
De vez en cuando, pasa. Cada cierto tiempo. Soy testigo, a veces también destinataria. Y cuando ocurre, me cruza el cuerpo una mezcla de sorpresa y regocijo. Sucede siempre en tiendas de barrio, en pequeños comercios, en puestos callejeros. En lugares que se entrelazan con el entorno, que son espacios de encuentro, que conforman la vida comunitaria. Donde los rostros se reconocen y tienen nombre e identidad, y ese gesto es una invitación a sentirte parte, a ser vecina. Nunca sucedió en un centro comercial, en un supermercado, en unos grandes almacenes. No pasa en los “no lugares”.
Es el momento en que no tienes un billete más pequeño y la tendera no tiene cambio. No funciona tu tarjeta y no llevas dinero. Has salido sin monedero y te acordaste que te faltaba el pan. Y entonces, te dicen: “No pasa nada, llevátelo. Ya me lo pagas otro día”. Palabras mágicas que suenan como una caricia. Aunque no te conozcan, te fían, se fían. Dice María Moliner en su segunda acepción que fiar es “vender una cosa demorando el cobro de su importe para más adelante”. Pero fiar también es “tener confianza en algo o en alguien”.
Fiar y confiar tienen el mismo origen etimológico. Vienen del latín vulgar “fidāre”, que significa tener fe, tener esperanza. Creer. Y para crear hay que creer.
Antes, era práctica habitual de los comercios de pueblo y de barrio, donde todo el mundo se conoce. La cuenta anotada en la libreta, que se paga cuando llega el sueldo. Lo que extraña ahora es que aun sin conocerte, la simple pertenencia al barrio te avale, que la confianza no esté creada sobre un yo concreto (confiar en alguien), sino sobre creencia en la buena voluntad (confiar en algo).
“No te fíes ni de tu padre”, recuerdo decir a mi padre. El, que confiaba siempre. Esa frase se me quedó grabada en la piel, y ahora me sacudo la desconfianza con empeño. Quería protegernos de los peligros de estar en este mundo. No le quito razón. Los peligros son muchos. Pero no suelen venir de la vecina de al lado.
C O N F I A R. Quiero dejarme mecer por esas siete letras. No quiero perderme en la idea del otro como alguien hostil. Quiero fiarme. No con una confianza ciega que te deje a la deriva sin saber a dónde vas, sino una que te caliente el pecho y tire una cuerda hacia la idea de vecindad, que te haga sentirla cerca y puedas tirar y soltar, tirar y soltar.
C O N F I A R. Como cuando te tumbas en el mar boca arriba, en un día sin oleaje, y cierras los ojos y tu cuerpo flota. Y solo está el agua y el sol. Y de vez en cuando miras, para saber que no te estás yendo muy lejos, que no hay medusas cerca. Y vuelves a cerrar los ojos, y solo sientes el sol calentando tu cuerpo y el agua que te acuna.