Aquelarre dícese de la reunión de brujos y brujas. Pablo Agüero ha tratado en nombre de mujer esa reunión y ha llevado en Akelarre la historia de unas jóvenes que vivían felices en un bosque sin pensar que sus risas pudieran molestar a nadie.
Ana vive en el País Vasco y corre el año 1609, juntos con sus amigas se pasa el día en el bosque de su aldea, cosiendo y bailando, ahora que todos los hombres de su aldea se han ido a trabajar a la mar. el Rey quiere limpiar la región de impurezas satánicas y por ello encarga a el juez Rostegui que investigue al respecto del akelarre, esa ceremonia donde se invoca al diablo y se sirven en cuerpo y alma a el.
La cinta está rodada en dos tonos claros, esos grises donde las nubes de la zona cubren de un medio color blanquecino y busca la inocencia de todas las protagonistas y luego están los tonos amarillos donde juega con el fuego, con el pecado y con la inquisición.
Un trabajo el de Akelarre donde destacan la estética, la fotografía y la música, pero que no llega a llenar por un guion que por momentos hace aguas, no se sabe muy bien hacia donde se encamina, y que más quiere contar que no se haya narrado casi al comienzo, no evoluciona y ante todo no encuentro ese ensalzamiento del feminismo, si no simplemente una sociedad machista, pero que no quiere decir que salga a flote la parte feministas de las protagonistas.
Es más a medida que pasan los minutos, siento una gran manipulación de las protagonistas, no me parecen nada naturales en su desarrollo y finalmente caen en lo que se busca desde la otra parte, por lo que nunca pensaría que la cinta buscar mostrar la parte positiva de la mujer.
En cuanto a las interpretaciones se destacarían las de las protagonistas cuando están entre ellas, cuando están ante el banquillo de la inquisición me recuerda todo mucho más a una escena teatral en su propio ensayo que en el resultado definitivo, con un Alex Brendemühl un tanto forzado a la par de encasillado en su papel de hombre fatal, sin remordimientos de por medio.