El escaparate está lleno de muñecas de colección. Un sinfín de muñecas de todas las formas, tamaños y épocas que cuido con mimo y colmo de atenciones. Arreglo sus vestiditos de seda, retoco sus peinados y las ubico de forma que, dentro de la multitud, cada una parezca distinta, especial.
Veo aparecer a la niña casi a diario. Siempre sola y vistiendo un abrigo raído. Se le van las horas contemplando las muñecas, con la mirada de quien ha descubierto un coro de ángeles que habitan un paraíso inaccesible para los que no son de su condición. A mí me da cada vez más lástima ver sus ojos aferrados a lo que unos días me parece una esperanza y otros una quimera. Algo me dice que no es con tener una muñeca con lo que sueña, que lo que realmente anhela es ser una de ellas.