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A veces pasa. Lees un libro y no puedes dejar de hablar de él. Y eso —estoy segura— es lo que le ha pasado a otras muchas con Las hijas horribles, de Blanca Lacasa. Editado en octubre de 2023 por Libros del K.O., lleva ya cinco ediciones. A mí me llegó así, porque una amiga me habló de él. «No tiene desperdicio. Me acordé de vosotras y de muchas otras mujeres queridas que siempre vamos con esa pesada carga como madres y como hijas. Un abrazo, amores». Gracias, Isa. Acertaste con la recomendación. Y es que, seamos o no madres, todas somos hijas. Así que, de alguna manera, el libro te va a tocar, te va a remover. Pero no es la intención de la autora meter el dedo en la llega y dejarte sin más con las heridas abiertas, no. Quizás por eso el título deja claro desde dónde conviene situarse:
«Igual ya es hora de abandonar la confrontación madre-hija y trascenderla excavando los cimientos. Para, una vez entendidos los mecanismos, ser capaces de dejar de poner el foco en ellas, nuestras madres, y abandonar esa costumbre tan patriarcal de juzgar y cuestionar a las mujeres. Hicieron lo que pudieron y como pudieron».
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Pero, empecemos por el principio. ¿Por qué escribir sobre las relaciones entre madres e hijas? Porque algo había ahí que necesitaba ser contado, podríamos contestar. Blanca Lacasa nos relata cómo se sorprendió al leer Apegos Feroces, de Vivian Gornick, y encontrar que una mujer varias décadas mayor que ella, neoyorquina y judía le estaba contando, no sólo la historia que ella había vivido con su madre, sino la de tantas mujeres de su entorno con las suyas. Y es que, «en no pocos casos, la figura de la madre parece constituir en su relación con las hijas un penoso enigma a resolver. ¿Qué extrañas fuerzas operan para que toda esa tensión irresoluble esté tan extendida? (…) ¿Por qué, y a pesar del triunfante predominio del padre ausente, la figura paternal es, sin embargo, más laxa en sus márgenes, menos reglada, algo más difusa, mucho más diversa y, sobre todo, inmensamente menos traumática y angustiosa? (…) Quizá haya que buscar las causas, al menos algunas, para ese ejército de madres e hijas tan asombrosamente similares en razones ambientales, históricas, sociológicas, antropológicas, culturales, psicológicas o de cualquier otro orden (…) Nada menos liberador que mantener el secreto para seguir alimentando la inútil ira y sentir que el problema es individual. Nuestro o de nuestra madre».
Para romper el silencio instalada por el miedo, la vergüenza o la culpa, la autora cuenta con el testimonio en primera persona de algunas hijas. Cada una con su historia y, sin embargo, casi inquietantemente intercambiables por las similitudes en ideas y emociones. Cuenta la autora que algunos hombres le relataron vínculos con sus madres similares, pero siempre se daba una diferencia muy significativa: su manera de reaccionar era distinta, lo vivían de una forma más liviana y desapegada. «Como si pudieran escamotearse con más libertad de esas exigencias desmedidas o como si tuvieran más libertad para mostrar su enfado. O como si, ¡qué cosas!, no hubieran sido educados en cierta tradición de los cuidados».
A lo largo del libro los testimonios de las hijas se van intercalando con aportaciones teóricas, recogidas de entrevistas a expertas y de numerosas lecturas, pero también con referencias culturales, principalmente cinematográficas (algunas de las referencias bibliográficas y cinéfilas se recogen al final del libro, todo un regalo). A modo de entrante, para que corráis a vuestra librería o biblioteca favorita a buscar el libro y lo devoréis, os dejo con algunas de las reflexiones correspondientes a las primeras páginas que me siguen rondando en la cabeza.
Si las madres han cargado tradicionalmente con el peso de los cuidados, si algo sale mal —que va a salir— ya se sabe en quién va a recaer la culpa. Colocar a las madres en un pedestal, lejos de hacerlas más poderosas, las vuelve más frágiles. «La que fuera diosa todopoderosa mutará en objeto de ira, rencor y hostilidad filial. Por todo aquello que se esperaba y que finalmente nunca llegó o, al menos, no como una deseaba. La inexorable lógica de las expectativas haciendo su trabajo». Así que, además de repartir los cuidados, rebajar expectativas, demoler el pedestal y reivindicarnos como madres imperfectas, sólo suficientemente buenas, quizás sea una pista.
No hay palabra para nombrar la condición que compartimos todos los seres humanos, la hijidad. ¿Qué significa ser hija? ¿Es fácil serlo?
Lo primero que me ha venido a la cabeza al pensar en mi condición de hija es la deuda. Una sensación de deuda que ha ido creciendo en los últimos años, y que en el caso concreto de la relación con mi madre adquiere muchísima importancia (Gabriela, 44 años, un hijo, un hermano)
Ser hija es una responsabilidad. En mi caso, trato de mantener el equilibrio entre cumplir con mis expectativas —aquellas que tengo como persona independiente y desligada de mi madre— con las suyas. (…) Y sí hay una parte de deuda que, al mismo tiempo, se produce desde la rebelión. Mi madre es la persona que más me importa en el mundo y quiero que esté contenta conmigo como hija, pero según mis coordenadas. Me he dado cuenta de que las suyas son inadecuadas y me pueden dañar a la hora de desarrollarme (Paula, 32 años, sin hijos, una hermana)
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La psicóloga Lucía Fernández Peinó sostiene que la clave es buscar la distancia o cercanía afectiva en la que puedas relacionarte con tu familia. Para ser adultas sanas hemos tenido que vivir un proceso de diferenciación progresiva en la infancia, con necesidades y formas de hacer propias. La filósofa y escritora Carolina del Olmo afirma que ser hija debería ser algo temporal, un caminar hacia la adultez. Pero a veces algunas madres —con sus propias heridas— quieren seguir conservando a su criatura y su poder sobre ella y no se lo van a poner fácil.
Me contengo y no hago spoiler, pero la autora reproduce entonces uno de los diálogos de la película Wild and Heart, de David Lynch, que revisita con la perspectiva de este libro y de repente se le presenta como como un relato de la relación entre una madre y una hija (interpretadas por Diane Ladd y Laura Dern que son madre e hija en la vida real para rizar el rizo).
Podría seguir desgranando el libro capítulo a capítulo. Los títulos son más que sugerentes: la palabra, la mística, el oficio, los mecanismos, la construcción, la trampa, la herida, el futuro… Pero lo que realmente quiero es que lo leáis para que podamos charlar después. «Sólo entendiendo, el dolor amaina y se abre una posibilidad de reconciliación». No sólo con las madres que tuvimos, sino con las madres que somos.