¡Maldita subida!, pensó en voz alta. No veía fin y, además, la inclinación cada vez era mayor. Le habían dicho que desde allí arriba encontraría su liberación, una meta, bueno, más bien una salida, desde donde comenzar de nuevo, con una luz nueva, con un mundo por descubrir, y descubrirse dejando ataduras sinsentido atrás. Subía, y subía, escalaba y escalaba día a día, hora a hora, segundo a segundo, como si no hubiera un mañana; corría, pero no avanzaba, y solo pensaba en dejar el pasado atrás. ¿Cuándo llegará el ansiado día? ¿Qué horizonte divisaría? ¿Sería realidad que todo podría tener otro color y no tanto gris en su vida, y que el esfuerzo tendría su recompensa? Se resbalaba, no quería saber lo que pisaba, qué terreno tocaba, solo quería llegar arriba y dejarse caer. Llegó y se derrumbó entre metales que seguían teniendo el mismo color y el cielo no acompañó.
