Abrimos mes de agosto en nuestra sección con Rafael Loscertales de la Puebla (Teruel, 1966). Ingeniero Informático, vive en el área metropolitana de Barcelona desde 1990. Empezó a escribir en su juventud: siempre construía pequeñas historias en su cabeza, incluso con diálogos. Le gusta trabajar textos que contengan humor, aunque sea ácido, negro o absurdo. Según nos cuenta, escribe por placer, por necesidad y porque es la forma de comunicación que más se adapta a su mundo interior.
Ha participado en diversas antologías de relatos y microrrelatos en España e Iberoamérica, las últimas Basta. Microficción contra la violencia de género (2023) y Equilibristas (Trea, 2023). Sus textos se han publicado en la prestigiosa revista de literatura Quimera. Ha sido finalista en varios concursos de microrrelatos y ganador de algunos de ellos (Relatos con Banda Sonora, Lince Montes de Toledo o popular en Esta Noche Te Cuento). Mientras haga viento (Platero CoolBooks, 2024) es su primer libro.
Rafael ha elegido los siguientes relatos de Mientras haga viento para compartir con los lectores de Amanece con… :
El esquirol
Decidieron eliminar al príncipe besucón de la profecía. Tras un siglo de crecimiento frondoso y tranquilo del bosque, nadie estaba dispuesto a que desapareciese su hogar encantado por despertar a una princesa. Hadas y gnomos ultimaban las trampas elaboradas con ramas puntiagudas y venenos. Los animales afilaban dientes, picos, garras y cornamentas. Los elfos acechaban desde los árboles; entre arbustos, se emboscaban los duendes: si intentaba llegar al castillo, el príncipe se llevaría una sorpresa. Sólo un topo rompía el extraño silencio jugueteando con un saco de monedas. A nadie pareció importarle un animal que nunca sale en los cuentos y hace túneles bajo tierra.
Sin testigos
Mi preferido es un sombrero de fieltro gris oscuro, un Borsalino con ala de seis centímetros y tafilete de cuero, que se ajusta perfectamente al contorno de mi cabeza. Lo conseguí en una absurda apuesta con Pietro Carlini tras varias botellas de grappa. «Tú primero», le dije, y Pietro, con los carrillos inflados, se dispuso a no respirar durante mucho tiempo. Después de varios cambios de color, cayó al suelo redondo y su piel no recuperó el tono original.
Hay quien va diciendo por ahí que Pietro ganó la apuesta. Pero qué más da, si a nadie en Sicilia se le entierra con dos sombreros.
Efecto mariposa
Los párpados de la camarera aletean lentamente y empujan hacia mí el beso húmedo que ha depositado en su mano. Un remolino nervioso recorre mi cuerpo y, en una ráfaga de torpeza, derramo el café sobre mi portátil, que primero chisporrotea y luego comienza a arder. Ella se ríe mientras un nubarrón de plástico chamuscado asciende hasta el techo del local. Se dispara la alarma y la borrasca de los aspersores inunda la cafetería. Cuando todos salen en tromba, su mano me aleja de la puerta. En la trastienda, un torbellino de abrazos y lenguas nos arrastra hasta el almacén. Ruedo por el suelo junto a ella como un ciclón. Ajeno al tiempo y el espacio, me dejo zarandear por las turbulencias de un sexo huracanado.
Un clavo saca otro clavo
En la soledad de su propia celda, la abadesa purga con el cilicio sus impúdicos pensamientos de lascivia. Después de unas horas de mortificación, se siente sucia por fundir ambos placeres y busca la purificación de su creciente culpa en el crucifijo que cuelga sobre su cama.
Perros de presa
Un par de días después de empezar las clases, le pusimos la primera zancadilla. Luego llegaron los empujones, los insultos y las amenazas en el baño. Más tarde, las persecuciones al salir de clase, los golpes, el barro en la boca. Corrió desnudo, lloró emplumado, le untamos la cara con alquitrán y le prendimos fuego al escroto. Y cuando ya no sabíamos qué más hacerle, él mismo saltó desde el tejado del colegio. Fue un vuelo tan espectacular que todos aullamos excitados. Ahora muy pocos le recordamos. Tan sólo el otro alumno gordito que ahora rueda con nuestras zancadillas parece echarle de menos.