¿Dónde empieza la locura y termina la cordura en el mundo de la cultura?
Poco han cambiado las cosas en este país de pandereta desde las andanzas de Tomás de Torquemada en el siglo XV. Sorprende ver que hoy en día la envidia, el Opus y la tontería continúan siendo las señas de identidad de una España que vaga sin rumbo en donde existen listas negras que engloban a los miembros mejor preparados de la sociedad.
Animo a los adolescentes que estén leyendo este artículo a que acudan de inmediato a una agencia de viajes para reservar plaza en el primer vuelo a Estocolmo. No trabajarán de ingenieros ni de arquitectos, ni siquiera de botones en un hotel del extrarradio, simplemente fregarán suelos en un kebab del centro. Cuando les asciendan, ganarán diez coronas suecas extra por cortar los filetes de carne de ese aparato mugriento que da vueltas y que tanto gusta al jefe del establecimiento. Aquí, en España, los que se queden no podrán aspirar ni a limpiar los baños del kebab del barrio. Además, ni siquiera podrán vivir con sus padres. Los de mi generación sí que contábamos con el respaldo del hogar familiar cuando llegó la crisis, pero dentro de 15 años los que se conviertan en padres habrán nacido ya en la inmundicia laboral y social, de manera que sus hijos estarán aún más cubiertos de mugre.
Así pues, la respuesta es muy sencilla: no estudiéis. ¿Para qué? No tiene ningún sentido saber idiomas, acumular máster y tener un par de carreras si después no se puede demostrar la valía. Es mejor que os acomodéis debajo del puente con los colegas. Os animaría a drogaros, pero seréis más pobres que las ratas y drogarse requiere de pasta. Hay que joderse. Siempre queda que volváis al pegamento de los ochenta.
Uno de mis mejores amigos se llama Iker. Es de Logroño y lleva en paro casi cinco años. Tiene 43 años y uno de los mejores currícula que he visto en mi vida. Le echaron de una televisión madrileña tras un expediente de regulación de empleo. En realidad, el ERE fue un alivio porque en la empresa le hacían mobbing y los últimos meses fueron muy duros.
Mi amigo trabajaba en una sección que entretenía a quienes tomaban el suburbano de la capital con noticias mal escritas llenas de faltas de ortografía y vídeos locutados por unas voces estridentes que provocaban que los pasajeros del metro se asustaran cuando esos aullidos se mezclaban con el chirriar de los raíles del tren.
Iker tiene dos carreras, sabe varios idiomas, amasa una cultura ingente enriquecida tras años en el extranjero, escribió su primera novela a los cuatro años y se ríe constantemente de sí mismo. Es, por lo tanto, el caldo de cultivo ideal para que un jefe con complejo de inferioridad e inteligencia deficitaria le amargue la existencia.
Los medios de comunicación en este país funcionan por enchufe, por amiguismo de pandereta y se nutren de becarios a los que pagan una porquería y a quienes explotan durante jornadas maratonianas.
Demasiada corrupción informativa, caciquismo y canales politizados.
La envidia que suscitaba Iker se remontaba a la escuela. Puede decirse que con apenas cuatro añitos ya contaba con un nutrido grupo de enemigos. Había estado en el punto de mira de sus compañeros de clase e incluso de sus profesores. En aquellos tiempos no se denominaba bullying, pero lo cierto es que el joven Iker tuvo que soportar patadas, golpes e insultos del resto de chavales. Varios profesores e incluso el tutor de los Jesuitas de Logroño en un par de ocasiones llamaron a sus padres a consultas, como se hace con los embajadores, para tratar de encauzar al chico. “Es un poco raro”, solían decirles, en un momento en que la enseñanza para las personas con capacidades superiores era una entelequia desconocida por la mayoría.
Pasaba los recreos encerrado en la capilla del colegio para que no le pegasen. Esto hizo que su corazón se recubriese de una dura capa. Una capa que admitía besos y requiebros, pero de unos pocos elegidos. Una capa que, al mismo tiempo, detectaba a los indeseables.
