Alberto Contador ganaba este fin de semana la Vuelta al País Vasco en una monumental contrarreloj que dejó sentados a sus rivales. Después de la sanción no había vuelto a ser el mismo, y parece que esta temporada sí, viene super para el Tour de Francia, la carrera de las carreras para un ciclista. El Tour es una de esas ventanas que nos acompañan durante toda la vida, silenciosa y discreta cada julio, a la hora de la siesta, con la voz de Perico Delgado o de Javier Ares. Que parece que no, pero está ahí. Uno recuerda a veces con cierta nostalgia esos años de infancia y adolescencia y los poster de Induráin colgados en el garaje, las portadas del AS de cada uno de los cincos tours, las rampas de Hautacame donde un danés con cara de ogro nos dejaba con la tele encendida y el fracaso en el mando a distancia. Nos mirábamos y aprendimos que los héroes también perdían, también lloraban.
El ciclismo, como la montaña, es uno de esos deportes que convocan un espíritu de superación ajena a toda razón. Pedalear sin fuerzas, escalar cimas, descender al infierno y esprintar hasta que los recovecos del alma se pongan tiesos. No entendemos la vida sin ciclismo aquellos que crecimos en los noventa y basta recordar como recuperamos las mitologías de la adolescencia en canciones y en videos, ahora que empezamos a tener un espacio creativo definido y propio. No sé si recordáis a Facto delafe y las flores azules susurrando el “Enero en la playa” y escribiendo una tarde de verano en la costa catalana, en una calita con una cerveza y la hora de la siesta “Después del gazpacho nos quedamos dormidos mirando el Tour de Francia en la típica etapa donde Lance gana imponiéndose al sprint con un segundo de ventaja en el último suspiro colgándose a sus hombros el maillot amarillo”.
Manel, en el disco con el que conquistaron el mercado,10 millesPer Veure Una Bona Armadura, recordaban en “Boomerang” elsestius a la platja, jugando con un boomerang cuando la infancia escribía los primeros amores y los primeros fracasos, davant de la Vanessa. Y la imagen del Tour y la derrota de Induráin y el fracaso de un niño incapaz de hacer volar el boomerang: “Però parlo d’aquell mes de juliol en que es va fondrel’Indurain i vammaleir al danés i a les rampesd’Hautecame”.
Quizá por eso me ha sorprendido menos que Vetusta Morla, que estrenaban La deriva estos días, (potente, elegante, soberbio y comprometido) hayan dedicado un tema también a la mítica del ciclismo, “Tour de Francia”, en el que el vocabulario ciclista se cuela entre el rumor de una relación en crisis, de unas vacaciones en la playa, de una infancia perdida en el pecho de un ciclista que resguarda el sudor con periódicos del ochenta y seis para descender el Tourmalet, o de un maillot tirado en la arena de julio a la hora de la siesta, como si el Tour de Francia y sus mitologías guardaran alguno de nuestros secretos, como si en las rampas de los Pirineos o en las curvas de Alpe d’Huez estuviera escrita nuestra infancia a brochazos blancos, como si en el sofá de casa, esas tardes de verano agarrando las estrellas de las cimas, comenzara nuestra deriva.