra las fuerzas que no son utilizadas adecuadamente. El mal menor es un ejemplo extraordinario de literatura gótica y la definición de horror que plantea su autor se halla en la introducción de lo sobrenatural y el encuentro con las fuerzas del mal, transcribiendo lo que otro importante escritor argentino ha llamado factores de presión fóbica[6]GANDOLFO, Elvio. 2007. El libro de los géneros. Buenos Aires: Norma, p. 211, que habrían de reflejar los temores de la sociedad argentina, esto es, el genocidio durante la última dictadura militar, el racismo o el machismo bajo un exterior de normalidad[7]Ibíd., p. 212.
No hay gran obra de género sin una trama trepidante y, dentro del género, no hay gran obra de terror sin una trama que hiele la sangre. El mal menor alcanza este doble objetivo en cotas realmente admirables: describe, como dice Luis Chitarroni en el prólogo, «el mal y le otorga cierta tangibilidad misteriosa que solo pueden darle […] los maestros del lenguaje (14). Salvajemente original y aterradora, el comienzo de la novela, pues todos los comienzos en un buen libro son importantes, con ese «los tacos, los ta-qui-tos» (23), despierta nuestra curiosidad de inmediato. Antes de saber que la novela habrá de plantear un grado de existencia y una ubicación espacial para un mundo onírico, ese inicio nos lleva a pensar en el misterio de la fantasía, en cómo surge y opera. Esa frase con la que da comienzo la novela de Feiling nos hace pensar que se acerca a un equívoco –lo cómico, lo naturalista- y, en cuanto la joven Inés y el quejoso vecino empiezan a conversar y todo empieza a teñirse de un aura siniestra, el lector queda en una extraña indefensión. No es posible separar los dos ámbitos, hasta aquí llega la descripción. Aquí comienza el diálogo. Este es el gran enigma. El horror va a empezar a colarse por los intersticios de la cotidianeidad, que no es sino el inicio de lo terrible, por citar a Rilke.
Y yo me pregunto ahora qué desenterrará, en su próxima visita a Buenos Aires, esa joven pelirroja o si, de algún modo y manera, dará con las claves de la corrupción humana, casi tres décadas después de la aparición del libro de Feiling. Quedaremos a la espera. La conversación sigue inconclusa.
Título: El mal menor |
---|
|
Referencias
↑1 | FEILING, C.E. 2021. El mal menor. Buenos Aires: La Bestia Equilátera (en adelante, todas las citas del libro estarán extraídas de esta edición y se consignarán entre paréntesis) |
---|---|
↑2 | BORGES, Jorge Luis. 1974. Obras completas. Buenos Aires: Emecé, pp. 1017-1018 |
↑3 | WOOD, Robin. 2003. Hollywood from Vietnam to Reagan… and Beyond. New York: Columbia University Press, p. 71 |
↑4 | JACKSON, Rosemary. 1981. Fantasy: The Literature of Subversion. London & New York: Methuen, p. 97 |
↑5 | PUNTER, David, Glennis BYRON. 2004. The Gothic. Oxford: Blackwell, p. 34 |
↑6 | GANDOLFO, Elvio. 2007. El libro de los géneros. Buenos Aires: Norma, p. 211 |
↑7 | Ibíd., p. 212 |