A mi amigo le insultaban un día sí y otro también, estaba acostumbrado.
Le pegaron en tres ocasiones. La primera, a los cinco años. No fue un compañero de clase lanzándole el compás o el estuche lleno de lapiceros de colores encima. Tampoco un profesor que le diese una azotaina en el culete. Fue un jesuita, un sacerdote, el hermano jardinero. El pequeño Iker salía de clase de gimnasia. Se había quedado un poco rezagado. El jardinero cogió un palo de madera y atizó una manta de hostias a Iker. Hematomas en nalgas, pantorrillas y muslos. Tuvo la delicadeza de no pegarle en la cabeza. La segunda vez que le pegaron fue mucho tiempo después, a los 16 años. Fue elegido delegado de clase, maniobra urdida por el tutor para que fuese el hazmerreir de todos. No cabía en la cabeza de nadie que el chico solitario y taciturno que pasaba los recreos escondido en la capilla y que apenas contaba con la distracción de sus libros fuera escogido como delegado por unanimidad. Ese año, tercero de BUP, el colegio organizó un viaje para celebrar el fin de los tres años del bachiller antes de que los chavales pasaran a COU. El lugar elegido fue Roma. Lo normal habría sido que Iker no fuera a ese viaje, pero al muchacho le apetecía conocer Italia. En el autocar nadie se sentó con él. Al llegar al primer destino, San Remo, donde estaba previsto dormir, se quedó solo en la recepción del hotel en compañía del tutor, el mismo que había organizado toda la parafernalia meses atrás para su nombramiento como delegado de clase. El resto de sus compañeros ya estaba en sus habitaciones. El tutor echó un vistazo a la distribución de los cuartos y le mandó al de Enrique, Ernesto y Gaztea, precisamente los tres chavales que más detestaban a Iker. Durante dos semanas tuvo que soportar bofetones y patadas en mitad de la noche que le sobresaltaban, insultos de loca, maricón, empollón e invertido, veía asimismo como su ropa estaba destrozada a tijeretazos y el neceser de aseo personal lleno de espuma de afeitar mezclada con colonia y gomina.
La tercera vez que le pegaron fue al año siguiente, antes de comenzar la Universidad, en un campamento de verano al que su madre le mandó para solucionar los problemas de sociabilidad de su hijo. No me apetece hablar mucho de esta última vez (en realidad a Iker la vida le ha pegado muchas veces y sigue haciéndolo, psicológicamente hablando, pero ahora su frase de cabecera es ¡que os jodan! y se ha convertido en una de las personas más fuertes y sabias que conozco) porque fue la más traumática. Simplemente un dato: chaval de 17 años zarandeado por más de treinta personas, chaval de 17 años haciéndose un ovillo en el suelo mientras que una amalgama de personas le da patadas y le escupe, chaval de 17 años observa por el rabillo del ojo cómo el cura y monitores de ese campamento ven lo que está pasando, lo ignoran y se encierran en la cocina.
Démonos cuenta de que dos de esas experiencias tienen como protagonistas a sacerdotes de la Iglesia católica, paradigmas de la caridad cristiana y la ayuda al prójimo.
Esto es solo el principio…
En aquel canal de televisión, adalid del periodismo politizado, Iker era el que disponía de mayor experiencia, más incluso que su jefe. El equipo estaba compuesto por nueve personas, herederos de Pulitzer, por supuesto. En aquel momento, él contaba con 37 años y había trabajado como editor jefe y presentador estrella en varios canales de televisión británicos e italianos. Sus compañeros tenían una media de edad de 21 años, recién salidos de la Facultad, y apenas habían realizado prácticas en la gaceta parroquial o el periódico de la Universidad. Su jefe, quien se vanagloriaba de que saber idiomas y viajar era propio de inútiles, le dijo un día que bajase el ritmo de trabajo porque había recibido críticas de la banda de prepúberes que estaba bajo su mando. Iker le contestó que no bajaría su eficacia y buen hacer por las envidias, bendita palabra en este país de lerdos, de sus compañeros.
