Fue un treinta de agosto, y van ya veintiocho. No he faltado ni uno solo a la cita. Veintiocho veces que suena «Caminito de la playa» en tu viejo radiocasete. Esta canción parece hablar de nosotros: «Había un paseo de viejas palmeras, había un faro nuevo y un cañaveral». Tan solo queda el faro, despintado y solitario, como yo. «Había un camino de polvo y arena, y el aire traía perfumes de mar». Recorro ese «Caminito de la playa», ahora sobre el duro asfalto, como tantas veces hicimos aquel verano. «Había una niña, a la que yo amaba, con el pelo largo del color del trigo». Con tus treinta y pocos eras una niña para mis cincuenta y tantos. «Los ojos de un verde, de un verde de oliva; tenía en los labios el sabor del vino». Todavía percibo el sabor de tus besos cuando cierro los ojos y aspiro el perfume del mar.
«Caminito de la playa» sonaba en el radiocasete cuando recibiste aquella llamada. Tu marido, por sorpresa, acababa de llegar a tu hotel. No te preocupes, me dijiste, nos vemos aquí esta tarde; guárdame el radiocasete. Era treinta de agosto. Veintiocho años después sigue habiendo «una gaviota surcando las aguas», y este «viejo marino buscando su ayer».