No quiero sentir, pero siento, un miedo atroz a la naturaleza inmisericorde del tiempo, al pasar de los segundos, a la pudrición de los instantes, a la inaccesibilidad de cualquier otro momento que no sea el ahora.
No quiero sentir, pero siento, la tiranía de su dimensión en la vida, en este mundo, su hilo conductor entretejido sin piedad en la existencia.
Contemplo desde mi ventana un amanecer tras otro, evitando mirar las noches, en la búsqueda de la inmortalidad de los días. Sin mirarme al espejo, sin atarme a nada ni nadie que desaparezca de mi lado, con la estúpida ilusión de capturar todas las estaciones en un paréntesis eterno.
Inmóvil. Porque no hay más remedio. Porque sólo así es posible imaginar que el tiempo no pasa. Absurda, como un mosquito que sobrevuela el océano o el desierto. Silenciosa por fuera, atronadora por dentro. Vacía y sin sentido en mi rebelión contra el ser. Entregada al estar.
No quiero sentir, pero lo hago.
Y duele.
Aunque los médicos afirmen que mis nervios están muertos.
Foto: Juan Morán