El día que Peter Handke dejó este mundo escribí que había hecho de la errancia y el viaje una característica primordial de su obra inclasificable. Volver a Handke implica, entonces, todo un desafío contra nosotros mismos. A riesgo de hacer saltar en pedazos un concepto de interpretación demasiado reduccionista, debemos hacernos una pregunta, quizás igual de limitante: ¿no son estas salidas, estos regresos, estos viajes, estos recorridos aparentemente no compartimentados, aspectos superficiales de un lugar único que no varía y nunca ha cambiado? ¿No son los nombres de ciudades y territorios en Handke intercambiables como recuerdos?
Vivo solamente de los intersticios, escribe Handke[1]HANDKE, Peter. 1990. Pero yo vivo solamente de los intersticios. Barcelona: Gedisa, pp. 272. ¿Pero no están estos espacios interiores también escindidos de la dimensión de la obra que se constituye día tras día? El hombre sigue siendo el mismo delante del jukebox, aunque la música cambie. La fatiga no se desarma. Tucídides, de nuevo. Y el juego del interrogatorio, incipiente, está lejos de haber terminado. Este lugar único de Handke es un lugar-memoria, un lugar-símbolo, un lugar-escritura. Es la hora del escritor.
La obra del austriaco tiene un carácter regresivo que ya no se puede demostrar. El texto no es capaz de implantar ninguna acción en las ficciones, que en realidad no son ficciones en absoluto, ni de mirar hacia adelante. Sus únicas escapatorias van, egoístamente, en dirección a un sentimiento de apaciguamiento y bienestar útil para la creación literaria. Desde las primeras palabras hasta el final, el discurso no es más que una cita autobiográfica tras otra, trasladada directamente en primera persona, o truncada por el desvío más obscuro de la tercera. El yo es el único objeto de análisis.
Esta memoria congela el pasado en diferentes imágenes que tienen, cada una de ellas y por sí mismas, su propio valor. Se describen con la meticulosa terquedad del escritor que quiere llevar a cabo su empresa con la máxima atención al detalle prestado. Pero mucho más importante es la evaluación de la distancia entre el escritor que escribe y lo que, del pasado experimentado, se conserva en el texto. La refracción de la imagen en la superficie de la memoria prevalece en gran medida, se convierte en la cuestión fundamental del libro y, como en el caso del más célebre de los filósofos paseantes, Benjamin, ilustraría la naturaleza de lo aurático de una forma lírica. Algo equívoca, por tanto[2]CUESTA ABAD, José Manuel. 2015. Demoliciones. Literatura y destrucción. Madrid: Abada Editores, p. 40.
Handke ha encontrado una especie de truco de escritura que evita la repetición. Es una palabra que devenida punto de encuentro de la obra, ahora sistemáticamente llamada «ensayo», como lo confirma la última producción. Por ejemplo, en su Ensayo sobre el cansancio, esta cosa, esta fatiga, da unidad a las reflexiones sobre el pasado del escritor o sobre la escritura, igual que el jukebox le servía para puntuar la descripción del viaje a España.
Después de estas palabras clave que el texto toma de varias maneras, lo que sigue es descubrir que, en cierto modo, el autor busca lo que quiere encontrar en el viaje, por así decirlo, después del hecho. Normalmente uno sale fuera de casa para encontrarse con cosas desconocidas, para descubrir otros lugares. Peter Handke parece que viaja para recordar mejor, para remover recuerdos -por cierto para recoger nuevas inspiraciones- que no estamos seguros de que no haya experimentado de antemano a través de la lectura. Se guarda la apariencia: el análisis del tiempo que pasa con los recuerdos del pasado, la infancia, la adolescencia, los estudios, en el caso de Ensayo sobre el cansancio, las peregrinaciones de ciudad en ciudad, de umbral en umbral, de lugar en lugar, de gramola a gramola.
Pero más allá de estas secuencias, hay aquí una dimensión psicológica o de ideas que tenemos que identificar. A través del tema de la fatiga, el autor vuelve a leer su vida: «mi cansancio no es mi tema sino mi problema, un reproche al que me expongo»[3]HANDKE, Peter. 2006. Ensayo sobre el cansancio. Madrid: Alianza Editorial, p. 26. Entendamos a través de esta frase que la obra se convierte en un ejercicio espiritual que no puede compararse en intensidad y fervor al simple hecho de poner un pie delante del otro, con una preocupación por la buena salud física y el equilibrio. Handke, de hecho, nos lleva, en ese viaje a través del tiempo, en busca de su propia historia, al ritual con el que se construyó esa casa que es nuestra propia vida, como nos recordará Benjamin[4]BENJAMIN, Walter. 2014. Calle de dirección única. Madrid: Abada Editores, p. 11. Esta reconstrucción inversa de un pasado que ilumina el presente con su enseñanza es un fenómeno continuo y así, las últimas líneas del Ensayo sobre el cansancio anuncian lo siguiente: «Otra vez, en un ensayo sobre el jukebox. Tal vez»[5]Ibíd., p. 83.
