Asomo la cabeza por la ventana. Algo se agolpaba dentro de ella, pero no sabía dónde, si su mente o corazón, pero éste le latía con más ritmo de lo habitual a sabiendas que la aceleración cardíaca era propia de su ser y personalidad.
Siempre había sabido que la pericia emocional no era de sus dones y que aunque quería cambiar e intentar llevar al raciocinio ciertos aspectos de su vida, no veía la forma.
Suspiró, respiró y salió con su semblante taciturno a la calle sin rumbo fijo. El calor golpeaba las aceras, pero nubarrones negros cernían el cielo. Los avatares de la primavera forjaron y la tormenta llegó, oportuna y con calidez.
La lluvia mojó su rostro, ella miró hacia el cielo haciendo que las gotas cayeran en sus ojos que tomaron un matiz salado. En cinco minutos pasó la tempestad en cuerpo y ambiente. Abrió los ojos, vio un arco iris y su sonrisa renació.
A ella siempre le habían gustado los arco iris, ni lo blanco ni lo negro, ese abanico de colores le daba alegría y vitalidad. No pudo por menos que acordarse de las palabras de Benedetti.
llorar
sólo llorarentonces su sonrisa
si todavía existe
se vuelve un arco iris