Entró con ilusión, todo eran buenas palabras, buenas premisas y cordialidad. Siempre había sido de subir escalones de uno en uno, nunca había corrido, de hecho era del pensamiento: las prisas no son buenas consejeras. Por ello se tomó su tiempo para entrar, para dejarse llevar por un entusiasmo, que luego descubrió frío y opresor por la otra parte. Tuvo altibajos y tramos lineales, como era ella, pero vio que las alarmas saltaban, aquello no era tal y como había pensado, así que retrocedió en las escaleras, y se dio cuenta de que realmente no había entrado nunca. Y pensó que ya era hora de una despedida, lo había meditado, como siempre, con tiempo, con ese consejero de la vida que tenía como aliado. Simplemente, había estado en un juego que no era real, y su sigilo se plasmó en su despertar a la realidad.