Analizar la obra de Peter Handke con referencia a Proust o Bergson nos permitiría escapar de los clichés de los críticos que, habiendo visto en la obra del austriaco un solazarse con el lenguaje y la forma, y sólo más tarde los problemas de identidad, ahora toman el tema del viaje como caballo de batalla.
De hecho, es esta constante confrontación entre la memoria vivida o literaria, y el verdadero sentir en el presente, lo que debe ser estudiado. Sería aconsejable poner de relieve de manera más calibrada el cálculo del escritor, su concepción actual de la obra escrita, la conformación de las impresiones y emociones, en su compleja relación psicológica con el peso del pasado. Los países visitados, lo errado, son sólo una pantalla tras la cual se pone al descubierto la psicología.
Se trata, pues, del arte por el arte. La memoria ausculta, reduce, clasifica, ordena, selecciona. Todo el territorio está por encima de las imágenes de la naturaleza. Imágenes en el estado sólido de un producto acabado, moldeadas por un pintor de palabras. Estas páginas son maravillosos poemas en prosa. Pero ocultan la expresión más profunda de una vida dedicada únicamente a la literatura. Es –casi- demasiado perfecto.
Esta constante ida y vuelta entre el objeto crudo del discurso y su interpretación, en un presente de mayéutica pura, no es más que una coquetería literaria para que el autor hable de un «ensayo», aun cuando el personaje de ficción nunca ha estado tan seguro de sí mismo, mientras que el autor nunca ha dominado tanto su poder de fascinación sobre su cada vez más amplio público.
¿O no es la sublime expresión de este agnosticismo lo que siempre ha querido mostrar Handke? Quiero decir que siempre se ha negado a dejarse implicar en declaraciones o actos políticos (lo que no le impide hablar aquí y allá sobre hechos muy concretos) y es este gusto desmedido por el individualismo lo que le lleva a rechazar cualquier raíz familiar, aspirando al más total anonimato. Huye de los demás quizás también porque huye de sí mismo.
Existe un lugar simbólico en el caso de Peter Handke, puesto que la tensión de la historia o la obra no surgen, generalmente, de un equilibrio de fuerzas, como en las obras de un Goethe, un Schiller o, sin duda, un Kleist. Tampoco porque se trate de una lógica de demostración. El autor no tiene ninguna convicción que expresar en el campo de las ideas, ni una ética social ni una metafísica grandilocuente. Pero la impresión de estancamiento de las primeras obras, un enfoque muy apreciado por cierta literatura de la segunda mitad del siglo XX, ya no condiciona fundamentalmente su visión de las cosas o de un modo de vida. Como la gran mayoría de sus obras, Ensayo sobre el cansancio no hace sino establecer los límites de la apertura al mundo. Su cámara gira en dirección a un hermoso panorama. La historia, el contexto social y humano son de poca importancia: «esta imagen la están contradiciendo ya otras, que a su vez exigen justicia; solo que a mí no me llegan tan adentro, sólo me alivian»[6]Ibíd., p. 37.
Handke quiere señalar cada vez con más precisión la insatisfacción con el ser, así como el placer de existir, y este es el centro de la variedad de la obra. El lugar o el objeto que lo compone, sea lo que sea, es una de las asperezas del presente, envuelto en un pasado aún vivo. Está designado para aparecer en la obra, elevado al rango de símbolo. El significado duplica la simple presencia. En su Ensayo sobre el jukebox da una definición perfecta de sus intenciones: «lo único que quería, incluso antes de que se le escapara de la vista, era retener y hacer valer lo que para uno podía significar una cosa, y sobre todo lo que podía salir de una mera cosa»[7]HANDKE, Peter. 2019. Ensayo sobre el jukebox. Madrid: Alianza Editorial, p. 49.
Estos son los mensajes inscritos en el lugar, en el espacio. Dice también en Ensayo sobre el cansancio que cada lugar es portador de la Historia, que cada acontecimiento es en sí mismo una narración y se convierte, con el artista, en una especie de ideal[8]HANDKE, 2006, Op. Cit., pp. 60-61. Todo esto es siempre simbólico, como una suerte de escenario teatral, un lugar neutro en el que se construye el ejercicio intelectual de la libre expresión de cada uno. El razonamiento en relación con el espacio, entre prorrumpir o permanecer, se convierte en el tiempo todo para que las preguntas no expresen un sentimiento de clausura, sino el estatus -ni siquiera el estatus trágico- de la condición del Hombre. Estas personas, preparadas para irse o quedarse, están de hecho allí en un lugar único. El arte del teatro es difundir el discurso sobre varios personajes que van y vienen en un pequeño espacio y todos deben mirar hacia el público. Colocarlos no es fácil. También es necesario saber en qué orden hacerlos intervenir, elegir, arreglar los accesorios. Y ellos van a lo esencial en esta literatura inclasificable: el eterno quién soy.
Cada personaje –el autor, desdoblado siempre- es en sí mismo portador de significado. Será el poeta, el escritor visionario y el alborotador, su doble mefistofélico o su fámulo. Cada uno de ellos representa la relación con el Otro, el valor del pasado y también el componente estable de Peter Handke.
