“El descubrimiento del alma de la diosa”
El cine (en este caso en su versión documental) tiene enormes consecuencias estéticas desde el momento en que capta impresiones de la realidad y narra los hechos. Los personajes de las películas “El triunfo de la voluntad” (1935) y “Olympia” (Partes 1 & 2) (1938) de Leni Riefenstahl, al estar presentes, por lo menos en cuerpo, son causantes de una intensa impresión de la realidad grabada. La luz, el movimiento y a su vez el celuloide (material plástico flexible que fue el soporte principal de la industria cinematográfica hasta la década de 1950) reverberan fuertemente en la impresión de la realidad de las películas.
Leni Riefenstahl fue una actriz, cineasta y fotógrafa alemana nacida en 1902, lo que quiere decir que cuando rodó “El triunfo de la voluntad” tenía 33 años, una edad donde el brillo y la notoriedad campan a su antojo. La crítica ha catalogado sus trabajos como propaganda del régimen nazi. Ella nunca aparece como afiliada al partido, no fue juzgada ni encarcelada como muchos de sus grandes amigos nazis (Albert Speer, arquitecto oficial del Tercer Reich), con quien la veremos esquiar felizmente después de que el mismo cumpliera 20 años de prisión, mostrado en el documental “Riefenstahl” de Andrés Veiel (2024).

Ante esto me hago los siguientes planteamientos. La directora de las películas anteriormente mencionadas era una persona culta, refinada, elitista – la oímos comentar que nunca hubiera realizado una película que mostrase discapacidades y que el pueblo Nuba no sabía de dinero y no era conveniente que tuviera acceso al mismo-. Su formación porta todos los conocimientos técnicos, herramientas de cine que en el momento se manejaban; junto a lo magnífica fotógrafa que era, con solo añadir una idea o forma de pensar determinada, tenía conformadas sus películas.
Hago un inciso que nos sirva de clarificador de posturas humanas en la obra de esta directora para con esto atisbar qué nos quiere decir fílmicamente. Los grandes teóricos del cine arrojan la idea siguiente (no literal) a propósito de la forma fílmica: es lo que percibe el espectador en una película, los elementos que la conforman; la totalidad de las imágenes son globales y relacionales; con ello se muestra que la forma de ver, oír, pensar y sentir se percibe de manera notoria, según quiera en este caso la directora, connotar de nuevo que era fotógrafa para más condición.

Una serie de ejemplos que están en “El triunfo de la voluntad” van a dar fe de lo anterior. Son varias las secuencias donde veremos cómo la avioneta que traslada a Hitler a Nuremberg, “Día del Partido del Reich”, muestra entre las nubes de algodón – simbolizando a los dioses de la mitología griega clásica – entre fundidos encadenados. El Führer aparece en las imágenes en primeros planos ligeramente picados, marcando su superioridad ante las masas que en el montaje aparecen eufóricas, fascinadas, envueltas en la emoción provocada por un líder que iba a quedarse primero con Europa y luego con el mundo. En “Olympia” (Partes 1 & 2) (1938), los atletas con imágenes de una belleza extrema y casi sobrehumanos gracias a la cámara de Riefenstahl reflejan su culto al cuerpo ario. No solo esto; entre otras muchas imágenes indica la simpatía y rendición eterna al líder y a su obra genocida. Cuando la directora sale fotografiada junto a su Führer, sus posturas corporales – no olvidemos que la mencionada era actriz y manejaba todos los resortes que ello conlleva – reflejan su verdadera fascinación, admiración, asentimiento y complacencia que le profesaba.
EL documental de Andrés Veiel nos la va a mostrar magnetizada cuando está con Hitler, tranquila, sonriente, producto de que, lo creyera o lo negase en una larga vida que alcanzó 101 años, era “uno de ellos”. Aunque se empeñe en contar que sus películas eran un encargo de los nazis y que toda Alemania, menos un pequeño grupo, era presa de la idea, como si ello fuera una obligación impuesta al pensamiento y a la conciencia individual, algunos optaron por el “exilio interior”. La gran “diosa”, a medida que cumple años, maneja peor sus maneras y sus nervios, cayendo con facilidad en las “preguntas trampa” de los periodistas que, ante una supuesta inocencia en su verbo, están llenas de injurias y propósitos.

Leni Riefenstahl amaba lo bello, lo que la deifica y separa de las clases no favorecidas, y llega a casarse con un joven alemán “ario” 40 años menor que ella, Horst Kettner, quien la acompañará hasta el fin de su vida (antes se había casado con un militar nazi, Hans-Peter Jacob (1944-1946).)
Me pregunto si alguna vez la directora se acercó a la moralidad y a la decencia con los seres humanos. Tras una serie de ignominias que dejan su currículum ético enlodazado y hasta rozando lo delictivo, ¿qué grado de verdad puede existir entre lo que dice en las entrevistas tan contrario a la naturaleza ideológica de sus trabajos fílmicos?; ¿qué lugar ocupa la elección y el extenso número de cámaras, el emplazamiento de estas, sus movimientos y montaje en el resultado de su película “El triunfo de la voluntad”? Si todo lo que hizo estuvo milimétricamente planificado y nada tuvo lugar de manera espontánea, ¿dónde estriba la inocencia de su mirada?