Este viernes Amanece con... recibe la visita de Ángel Saiz Mora. Nacido en Madrid en 1965, Ángel nos cuenta que para él su dedicación a la literatura breve es mucho más que una afición, pues desde siempre ha sentido la necesidad de escribir a fin de sacar lo que lleva dentro, de explicarse a sí mismo el mundo en el que vive y que a veces no entiende, y de tratar de cambiarlo a través de las letras.
Sus micros han aparecido en revistas, diarios, páginas web, emisoras de radio y antologías colectivas. Después de que mucha gente le animase a hacerlo, ahora acaba de publicar su primer libro de microrrelatos: Seres humanos, una recopilación de 103 pequeñas historias que durante los últimos años han recibido reconocimientos y han resultado ganadores en diversos certámenes del género.
Ángel ha tenido la amabilidad de compartir con los lectores de Amanece Metrópolis los siguientes textos de Seres humanos:
Novato
El capitán dejó a un lado su carácter hosco y recibió al recluta de una forma afectuosa, hasta le regaló su pipa cuando supo que fumaba. Los demás soldados veteranos miraban la escena sin comprender. Tanta camaradería con un recién llegado no era usual en esas despiadadas trincheras, menos aún si procedía de alguien tan implacable, de quien solo se esperaban gritos, órdenes secas y castigos. Para pasmo de todos, también le entregó cerillas, todo ello acompañado de una sonrisa que nadie imaginó que fuera posible en ese rostro de cemento.
La sorpresa mudó en inquietud cuando el nuevo, falto de costumbre y sin haber recibido advertencias o instrucciones, tuvo que asumir la responsabilidad de su primera guardia. Las vidas de todos en manos de un recién llegado. Nadie pegó ojo aquella noche, que parecía más oscura que nunca.
Al detectar un resplandor, el maldito francotirador enemigo, por fin, delató su posición y pudo ser abatido por el nuestro.
La carta para la familia del soldado inexperto incluyó la coletilla: «Cayó como un héroe».
Ya voy, María
Esta tarde no es como las otras, aunque no hace falta que lo diga, con lo observadora que eres te habrás dado cuenta. Sabes mejor que nadie que soy un hombre de costumbres y hoy no he traído el pañuelo, ese sobre el que suelo sentarme junto a ti para no manchar el pantalón. Ya sé que siempre quieres que vaya como un pincel, pero lo he perdido por el camino. No ha sido culpa mía, las calles están muy revueltas, me han empujado y tengo una brecha en la frente; tranquila, no es nada. Soy un viejo que estorba a quienes, desesperados, intentan una evacuación inútil. Me dan lástima, tienen mucho que perder, yo no. Lo que para ellos es desesperación para mí supone el momento que esperaba desde hacía tiempo.
Mira, María, allí arriba, en lo alto del cerro que bordea el cementerio, hay una bola de fuego que parece el sol, sin serlo. Tenían razón los que dijeron que la bomba iba a ser definitiva. Un instante más y volveremos a vernos.
Laberinto de pasión
Mi amigo había excusado su presencia con una llamada. Pedí una copa antes de aprovechar la noche para dormir. Acostumbrado a beber en compañía, sentí como si el mundo me señalase, incluida una hermosa mujer que parecía burlarse abiertamente de mi soledad. No supe qué pensar cuando se sentó a mi lado, a mí no me pasan esas cosas. Nunca antes fui tan locuaz. De mi boca, volcán incontrolable, brotaba un torrente de palabras, alimentado por su risa cautivadora tras cada una de mis ocurrencias.
Paseamos hasta su portal. Acepté la invitación a subir. Quiso que brindásemos por nuestra recién iniciada relación, pero no tenía con qué hacerlo. Caballeroso, me ofrecí a comprar una botella. La orientación es algo de lo que carezco, si encontré el establecimiento que me indicó fue por la ayuda de un mendigo, lo que no pude hallar de nuevo fue su vivienda en ese barrio desconocido para mí. El cava se calentaba al tiempo que, extraviado sin remedio en esa maraña de calles idénticas, caía en picado la temperatura de mi ánimo. Desconocía su teléfono, ni siquiera nos dijimos el nombre.
Las primeras luces descubrieron a un tipo patético y ojeroso compartiendo una botella con un indigente.