El jefe optó por encargarle solamente una media de dos noticias al día, artículos que eran supervisados por sus compañeros de 21 años. Entraba a trabajar a las diez de la mañana y hasta después de comer no tenía nada que hacer. Por otro lado, hasta que en la escaleta no aparecía una V de “visto” Iker no podía locutar la pieza que había redactado. A menudo, sus compis escribían a propósito errores ortográficos o de contenido para que se equivocara al leerla.
Solían acudir a la mesa de Iker con preguntas y sugerencias paternalistas del estilo de “Iker, no sé si sabrás que la capital de Francia es París. Yo, sí. Y te ilumino” o “Iker, Robert Redford es un actor, supongo que no lo sabías. Yo, sí. Y te ilumino” o “2+2 son cuatro. Estoy seguro de que lo dudabas. Yo, no. Y te ilumino”.
Adorables seres.
Una vez que esa televisión echó a buena parte de la plantilla…
Tras el ERE, se convirtió en un canal residual que prácticamente nadie tenía sintonizado en sus televisores. Pasó de tener más de mil empleados a contar con poco más de cien y solamente tenía licencia para emitir programas de los ochenta como Con las manos en la masa o El hombre y la Tierra, sin contar las películas de Chuck Norris.
… Iker subsistía haciendo reportajes de moda para una amiga y escribiendo obras de teatro.
De la noche a la mañana se convirtió en un respetado dramaturgo, con docenas de premios (esculturas y diplomas y menciones de honor, pero ni un duro), obras en medio mundo, reseñas en prensa y reportajes en televisión.
Todo había empezado una noche que acudió con unos amigos a ver una obra en una sala alternativa del centro de la ciudad. En un panfleto, se animaba a autores noveles a que mandasen sus textos a la sede del teatro.
Estábamos en verano y él tenía mucho tiempo libre. Siempre había escrito (ideó su primera novela a los cuatro años y desde entonces no había parado, para él era algo medicinal) e incluso había estudiado arte dramático, un título que había añadido a los 300 que formaban parte de su brillante (y absurdo) currículum. Ni corto ni perezoso, en un par de días, escribió una pieza tragicómica y la mandó a la sala, con la buena fortuna de que fue seleccionada.
Tuvo mucho éxito y le pidieron que escribiese más. Al principio todas se representaban en su ciudad pero, poco a poco, fue haciéndose conocido en teatros del resto del país e incluso de México y Estados Unidos.
Los premios se le acumulaban a modo de esculturas de cobre en casa y recibía llamadas sin cesar de directores desconocidos que querían alguno de sus textos para llevarlos a escena.
Llegó a abrumarse y hasta se fue a vivir a Madrid cinco meses pensando que ganaría un Max y se codearía con Concha Velasco en la alfombra roja. Nada más lejos de la realidad. Sus cinco meses en la capital fueron muy duros. Le hicieron ver que no tenía nada que ver con la farándula y empezó a dejar el teatro en un segundo plano.
Por su experiencia, en el mundo de la escena predomina lo que él denomina carácter mascletà o carácter champán, personas que te prometen el oro y el moro nada más conocerte, que aseguran emocionarse con las obras, te dan su móvil a los cinco segundos para que les llames, o su correo electrónico para que les mandes alguna pieza que, según ellos, representarán en el Teatro Real.
Todo mentira, puro teatro. Iker no entiende qué ganan haciéndolo. ¿Por qué? ¿Qué necesidad hay de chupar el culo y mostrarse encantador si vas a desaparecer a los diez minutos?
Iker prefiere presentar sus creaciones a concursos de enjundia y que sean expertos quienes valoren la calidad real de lo que ha escrito. No es por nada, pero ha ganado muchos premios, y muy importantes. Hasta varias editoriales le han ofrecido la posibilidad de que publique con ellos.
Beneficio económico: 0.
Pero gana en visibilidad. Al menos, eso dicen.
Los amigos de sus padres alucinan cuando se meten en sus redes sociales. Piensan que vive en Cannes o en las Seychelles. Supongo que si no se conocen los entresijos de este sector puede dar la sensación de que se gana bastante dinero.
Iker hace como la Pantoja, “dientes, dientes”. De hecho, una de sus frases de cabecera es “mejor sería pecado” como respuesta a un “¿qué tal estás?”. Si la pregunta se la hace un amigo, su contestación le parecerá maravillosa y se alegrará por él. Si se la formula un mequetrefe, se morirá de envidia.
Nuestro amigo no soporta la tontería e hipocresía del mundillo del espectáculo, similar en cierto sentido a la que se respiraba en televisión, y está cansado de ganar veinte veces menos de lo que podría obtener en Mercadona de cajero.
Reconoce que todo artista tiene un necesario componente de egocentrismo; al fin y al cabo, depende del aplauso del público para seguir adelante. Iker, cuando termina un texto, busca encarecidamente que guste a los espectadores que irán a verlo a la sala de teatro.
Pero ahí se acaba todo. No se deja dominar por el ego, no termina mis frases con un “gracias, vida” o “gracias, universo”, no adereza sus comentarios con un “el arte me subyuga” o “soy especial porque actúo” ni baja las escaleras de su casa apoyado en la barandilla, aún con riesgo de caerse, imitando a Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses.
¿Por qué la mayoría de los artistas emplean los adjetivos “bello” y “lindo” en vez de “guapo” o “hermoso”?
¿Han hecho algo malo ciertos vocablos para que se les haya declarado la guerra?
Un actor no es guapo, es bello. Y un regalo no es bonito, es lindo.
Perdón, que me dejo llevar: bello y bella, guapo y guapa, lindo y linda, hermanos y hermanas, trabajadores y trabajadoras…
Un profesor que tuvo en la Universidad aseguraba que las personas realmente interesantes eran aquellas que acumulaban anécdotas sin pretenderlo y que después, también sin pretenderlo, creaban una fábula con ellas. Es lo que intenta hacer con sus obras e incluso con sus reportajes de moda, añadir una nota diferencial que conmueva a los demás.
De todos modos, algunos se empeñan en joder y en embarrar el camino.
El Opus Dei, sin ir más lejos, esa secta con tentáculos hasta en las alcantarillas.
Pobre Iker.
Una universidad de La Rioja con ramificaciones en Lérida y una televisión de Aragón. En esos dos sitios le han denegado un empleo por su carácter y su condición sexual. En Logroño, de hecho, le aseguraron que su nombre constaba en una lista negra. Me imagino a la secretaria de turno tecleando el apellido del chaval. De repente, se bloquean las puertas, estilo prisión de máxima seguridad, un “danger, danger” resuena en todo el edificio y los aspersores ponen chorreando a todo el personal.
Situación delicada porque el agua haría que se vislumbrase la piel desnuda de los empleados, pezones erectos y penes pidiendo guerra. Momento carcelario de prisión de Illinois. Éxtasis en las trincheras del placer. ¡Basta, que me he venido arriba!
Aclaración: Que no cunda el pánico porque el bromuro nunca falta en las alacenas del Opus.
Iker estudió en Pamplona. Al término de sus estudios la secta le dio un poco por culo, en especial en un empleo que consiguió en Bélgica del que le echaron por homosexual, pero después le dejaron en paz. Iker siguió dando por culo a los tíos que le gustaban, que eran muchos, pues siempre ha sido muy guarra y considera que el sexo es un modo de comunicación e integración social, con lo que en cierto sentido siguió los preceptos del centro universitario. E incluso los perfeccionó con lubricante de última generación.
20 años después, sin embargo, el Opus reapareció.
Un catarro mal curado siempre jode.
En la capital aragonesa le seleccionaron para un trabajo de reportero en una televisión. Le ofrecían una miseria, apenas 550 euros al mes en horarios antediluvianos por los que tenía que dar las gracias. El jefe de informativos de ese canal había coincidido con Iker en un colegio mayor de la vieja Iruña del que también le echaron.
Reconozco que Iker es como el caballo de Atila. Por donde pasa no crece la hierba. Le han echado de muchos sitios y en otros hay carteles con su nombre, estilo el “Wanted” del Lejano Oeste. Estoy convencido de que su rostro se emplea para jugar a los dardos en ciertos ambientes.
Cuando era joven pensaba que estaba estigmatizado.
Sigue pensándolo, pero ahora le da igual porque a lo largo de su vida ha reunido a un nutrido grupo de personas estigmatizadas que disfrutan de ese estigma riéndose en su cara. Le gusta ser un proscrito. Se siente bien entre marginados porque él es uno de ellos.
Yo también. Soy su amigo y me adhiero a esa corriente.
No era un centro del clan, pero en la Pamplona de aquel momento el 80% de los colegios mayores estaba bajo la tutela de ese imperio del mal y el 20% restante, aunque laicos en principio, contaminados.
Cuando a esa mamarracha le pasaron el currículum de Iker dijo que no trabajaría con él ni muerto. Hacía 22 años que no le veía. En el colegio del que le expulsaron, esa persona era una especie de monaguillo que seguía las órdenes del prior de la institución. En cierto sentido, Iker se sintió honrado de que se acordase de él tras más de dos décadas. No le echaron de ese colegio mayor porque lo quemó, porque envenenó a las cocineras o porque rompió las tuberías y provocó una inundación. Ojalá, tendría algo interesante que contar y habría pasado una buena temporada entre rejas, práctica que ahora está tan en boga en este país. Fue simplemente porque no hacía vida monacal y se dedicaba a estudiar, algo extrañísimo cuando se está en la Universidad.
Todas las noches, tras la cena, se reunían en la capilla del colegio para rezar. Una vez al mes iban a Torreciudad (el Vaticano de la entidad) para rendir pleitesía a su fundador y alcanzar el éxtasis leyendo cien veces seguidas Camino (para que nos hagamos una idea, Camino es a la literatura sectaria lo que Massiel para la canción ligera española. La cantante madrileña lleva viviendo del La, la, la toda la vida. Con Camino pasa algo parecido, un best seller gracias al que se ha cimentado un imperio).
Por último, todos los domingos organizaban el “comentario de la semana”, es decir, se sentaban en el suelo del salón de actos (súper modernos y transgresores, solo les faltaban los porros y alguna vieja melodía de Janis Joplin) e iban contando lo que habían hecho durante los últimos siete días: punto de cruz, rezar, leer la última encíclica del Papa, rezar, dilucidar cuántos milígramos de bromuro correspondían a una sopa de fideos para treinta comensales, rezar, etc
Iker jamás pisó la capilla y nunca fue de retiro. Los domingos por la tarde solía estar de cañas con sus amigos en el casco viejo. Si se hubiese metido crack, se hubiera follado a los curas en las duchas y blasfemado contra la Iglesia católica mientras les servían crema de espinacas, tira que te vas, entendería que le tachasen de elemento subversivo, pero por su comportamiento no se puede entender.
Antes de expulsarle del colegio mayor, mandaron una carta a sus padres en la que explicaban las características de su personalidad demoniaca y la conveniencia de que abandonase cuanto antes el recinto.
Yo también soy un desviado, como Iker. Aunque somos peculiares, también tenemos un pequeño hueco en el reino de los cielos. En el fondo, en el reino de los cielos existe un rincón malote, transgresor, con su cuarto oscuro y los querubines con tacones sirviendo gin-tonics mientras que disfrutan del glory hole instalado por San Pedro, la madame del local.
