«No se nada, eso lo lleva mi marido» –alega Cristina ante el juez a todas y cada una de las preguntas que le formulan. La esposa del cargo público acusado de soborno utiliza la misma evasiva durante horas hasta que finalmente logra que la dejen marchar. Para un taxi para volver a casa, pero al preguntar el taxista el destino, responde de nuevo que no sabe nada, que eso lo lleva su marido. Perplejo, el conductor la deja en la parada de autobús más próxima, donde la casualidad le conduce a un encuentro fortuito con su amiga Sofía. Tomando un café, Sofía confiesa que sufre una crisis de inseguridad, cuestionándose si todavía resulta atractiva a los hombres, a lo que Cristina replica, sin variar ni una coma de su discurso, que no sabe nada, que eso lo lleva su marido. Al llegar a casa, los niños preguntan por su padre, a lo que ella contesta que no lo sabe, que «etcétera». Precisamente su marido se encuentra en casa de Sofía, que lo ha invitado porque, según ha sabido por una fuente de confianza, es la persona que lleva el tema de su atractivo, que por cierto, está bastante subido. Y ya se sabe que una cosa lleva a la otra.