La luna se escondía, era tímida. Por el contrario las nubes retaban a que saliese que no se quedase toda la noche tras ellas. Bien sabían de su forma de ser, y por momentos no respetaban su necesidad de soledad. El espacio era el mismo, tenían que convivir, aunque cada una quería hacerlo a su manera y en su tiempo.
– ¿Hoy no vas a salir a saludarme?. Preguntó la nube.
– No me has buscado, ni siquiera estabas cerca días atrás y ahora quieres que todo sea como antes. Dijo la luna
– Es que no siempre estoy, voy y vengo y no siempre puedo acompañarte, además te gusta la soledad y resplandecer. Contestó la nube.
– Sabes que no es así. Quiero mis momentos de soledad para pensar, como todos, pero siempre se agradece una buena compañía y charla, pero no va a ser cuando tú quieras. Respondió la luna enfadada.
La nube no supo que decir, ni que hacer, pensó que la luna tenía razón, pero tampoco sabía muy bien que responder en esos momentos, no espera esa reacción. Vio a lo lejos una sombra y no veía quién era, pensó que la luna sabría que era.
– ¿Ves lo que hay a lo lejos?. Preguntó la nube.
– Será el viento que te trae otra compañera para la noche, así tienes conversación. Ya es medianoche y yo solo quiero descansar. Contestó la luna.