Pero llegan momentos – quizás este es uno de ellos-
en que tenemos que tomarnos más en serio o morir;
en que tenemos que retractarnos de los conjuros,
los ritmos a los que nos hemos dirigido sin pensar,
y emanciparnos, entregarnos
al silencio, o a una escucha más severa, purificadas
de oratoria, fórmulas, coros, lamentos, electricidad estática
que sobrecarga los cables. Cortamos los cables,
nos encontramos en caída libre, como si
nuestro verdadero hogar fueran las soledades
adimensionales, la fisura
en la Gran Nebulosa.
Nadie que haya sobrevivido para hablar
una lengua nueva ha podido evitar esto:
el desprenderse de una vieja fuerza que la mantenía
arraigada a un viejo suelo,
el tono de la más absoluta soledad
donde ella misma y toda la creación
parecen igualmente dispersas, ingrávidas, su ser un grito
al que ningún eco regresa o puede regresar jamás.
Pero en realidad siempre fuimos así,
desarraigadas, desmembradas: saberlo marca la diferencia.
El nacimiento nos despojó de nuestros derechos,
nos arrancó de una mujer, de las mujeres, de nosotras mismas,
tan pronto
y el coro entero que zumbaba en nuestros oídos
como mosquitos no nos contó nada, nada
sobre nuestros orígenes, nada de lo que necesitábamos
saber, nada que pudiera re-membrarnos.
Cita 154 Adrienne Rich
17 abril, 2022
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