Un coleccionista, por regla general, y el protagonista de esta historia es uno de los más obsesivos que se pueda echar en cara, suele mostrar una gran vulnerabilidad y falta de tacto a la hora de poder solventar una situación emocional complicada. Estos intentan esconder sus problemas para socializar dando un valor sentimental a una serie de objetos, lo cual se cree que le produce una sensación de plenitud, y que en realidad lo único que denotan es esa falta de habilidades por rellenar los huecos vacíos que les deja la vida, también, de aquí, que sean grandes exhibidores de sus colecciones. Es por tanto, y ciñéndonos al análisis literario de esta trama, que el interés del personaje principal por obtener las cartas que su admirado poeta Jeffrey Aspern escribió a su musa, Juliana Bordereau, presenta un punto controvertido, desde mi punto de vista, sobre todo al final de la obra. Pues en la conclusión de la misma cuando vemos que todo ese universo en el que había depositado todo su existencia, lo podríamos decir así, y que lo arrastra hacia una red de la que parece no poder salir, termina por explotar y hacerse añicos .
El ansia de desvelamiento es el eje central sobre el que transita está narrativa. Esta nos envuelve de tal modo, penetra en nosotros empleando una psicología bastante sutil, que al final nosotros mismos caemos también en las mismas ansias del coleccionista por querer hacernos con dichas cartas. A partir de una técnica bastante bien elaborada por parte del autor, se nos atrapa en ese misterioso universo. Los mismos diálogos de los tres personajes de la obra: el coleccionista, la sobrina y la tía, que dejan traslucir unas segundas intenciones, contribuyen a ir plantando esa semilla de la curiosidad en nuestras cabezas.
Hay, pues, tres personajes que disputan e intentan sacar el mayor provecho al valor dado de unas cartas. El coleccionista que urde una treta para poder hacerse con las mismas, este logra introducirse en el ámbito privado de quienes las custodian a base de una ingente cantidad de dinero, pues para él prima más lo sentimental que lo monetario. La tía, ya casi en el invierno de su vida, y que solo piensa en dejar un buen porvenir a su sobrina, y esta segunda que movida por los galanteos del urdidor le entrega de un modo ingenuo su corazón, esperando ser correspondida.
El final termina dejándonos sumidos en un pozo de oscuridad. Al morir la mujer anciana, el principal obstáculo para poder hacerse con el tan codiciado botín, todo parece que va a llegar a ese final del túnel que todos ya ansiamos, por fin aquello que se nos había privado se va a tornar en público. Pero surge la última e incordiarte prueba, una que termina por desbaratarlo todo. Las cartas serán entregadas no si antes nuestro principal personaje aceptar casarse con la sobrina, en caso de que no, estas serán destruidas por ella. Parece, con esto, que las artimañas que había empleado se vuelven en contra suya. Es entonces, en este punto final, cuando se da un destello contraclimático en la obra y que sume a la misma en el caos, y lo cual se podría sintetizar, para no desvelar el final de todos los acontecimientos, en la siguiente pregunta: ¿se puede encerrar el universo en una botella?