¿Tomamos un café? Cuando quieras. Esta semana no me viene bien, pero te aviso. Sí, sí, siempre estamos con lo mismo, pero… Espero que el próximo no tarde otros tres años. Aviso a los demás por el grupo y concretamos una fecha. No te creo… ¿cómo no vas a tener diez minutos? Ya, ya sé que estás muy liada, todos lo estamos. En fin, espero tu llamada.
Un café es la excusa perfecta para charlar y mirarnos a los ojos. Desahogo, reencuentro, confidencia, acercamiento, discusión o entretenimiento. En ocasiones, cita ineludible y habitual. A veces, acontecimiento puntual y extraordinario. El tiempo y el vertiginoso rumbo de nuestros días los espacia hasta límites insospechados, pero algún tropiezo casual puede convertirlos en un punto de inflexión.
Justo Sotelo lo sabe bien y, durante años, a diario, toma una taza tranquilamente con sus seguidores, lectores y amigos a primera hora de la mañana. Da igual la ubicación y el clima, incluso la diferencia horaria, todos pueden sentarse en esa mesa y disfrutar de sus escritos. Hace unos meses, Pagès Editors y Universitat de Lleida editaron un compendio titulado “Un hombre que se parecía a Al Pacino”, con el subtítulo “Cuentos del primer café”. De esta forma, lo compartido en redes sociales se estructura en una obra a la vanguardia, contemporánea, donde la línea cronológica y sucesiva se diluye en el instante mismo que estamos viviendo. Tal y como declaró el propio Sotelo en Europa Press, ha pretendido abolir el tiempo; por ello, aunque estos ensayos breves se enmarcan en las cuatro estaciones, estas se suceden hacia atrás. De la misma manera, el lector puede plantearse una concepción cíclica, a modo de continuos renacimientos, en el eterno transcurrir del caos al cosmos y viceversa. Nacimiento, crecimiento, degeneración, muerte, en un círculo sin principio, ni fin. Vida, sin lugar a dudas, vida.
En ellos está presente la trayectoria literaria del escritor madrileño desde 1995, cuando publicó su primera novela, “La muerte lenta”, hasta la más reciente “Poeta en Madrid” (2021). Y es que Justo Sotelo escribe porque busca “la belleza de la vida, de la música, del arte, de la literatura, del cine, del pasado y del presente”[1]SOTELO, Justo. 2023. Un hombre que se parecía a Al Pacino. Lleida: Ediciones de la Universitat de Lleida y Pagès Editors, p. 19. Catedrático de Política Económica y profesor universitario en ICADE y CUNEF, se licenció y doctoró en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada e hizo másteres en Estudios Literarios y Literatura Española. En 1997, fue finalista en los Premios Sésamo y Ateneo de Sevilla con “Vivir es ver pasar”. Después, vinieron “La paz de febrero” (2006), “Entrevías mon amour” (2009) y “Las mentiras inexactas” (2012). Su ensayo “Los mundos de Haruki Murakami” (2013) surgió a partir de la lectura de su tesis sobre el consagrado autor japonés; la única escrita en español, hasta el momento. En 2015 y 2017 vieron la luz “Cuentos de los viernes” y “Cuentos de los otros”, respectivamente. Algunos escritores también han estudiado y analizado su obra, como Almudena Mestre en “Lenguaje y ficcionalidad a ritmo de jazz” y Patrick Toumba Haman en “Del amor líquido en las novelas de Justo Sotelo”.
En su último libro, Madrid se convierte en la ciudad, en el espacio literario por antonomasia. No se trata sólo de un lugar, sino de la visión cosmopolita y universal del ser humano que camina y deja su huella en el asfalto y en el aire. Puede ser Nueva York, París, Roma o Casablanca, porque la Plaza del Oeste o la de Colón, el Museo Arqueológico, el Café Gijón y el Círculo de Bellas Artes se pliegan y transforman en lo que uno quiera y esté dispuesto a imaginar. Así, nos acerca al placer del proceso creativo que experimenta cualquier artista y a ese poder de persuasión de aquel que crece mientras desarrolla el significado y la conciencia del ser. Ahora bien, cobra especial importancia la capacidad de observación y no únicamente el conocimiento en sí mismo. Esto se extrapola a cada ámbito, ya sea literatura, pintura, filosofía, música o cine.
Si estamos dispuestos a quedar en esa terraza y a sortear las calles de nuestro día a día, a buscar a Al Pacino y a ocupar la silla que nos tiene reservada en este “monólogo lírico donde se mezclan la verdad, la realidad, los sueños, los recuerdos y la fantasía”[2]Ibíd., p. 147, probablemente nos crucemos con Marcello Mastroianni y Anita Ekberg, empeñados en desafiar a la autoridad y a la noche en la Fontana di Trevi. Quizás, Ingmar Bergman nos detenga para tomar algún plano en silencio, mientras los pasos de Betsy Blair resuenan en el infinito de una acera empedrada, erosionada por el ir y venir de los transeúntes. Si nos perdemos, Francesca y Robert, o Meryl y Clint, nos indicarán cómo llegar al puente, evitando al perro amarillo de la primera granja. En la cafetería no habrá muchas mesas, pero participaremos en la conversación con Virginia Woolf y Woody Allen, escuchando de fondo la “tercera” de Mahler. Hitchcock interrumpirá, de repente, para explicarnos en qué consiste el MacGuffin y qué aporta al argumento de la trama. No hay por qué temer al “The end”, pues siempre existirán Shakespeare, Homero, Beethoven, Tiziano y todo aquello que nos atrevamos a inventar.
“A los escritores se les conoce por sus libros”[3]Ibíd., p. 152 y “Un hombre que se parecía a Al Pacino” puede leerse página a página, recorriendo el verano, la primavera, el otoño y el invierno, como cúmulo o todo unificado; pero, por su versatilidad, también es posible abordar cada una de sus piezas de manera individual e independiente. Sotelo da libertad al lector y, de este modo, advertimos una perspectiva que va mucho más allá del formato habitual. ¿Por qué no aventurarnos y coincidir, por casualidad, con Larry Darrell en ese viaje?
Título: Un hombre que se parecía a Al Pacino |
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