Ha llegado el tiempo de las alergias y por aquí solo queremos que pase, que llegue el calor extremo y lo queme todo, que el polen, las gramíneas, el olivo, el ciprés, el falso platanero los bulanicos desaparezcan en ciclo natural abrasados por el verano-verano y no por estos 34 grados tímidos, que ni chicha ni limoná que, para más inri, alternan con alguna lluvia repentina que hace que no acabe de pasar a mejor vida esta primavera larga.
Ha llegado el tiempo de las alergias y cada vez más gente implora la devastación del calor extremo, porque la contaminación, el efecto invernadero, el planeta en desorden trófico no es el problema, es el verano que no llega aletargando lo vivo. Y es que así no hay quien vaya el domingo de fiambrera a la playa a gusto sin esta vela impertinente que cuelga debajo de la mascarilla y que hace del bigote carne viva. Manteca de karité antes de dormir para la rojez y el escozor del efecto del moco acuoso que en continuo ir y venir abrasa la carne de debajo de la nariz.
Ha llegado el tiempo de las alergias y se habla de que este año menos gripe, menos resfriados, menos dolencias de las del invierno, pero que la alergia no perdona, y que cada vez más gente, cada vez a las criaturas chicas les llega antes. Los niños y las niñas no respiran del todo bien, y ya desde bien temprano con los ventolines, los pulmicores y el oxígeno por si acaso, porque esos pitos no son normales y mira cómo se pone que se le escucha desde aquí la percusión torácica de pecho buscando aire.
Mientras tanto, la primavera no acaba de irse para dar paso al verano 2020 que no tuvimos, para recuperarlo, que los de aquí ya queremos lo de siempre, lo normal, el poder salir hasta que la noche refresque si es que acaso… y dejarnos llevar por la idea de que en este lado del muro las cosas son como deben ser, ni más ni menos, como lo que una ciudadanía como dios manda se merece, tu poquito de esto y de aquello… ya sabes, para que la economía y todo lo bueno no se hunda más y otra vez y blablablá…. Que es que vamos con un año de retraso y esto no hay pueblo que lo aguante, hombre, ya, que me enciendo, de pensar que nadie se merece lo que nos ha pasado; es decir, que nadie se merece este año de… yo qué sé.
Y mientras tanto el Juan Manuel que me habla de que si no hay competición la gente se vuelve perezosa y se acomoda y eso sería el final de los pueblos civilizados… y entonces, usa, ese adjetivo: “civilizados” y a mí se me enciende la furia de dentro, el efecto Mikel de aquella tarde en Bologna, y me lo veo venir. Voy sintiendo la vena del cuello, y sé, por experiencia, que eso es mala señal, es todo tan rápido y tan a cámara lenta. Lo irremediable llega en forma de discurso aleccionador, y le digo: Juan Manué: mira a tu alrededor, mari, qué parte del mundo devastado en el que vivimos, ¿prefieres? , porque efectivamente en nuestra sociedad la frustración no está a nivel dios, ¿verdad?, y aquí las gentes no vivimos en una pesadilla que se instala de continuo, ¿o qué?, que este devenir zombie no es el infierno en la tierra, que este muro, que aquel muro, que donde las balas, que donde los incendios, que los horarios, que la represión policial y los ejércitos, que el basurero de plástico en el que sobrevivimos es lo mejor que nos han podido hacer, y que hay que competir para llegar primero a la mierda, ¿no?, J. M.
Pero que sí, que mira Juan, que yo te entiendo, que es verdad, que hay mucha confusión y que ya ni una sabe lo que se dice ni qué pensar, y que para qué, para qué pensar si total. A ver si por lo menos pasa la alergia ya y volvemos a respirar como es debido, copón.