De no ser por un obituario en la prensa, no se habría enterado de que hoy tendría lugar su entierro. Todos sus allegados estuvieron presentes, el único desconocido fue aquel señor de aire solemne con aspecto de notario. Se ofició una misa muy emotiva frente a un lujoso féretro sin coronas de flores y en la que nadie lloró. Tras la ceremonia hubo celebración. Lluvia de confeti, salva de aplausos y mucho alboroto. Baile, risas y canciones desafinadas por el alcohol. Le había preocupado tanto la posibilidad de que nadie asistiera a su funeral, que ser la causa de tanto júbilo le conmovió profundamente. Mientras piensa en el pobre diablo que han enterrado en su lugar, se pregunta quién es él para privar a los suyos de tanta felicidad. Recostado en la bañera, observa fijamente una cuchilla de afeitar.