Comentario a BOYLE, T.C.: Una libertad luminosa. Impedimenta, Madrid, 2021.
Voy a comenzar hablando de la química de Boyle, contra lo que suele ser habitual en nuestras colaboraciones aquí. Y lo hago con la hipótesis de que lo que significa su obra en general -una especie de espejo alterado de la historia, no sólo de la americana pero también- no sería posible si lo que narra en esta novela no se aproximase asintóticamente a la verdad. De ese sesgo especular ha dado cuenta por lo demás Daniel Arana en esta misma revista, aunque en este caso el pretexto alterado era la vida del arquitecto Frank Lloyd Wright,[1]ARANA, Daniel: Moradas II: Una alegría cercana a la tristeza, en Amanece Metrópolis, 6 de marzo 2023 así que, en cierto modo, uno al que ya están habituados los lectores más atentos, mis palabras aparecen aquí como desglosadas de un coloquio y de una relativa mutualidad, sostenida ahora y antes. Por cierto que cuando pienso en Boyle siempre me viene a la cabeza la b de Barth, John Barth, otro maestro en el juego de espejos.
¿Por qué digo que el relato de Una libertad luminosa es la condición trascendental, el a priori del conjunto de su narrativa? Pues porque trata de los pioneros de una provincia del alma, de esa que el poeta y editor Lawrence Ferlinghetti describiría como un Coney Island de la mente. Nada menos que de la aventura emprendida en Millbrook por Timothy Leary, el gran gurú de la exploración con drogas psicodélicas. ¿Y por qué ahora? ¿Importa singularmente la fecha? La respuesta la hallamos en la segunda mitad de la novela, a propósito de una singular resonancia entre los pensamientos desencantados de Joanie, la protagonista, sobre Castalia, la comuna de expansión de la conciencia de la mansión de Millbrook, y los acontecimientos objetivos: «Joanie hizo lo que le correspondía y más, aunque en su fuero interno se hallaba convencida de que aquello estaba mal, que se estaban vendiendo, construyendo una suerte de sucedáneo de la vida que habían elegido, y de un modo que les sería difícil revertir, como si lo artificial se convirtiera en lo real, y lo real en ilusión. (…) Entonces, tras dar forma al plan, estalló la bomba: ese mismo día, el presidente Kennedy fue asesinado y falleció Aldous Huxley, el guía espiritual del grupo. La muerte de Huxley no fue inesperada -llevaba tiempo enfermo de cáncer y hacía poco Tim había volado a Los Ángeles para presentarle sus últimos respetos-, pero eso no redujo el impacto. Con Kennedy, fue diferente. Nadie se lo esperaba, y menos aún ella, que debió ser una de las últimas personas del país en enterarse.»[2]BOYLE, T. C.: Una libertad luminosa. Impedimenta, Madrid, 2021, p. 288. En adelante citado en el texto con el número de página entre paréntesis.
El pensamiento es el de lo sucedáneo, el de lo artificial que se apodera de lo real. ¿Pero es que no se trata de una luz artificial en sí misma, aquella que proporciona la droga? ¿Acaso no es una síntesis química de otra cosa, ya sea LSD (cornezuelo del centeno), Mescalina (peyote), Psilocibina (hongos mágicos), etc.? Conocemos sobradamente esa exportación técnica. De hecho, la novela de Boyle comienza en Basilea en 1943 y con el hallazgo fortuito de Albert Hofmann del Ácido Lisérgico a la Dietilamida 25. ¿Pero podemos sintetizar la luz misma? ¿No es ella la síntesis de lo visible? ¿Podemos escribir sobre la luz de otra manera que no sea repitiendo la fulguración mística? Desde luego la deconstrucción sabe que la luz de la escritura es, como la de la droga, artificial y farmacológica, pero ese saber no concluye el juicio sino que lo inaugura, pues como afirma Jacques Derrida: «Es entonces en nombre de la memoria auténtica y viviente, en nombre de la verdad también, que el poder sospecha de esta mala droga que es la escritura, esto es, de que lleva no solamente al olvido sino a la irresponsabilidad. La escritura es la irresponsabilidad misma, la orfandad de un signo errante y juguetón. La escritura no es solamente una droga, es un juego, paidia, y un mal juego si no está bien regulado por la preocupación de la verdad filosófica. (…) El mal pharmakon siempre puede parasitar al buen pharmakon, la mala repetición puede parasitar siempre la buena.»[3]DERRIDA, Jacques: Rhétorique de la drogue, en Points de suspension. Entretiens. Galilée, Paris, 1992, p. 247.
