?Soliloquio de una quemada?
Desde que todo esto comenzó el teletrabajo me está matando, paso unas 10 horas delante de la pantalla. Cuando acaba el día me duele el cuello y los ojos. Soy un cuerpo escombro pero ¡no te quejes joder que tienes trabajo! (me dice una vocecilla dentro y sigo tecleando). Me he adaptado cual máquina a todo lo que mi empresa ha ido estipulando. No tengo personas dependientes a mi cargo y aún así toda esta situación se me hace un mundo a veces.
El mes de marzo fue básicamente: aprende esto o lo otro, asiste a todos los webimanios del sector, ofrece el mismo servicio, que nada cambie, no demos la sensación de que algo ha cambiado por favor. Y cuando se habla de la situación, el relato que parece haber emergido en la empresa privada es el de: oportunidad, adaptación, negocio…frases manidas de manual de couching (me dan arcadas pero sigo tecleando).
Tranquila, que todo va a seguir igual, solo que desde casa….
Desde casa…
Mi casa es refugio. Es un búnker emocional, calma y felinidad. Desde que todo esto empezó no hay rincón que no esté impregnado de trabajo. Me siento impotente al ver cómo he abierto mi casa a relaciones profesionales, que aunque virtuales, siento a ratos como una invasión a mi privacidad. Empecé en la cocina, he pasado por el salón otra temporada, finalmente he decidido quedarme en una habitación y que el trabajo no toque el resto de la casa. Como si de otro virus se tratase, está neutralizado en cuatro paredes.
Estoy quemada, irascible y me cuesta concentrarme. Me da miedo acabar pagando mi frustración con mi pareja. Quería leer pero no lo consigo. No puedo seguir las conversaciones de los grupos de WhatsApp, tengo pendientes algunas y no puedo evitar sentirme culpable. La puta culpa otra vez. Me saturan las quedadas por zoom es imposible tener una conversación real, solo una simulación.
Al final, la cocina está siendo terapéutica. He perfeccionado recetas. Monto platos, hago pan y le mando fotos a mi madre. La siento más cerca compartiendo recetas. También me pasa con las plantas y con el ganchillo que he recuperado. Al final, me he convertido en una señora durante el confinamiento. Hacer radio con mis amigas, los rituales del viernes, los audios de WhatsApp, las llamadas del fijo, las conversaciones en el rellano con M. y las vídeo llamadas en petit comité han sido el mapa de la oscuridad.
Mi otra casa…
Cuando hablo con mi madre y me cuenta cómo va mi abuela, con 91 añazos y demencia senil, vuelvo a sentirme mal. Me encantaría estar más cerca, poder ver a mi familia, total estamos a 100 km de distancia. Pero hay que esperar unas semanas más. La tarea de cuidados es agotadora, inacabable, omniabarcante pero durante el confinamiento hemos visto, más que nunca, sobre qué brazos recae.
La paciencia de mi madre hace que me cuestione la mía. No se queja, se desahoga solamente. Así que cuando la escucho y ella me pregunta ¿qué tal vas hija? Pues, aunque le diga que con mucho trabajo, vuelvo reordenar y me digo que igual tengo que aprender a gestionar mejor la presión. Que me importe lo importante (me lo repito modo mantra y sigo tecleando).
El martes estuve también hablando con mi tía, otra curranta del Vinalopó mitjà, que durante este confinamiento habrá perdido la cuenta ya de cuántas mascarillas ha cosido con su máquina de aparar. En mitad de la pandemia cuando las mascarillas no llegaban, ella y sus compañeras no dudaron en coser para todo el pueblo de Petrer. Recibieron muchos agradecimiento, pero como decía Josep-Antoni Ybarra, porqué no reciben las aparadoras el mismo reconocimiento y empatía cuando lo que cosen son zapatos.
Volver
Es como si esta crisis hubiera elevado a heroico puntualmente algunas de las tareas que se realiza en los hogares. Pero como cualquier heroicidad tiende a ser olvidada con facilidad, la excepcionalidad tiene una combustión muy rápida, regresa de nuevo a la invisibilidad. Igualmente el discurso belicista que ha estado tan presente durante esta crisis tampoco sirve para poner el foco en lo importante: «el recurso a lo bélico saca de escena lo cotidiano, lo habitual, arrincona el gran tema de los cuidados» aclara Ana Delso.
Soy muy pesimista con cómo vamos a salir de esta situación. El martes volví al trabajo y me sentí más sola que de costumbre. Cada persona en habitaciones diferentes, atomizadas, algún saludo fortuito pero poco más. Más soledad y más individualismo.
¿Nos ha hecho el miedo más egoístas? ¿nos va a convertir todavía más en carne de trabajo? ¿cómo organizarnos desde la distancia? ¿qué factura nos pasará todo este estrés, todo este cansancio? ¿será más crispación? ¿menos entendimiento? ¿más cercanía? ¿Cuándo dejarán de dar miedo los abrazos?