Un personaje en ciernes y una figura literaria significan el florecimiento del mensaje poético (Parsifal liberado). Junto a este mensaje aún no escrito -si es que alguna vez puede ser formulado-, que no es sino una mirada hacia el más puro linaje del Romanticismo alemán, el baúl de viaje aparece como un elemento burlesco, casi artificial, del escenario. El autor viaja. Esto lo hemos establecido de manera incuestionable. Pero regresa tan rápido como para poder preguntarse de dónde vino y dónde no quiso quedarse, por temor, sin duda, a encontrar un asentamiento definitivo. Comprendamos que este es un escritor al que le gusta caminar, viajar en autocar y tomar algunas notas que luego utilizará.
Cansancio. Fatiga. Temor existencial de Handke, siempre a pesar de todo, que hace que se aferre a lo que ha experimentado, a sus recuerdos, a los lugares conocidos. La paradoja es que también le gustaría ser ese aventurero que lo deja todo, la propiedad, la esposa y los hijos para empezar una nueva vida o para vivir una vida sin disputas ni responsabilidades. Una especie de mala conciencia lo persigue por todas partes. Estamos en el corazón del problema del austriaco con sus vacilaciones e incertidumbres, sus movimientos en falso y sus lentos retornos. La tarea, si tomamos las palabras de Blanchot sobre Lévi-Strauss, que representa el mito del hombre sin mito: «la esperanza, la angustia y la ilusión del hombre en el punto cero»[9]BLANCHOT, Maurice. 2011. La amistad. Madrid: Trotta, p. 80.
Un punto cero porque de lo que se trata aquí es de reescribir en el presente lo que Handke ha experimentado en el pasado, sin vuelta atrás, de manera insatisfactoria. Domina la angustia del pasado atrayéndola hacia la contemporaneidad de la escritura. Por lo tanto, vive en una brecha constante: ausente en el presente, crea una nueva simultaneidad teórica integrando los símbolos del pasado. No le importa que este presente sea artificial mientras pueda gobernarlo. Entonces, para cuando emprende la marcha, el viaje, con los términos de la ficción, ya ha regresado. Tal vez incluso crea que nunca se fue. Los recuerdos de la lectura son tan vívidos como los de la realidad de los kilómetros recorridos. Pero nunca se muestra como un turista culto.
En este muro de preguntas finales se dibuja una puerta falsa al estilo de Magritte y la sensación de seguridad sólo existe en la medida en que preguntarse es posible: «¿En qué se ha metamorfoseado esta vez en sueños tu dilema?»[10]HANDKE, Peter. 1984. El peso del mundo. Un diario (noviembre 1975-marzo 1977). Barcelona: Laia, p. 37. Lo que ocurre aquí es lo contrario de la literatura habitual: la obra no resuelve un problema, o no cree que lo haga; por el contrario, cuanto más lejos llega, más preguntas hace. Cada vez se emancipa más y más.
La estabilidad ya no se busca en el país natal como en cualquier otro lugar. La inspiración faltaría y las imágenes se desvanecerían gradualmente. Lo único que cuenta ahora es la capacidad de cuestionar. Para cuestionarse a sí mismo a través del lugar donde uno está. Rehusarse a ir más allá del giro interrogativo es ya una respuesta esencial dictada por una gran sabiduría. A través de una especie de saludable sentido común, el ejercicio del interrogatorio se transforma finalmente en una obra de teatro en el escenario con sucesivos disfraces. Un irónico retiro a lo Pirandello: «No es una opinión, sino una imagen»[11]HANDKE, 2006, Op. Cit., p. 37.
Ensayo sobre el cansancio supone que, después de un período de largas descripciones bloqueadas, la obra se relaja. Empezar a hablar, pasando por alto una civilización de ruidos y sonidos, articular un discurso. El escritor ya no tiene miedo de prever una respuesta en la elaboración de su narrativa, sino que esa respuesta deviene, al fin, el arte que visualiza el Grial interior de cada persona.
Título: Ensayo sobre el cansancio |
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Referencias
↑1 | HANDKE, Peter. 1990. Pero yo vivo solamente de los intersticios. Barcelona: Gedisa, pp. 272 |
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↑2 | CUESTA ABAD, José Manuel. 2015. Demoliciones. Literatura y destrucción. Madrid: Abada Editores, p. 40 |
↑3 | HANDKE, Peter. 2006. Ensayo sobre el cansancio. Madrid: Alianza Editorial, p. 26 |
↑4 | BENJAMIN, Walter. 2014. Calle de dirección única. Madrid: Abada Editores, p. 11 |
↑5 | Ibíd., p. 83 |
↑6 | Ibíd., p. 37 |
↑7 | HANDKE, Peter. 2019. Ensayo sobre el jukebox. Madrid: Alianza Editorial, p. 49 |
↑8 | HANDKE, 2006, Op. Cit., pp. 60-61 |
↑9 | BLANCHOT, Maurice. 2011. La amistad. Madrid: Trotta, p. 80 |
↑10 | HANDKE, Peter. 1984. El peso del mundo. Un diario (noviembre 1975-marzo 1977). Barcelona: Laia, p. 37 |
↑11 | HANDKE, 2006, Op. Cit., p. 37 |