Se trata de la luz ahora. En noviembre de 2023, esto es, sesenta años después de ese cluster, de esa consonancia de pérdidas, pues cuenta Boyle que dice el químico Hofmann a su ayudante de laboratorio, Susi Ramstein: «cuando te detienes a examinarlo, a examinarlo de veras, el tiempo no tiene significado.» (p. 23). De hecho, Timothy Leary, el Tim omnipresente de Una libertad luminosa, es testigo de este doble corte. Aunque la repetición, el recuerdo al que se refiere Leary, es un flash back, esto es, una memoria alterada, como un volver alucinatorio cuando la alucinación ya no es. El flash back es la buena repetición de algo que, con respecto a lo real, es malo; la efectuación real de la irrealidad. En concreto: «Todo el mundo recuerda con exactitud dónde estaba el 22 de noviembre de 1963, cuando estalló la atroz noticia. La televisión creó un troquelado masivo en cien millones de cerebros, una pérdida repentina de la inocencia. El asesinato de Kennedy resultó especialmente brutal para aquellos nacidos después de 1946. Era su primer indicio de que se cocían asuntos sucios, de que el mundo no era el lugar bonito y seguro para el que los habíamos preparado sus padres. Esa noche un amigo de Associated Press de Nueva York llamó con una noticia recién salida de teletipos. Aldous Huxley había muerto. En el luto por Kennedy nadie reparó en ello. Nosotros mantuvimos una larga vigilia a la luz de las velas por nuestros dos guías perdidos.»[4]LEARY, Timothy: Flash Backs. Una autobiografía. Alpha Decay, Barcelona, 2004, p. 313.
Se trataba, se trata, de un viaje hacia la luz. No la del pasado, dado que el tiempo ha sido cancelado. Viajamos hacia la síntesis de la luz del presente. Y esto no es incompatible con el duelo, puesto que muchos son los nombres de los exploradores, de los psiconautas, y en el pasado yo mismo he mostrado cuán diversos son, aunque entonces la taxonomía se trazaba desde una perspectiva política en sentido amplio: entre la aristocracia de la experiencia psicodélica por una lado (Albert Hofmann, el soldado filósofo y escritor Ernst Jünger), y por otro el populismo democratizador de la misma (Timothy Leary y, con muchas mayores reservas, Huxley).[5]GARCÍA CAPARRÓS, Julio: Abrasado te busco Ariadna, en Laberintos nº 25. El hilo de Ariadna. Zaragoza, 2012, pp. 34-38. No es que esa perspectiva resulte incorrecta hoy, pero creo que los cortes, y por lo tanto también la continuidad, han de hacerse con otros criterios más matizados. De hecho, la novela de Boyle da cuenta de tres periodos diversos en la carrera de Leary, más allá del breve introito en los laboratorios Sandoz de Basilea. El primero es el de la investigación universitaria como psicólogo de las propiedades de la psilocibina, incluido el polémico y así denominado experimento de Viernes Santo, en el que ya se conecta la experiencia parcialmente con la espiritualidad religiosa, y que el novelista (pp. 135-144) describe con ingredientes de farsa cómica, al estilo de los films de Jerry Lewis. El segundo es el del retiro psicotrópico en Zihuatanejo (México), que sólo puede mantener su condición paradisiaca en la primera temporada, ya que después se saldó con la deportación. Y el tercero, que tiene que ver con el descrédito académico en Harvard de Leary y su colega Richard Alpert (convertido luego éste en Baba Ram Dass) y con la comuna de Millbrook, en una casona neobarroca de sesenta y cuatro habitaciones cerca de Pughkeepsie (Nueva York), que consigue Leary, gracias a su fuerte conexión con la extraordinaria y acaudalada pionera psicodélica Peggy Hitchcock.
