Sumergirse en el cristal de una tienda de chuches era todo un placer para la imaginación. Desde la distancia veía como se amontonaban las bolsas con diferentes formas y colores. Si cerraba los ojos era capaz de lanzarse al mundo de los sueños, de las comparaciones y de las afinidades. Formas de paraguas para resguardarse de todo, corazones de azúcar para imaginar la amistad, los caramelos con formas de bastones que hacían que pensara en sus abuelos, unas nubes para vislumbrar los cielos y así sucesivamente.
Vio una tienda de caramelos, no pudo remediar el no acercarse. Su cuerpo lentamente iba hacia al local multicolor, flotando, como lo hacía en su niñez, queriendo evocar el pasado y la sensación de abrigo de los recuerdos. Pegó su cara al cristal, cerró los ojos y su mente iba como un calidoscopio, las luces y colores se combinaban y jugaban con gozo y alboroto. Al abrir los ojos tenía una gran sonrisa en su rostro, al volverse todo cambió, ahora todo eran tonos grises.