Mariángeles Abelli Bonardi (Neuquén, Argentina, 1974). Es profesora y traductora de inglés. Escribe narrativa y poesía, en especial microficción, haiku y cuento fantástico. Ha participado en diversas antologías, entre otras: Escritura furtiva (Ruedamares, Neuquén, 2005), Cielo de relámpagos (Ruedamares, Neuquén, 2008), ¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de género (Macedonia Ediciones, Buenos Aires, 2013), ¿Vacaciones? Si yo te contara… (La Esfera Cultural, Canarias, 2013), Plumas al viento (Casa de las Leyes, Neuquén, 2013), Un tiempo breve (blog-concurso “Esta Noche Te Cuento” 2012-2017, edición colectiva, España), 69: antología de microrrelatos eróticos II (Ediciones Altazor, Perú, 2016), Escritos entre mate y mate, antología de microrrelatistas argentinas (Micrópolis, Perú, 2017), y #TODOSDIFERENTES, antología argentina de microrrelatos y relatos adolescentes (Macedonia Ediciones, 2018). Publicó Ecos del decir (Ruedamares, Neuquén, 2010), Armadura de valor (Macedonia Ediciones, Buenos Aires, 2016), Rutas culturales (plaqueta / La cebolla de vidrio, Neuquén, 2016) y La breve reverencia (plaqueta / La cebolla de vidrio, Neuquén, 2017). Algunas de sus obras han sido incluídas en Penumbria, revista fantástica para leer en el ocaso (México) y pueden leerse, en general, en su blog Una fina cuerda de incertidumbre .
Mariángeles ha accedido amablemente a compartir con nosotros estos cuatro microrrelatos:
Anubis
En el borde del mostrador, estaba la balanza. Detrás de la balanza, estaba el guardia. Le pidió que pusiera en el plato de la izquierda todo lo que llevaba encima.
No tenía mochila ni billetera, la única opción era vaciar los bolsillos: una pinza, una linterna, el secreto de alguna carencia insospechada. El plato de metal cedió inmediatamente.
Cuando el guardia posó la pluma en el otro plato, el hombre se dio cuenta por qué esa cara de chacal le resultaba tan familiar. Se llevó la mano al pecho y palpó un agujero: el corazón, le pediría el corazón, y él ya no lo tenía…
Mientras el guardia ponía las cosas en una cubeta plástica, ocultó el hueco ¿Lo habría olvidado en alguna parte? ¿Lo habría perdido? ¿Alguna mujer se lo había robado? Contaba con apenas instantes para conseguir uno, o pergeñar una excusa. Sin corazón, no cruzaría al otro lado.
Tratando de disimular su creciente nerviosismo, comenzó a escudriñar el piso en busca de corazones rotos por el abandono o el desarraigo, pero no encontró siquiera uno que se pudiese recomponer.
El guardia se dio vuelta. La pregunta, muda en sus ojos incorruptibles. Al hombre se le encogió el agujero del pecho y, sólo cuando la frustración lo llevó a agarrarse el brazo, sintió un ligero atisbo de esperanza.
Era grande, rojo, voluptuoso, y lo había llevado encima todo el tiempo. Sólo le quedaba rogar que pesara menos que la pluma. Se lo arrancó de la piel y lo puso en el plato vacante. Los ojos caninos se clavaron en él; les sostuvo la mirada. En la balanza, un corazón tatuado que casi, casi, parecía latir.
De Armadura de valor (Macedonia Ediciones, 2016)
Lectura obligada
El traqueteo del vagón acompasa el devenir de los renglones. Entrecortada, la luz que filtran los álamos se ensarta en la hebra escrita. El libro abre la boca. Cada página, un bostezo. Quisiera poder dormir, pero las manos retozan, ajan y pellizcan, obligándolo al insomnio.
De Ecos del decir (Ruedamares, 2010)
Rutas culturales
Hacendosos como hormigas, los hombres suben la rampa; ¿qué hay en los costales que, con tanto ahínco, llevan a cubierta? Él lo ignora, pero boceta ese ir y venir de los changarines del puerto.
¿Qué hay en el humo que las fábricas destilan? Esfuma las volutas que las chimeneas escupen y lo va descubriendo.
¿Qué rumbo tomará el carguero que está a punto de partir? Acomoda el caballete y, con un trozo de carbón, bisela el barco hacia esa ruta que solamente intuye.
El agua refleja el paso de las horas; Benito saca la espátula y hace ondear en la hoja los colores del río. El barco se va; los changarines vuelven a casa. Algunos silban; otros lo miran de reojo. Del carbón queda sólo un pedacito que a él le alcanza, y con trazo aniñado pero firme, escribe Quinquela en la esquina derecha del cuadro.
De Rutas culturales (plaqueta, La cebolla de vidrio, 2016)
Realidad pavorosa
Ese color era real. La envidia de las quinceañeras. Con su manto, capa, cola, y toda su alcurnia, se pavoneó ante la deslucida, opaca hembra. Ella sí sería banquete para el marajá… Siguió haciendo alarde por su reino — el verdísimo jardín — y completó el efecto levantando vuelo. La hembra lo miró alejarse y continuó paseando su entera opacidad… Pisoteando, en el trayecto, la pluma recién caída.
De mi blog, Una fina cuerda de incertidumbre (www.mariangelesabelli.blogspot.com.ar)
Otras publicaciones de la autora: