Melquíades nació con un defecto congénito, fruto de la efímera relación entre un matemático y una pintora cubista. Tenía el corazón en la cabeza y la cabeza en el corazón. Ya desde niño razonaba los sentimientos y padecía los pensamientos. Cuando creció, de tanto pensar el amor, el odio o el dolor, escribió sesudos ensayos sobre tales materias pero nunca consiguió enamorarse ni experimentar siquiera una alegría medianamente desbordada. Con gran pesar de su corazón, por cierto. Y de tanto sentir la física, la filosofía o la biología, amó hasta el delirio la ciencia aunque nunca logró entender ni la más simple cuestión científica. Con gran pesar de su cabeza. Así que, sintiéndolo y pensándolo mucho, si su padre hubiera escogido a aquella contable, tan aburrida pero de ojos tan bonitos, quizás él hubiera tenido todo en su sitio.
En “Náufragos del Océano Índigo”