Sus padres acudieron a Pamplona y se reunieron con el monaguillo y la loca que dirigía el colegio mayor. Por cierto, la carta que mandaron a casa en la que explicaban los motivos de su trastorno jamás la leyó Iker. Sus padres se negaron y, a día de hoy, 23 años después, siguen pensando que es mejor que no sepa su contenido.
El monaguillo es ahora director de esa televisión zaragozana.
Ni mucho menos entró en depresión cuando ese mequetrefe se negó a contratarle. Al contrario. Iker contó con pelos y señales su experiencia con el botarate al responsable del departamento de Recursos Humanos del canal. De hecho, fueron ellos quienes le trasladaron la negativa del jefe de informativos a trabajar con él. Al parecer, casi le da un ataque cuando le anunciaron el nombre de la nueva incorporación y le reconoció. Iker aconsejó a la televisión que tuviesen cuidado porque estaban lidiando con un nazi de los sentimientos, un homófobo y un sectario. Ellos le dijeron que se incorporase, que le defenderían, que harían todo lo posible para que estuviese tranquilo. Dijo que no. Ya había vivido en un momento de su vida un episodio de mobbing en el canal madrileño y no estaba dispuesto a pasar por una experiencia similar cuando, en este caso, era totalmente evitable. ¿Ganó la partida el monaguillo? Quizá, pero le da igual… La caridad cristiana es francamente abrumadora.
Episodios como éste hacen que me entre pena, miedo y vergüenza no solo ya desde el punto de vista humano, sino desde el periodístico. ¿Qué veracidad podemos esperar de un medio de comunicación gestionado por un ejemplar de esas características?
Lo de la Universidad de La Rioja fue muy pintoresco. Iker había sido seleccionado para un trabajo de editor de contenidos. Cumplía todos los requisitos. Hablamos de un centro universitario que opera en Internet, no de La Sorbona, que ocupa los terrenos de una antigua fábrica de muebles. Hasta que saltaron las alarmas cuando el departamento de recursos humanos comprobó que formaba parte de la lista negra del Opus a nivel internacional. Iker se sintió muy satisfecho porque constató que su fama teatral no conocía fronteras. Ese centro le pidió, por favor, que eliminase del portal de búsqueda de empleo todo rastro para que sus apellidos no salpicasen el prestigio inherente a la institución. Lo curioso del caso es que se lo pidieron a su padre. ¡Váyase a la mierda!, fue la respuesta del patriarca. Confirmaron que los atributos demoniacos de Iker habían ido nutriéndose con el paso de los años. Si ya en su época de estudiante apuntaba maneras, 23 años dan para mucho y había escalado posiciones en esa lista negra. El hecho de que muchas de sus obras de teatro tuviesen como protagonistas a mujeres liberadas, empoderadas, que luchaban contra el androcentrismo imperante y el machismo de tintes nazis le había consolidado como un heredero real de Lucifer en la Tierra. Ni centenares de litros de agua bendita podrían revertir el proceso. Esa universidad une mucho…
Gracias por este artículo, mi querido amigo.
Soy Iker, el proscrito, el de la lista negra, el autor loco, el invertido, el perturbado, el que disfruta rodeado de marginados, el que ama a la mujer, el que detesta palabras como frontera, patriota, machista o retrógrado.
Soy Iker, el que vive, el que respira, el que fluye, en este país de fachas y gilipollas.
Soy Iker, el artista, alguien real que caga, mea y se pede, que explota en reacciones de ira contenida y que cinco minutos después llora como un alma en pena sin saber por qué.
Solo espero que no me suceda como Van Gogh y que el reconocimiento que merezco me llegue en vida, simplemente para que mis padres se sientan un poquito orgullosos de su hijo.
Hasta que llegue ese momento, seguiré dando por culo…
Hasta que llegue ese momento, seguiré soñando…
FIN