En el Who is Who de la psicodelia hay que mencionar desde luego al banquero Robert Gordon Wasson, precursor de la etnobotánica, y menos conocida es la relación del escritor Robert Graves con él, a pesar de que se considera a sí mismo inspirador de las investigaciones del primero sobre hongos alucinógenos o del papel de las drogas en los misterios eleusinos de la religión griega.[6]GRAVES, Robert: Los dos nacimientos de Dionisio. Seix Barral, Barcelona, 1980. Pero es Huxley el gran sintetizador teórico, primero con su reconciliación del consumo de psilocibina con la potencia visionaria de William Blake. Las drogas psicomiméticas serían, como su mímesis de la locura, las verdaderas puertas de la percepción (de ahí el nombre del grupo californiano The Doors). Y en ellas podemos encontrar al mismo tiempo, en matrimonio, altura y abismo, cielo e infierno. Gran parte de los escritos de esa larga campaña de Huxley se agruparon de manera póstuma bajo el título de Moksha, liberación en sánscrito, y que es también el nombre de la droga que consumen en Pala, la isla prohibida, en la que sitúa su última gran novela, para mí la preferida, especialmente por la llamada del pájaro Minah: «Atención, ahora y aquí muchachos», que es el mandato de la piedad en una sociedad que ha hecho de la expansión de la conciencia su objetivo esencial.[7]HUXLEY, Aldous: La isla. Edhasa, Barcelona, 2009. Sabemos que el pensador británico escribe a Thomas Merton, al mítico Father Tom, el 10 de enero de 1959, hablando del uso terapéutico de la mescalina y del ácido lisérgico en el tratamiento del alcoholismo y de diversas neurosis. Pero va más lejos, hasta el punto de revelar la naturaleza espiritual de su experiencia: «En el curso de los últimos cinco años he tomado mescalina dos veces y ácido lisérgico tres o cuatro. Mi primera experiencia fue primordialmente estética. Las experiencias posteriores fueron de otra naturaleza y me ayudaron a entender muchos asertos inefables que aparecen en los escritos de los místicos cristianos y orientales. Un sentimiento inefable de gratitud por el hecho de haber nacido en este universo. («La gratitud es el cielo mismo», dice Blake, y ahora sé exactamente a qué se refería.) Una trascendencia respecto de la relación corriente sujeto-objeto. Una trascendencia respecto del miedo a la muerte. Un sentimiento de solidaridad con el mundo y con su principio espiritual y la convicción de que, a pesar del dolor, las cosas están de alguna manera en perfecta condición.»[8]HUXLEY, Aldous: Moksha. Edhasa, Barcelona, 2017, pp. 376-377. Merton, él mismo un bohemio convertido a la mística contemplativa, siempre fue muy sensible a la búsqueda del rostro de Dios en esta multitud de proscritos y descarriados. Entre los que la autoridad, civil o eclesiástica, tendía a administrar con generosidad su sospecha, en lugar del sacramento de la escucha y la comprensión.
Para Huxley el psicotropismo implica, sobre todo, a) una amplificación de la luz, y b) una amplificación del sentido. Esto parece ser una constante en el consumo de estas sustancias, así que su vinculación con las metáforas místicas es casi inevitable. En la novela de Boyle: «Estaba sentada en la alfombra con las piernas cruzadas, en compañía de Ken, Fanchon y Susannah, formando un pequeño grupo aparte de los demás, y hablaban de la Luz, la luz extática y deslumbrante que arrasa el campo de visión y anuncia la presencia de Dios, una luz que los cuatro, por turnos reconocieron no haber visto, pero que esperaban llegar a ver, puede que esa noche. Los timbrazos sonaron de nuevo y Joanie interrumpió a Susannah, que decía que la que todos perseguían no era la Primera Luz, sino la Segunda, que seguía a la Primera, y que solo se les aparecía a los más adeptos y los abría a Dios y al universo para siempre. Lo que despertaba las dudas de Joanie, pues sonaba como si se pudiera llamar a Dios al orden, y, por supuesto, eso significaría que Dios realmente existía, algo de lo que ella aún no había tenido certeza alguna, ni siquiera lo había llegado a intuir. Pero ¿acaso no era todo posible?» (pp. 262-263). Búsqueda y espera, a lo mejor el secreto de la luz no sólo es el de un flujo incesante que viene de la divinidad, como aparece por ejemplo en la ontología mística de Matilde de Magdeburgo (siglo XIII), lo que llamaríamos una luz teológica femenina, por así decir,[9]MATILDE DE MAGDEBURGO: La luz que fluye de la divinidad. Herder, Barcelona, 2016. sino que habría que añadirle el aspecto tan americano de una Nueva Frontera. Una primera y aún más lejos, hasta la segunda.
Segunda luz, sin embargo, tiene un significado bastante diferente cuando hablamos de un episodio cardiovascular severo que conozco bien, el de la disección de la aorta, porque yo he sobrevivido a ella. Porque vengo desde de esa frontera o abismo. En tal caso la segunda luz es la de un flujo que se pierde y desvía del camino interno, que no llega, y que te acerca a una evanescencia gris como la que los judíos conocen por el Sheol, que no es un infierno de castigo y dolor sino otro acaso peor, como el del olvido. Un mes y medio de coma, inducido por sedación y que no parecía recuperarse naturalmente, de aparente inactividad cerebral, y tres meses de hospitalización, avalan que no sólo avanzamos más lejos, sino que a veces el milagro es que regresemos desde allí. The Beatles cantan She said, she said para quien quiera escuchar: She said «I know what it´s like to be dead I know it is to be sad»… Pero todavía es demasiado pronto, aún no, para que suenen así los cuatro de Liverpool por las numerosas habitaciones de Millbrook. En su lugar otra cosa, casi cualquiera antes que la alegría saltarina y un poco naif (Love, love me do) que Tim Leary no apreciaba; mejor el Coltrane menos herido o el Modern Jazz Quartet para una sesión de conciencia común, como en cualquier hogar de liberales acomodados. Henri Michaux, que está lejos del augurio pragmatista americano, sabe lo que está oculto ad ínferos en la droga, por sus inmersiones mescalínicas. No un cofre más allá del arco iris sino la más completa pureza. Esta que podríamos llamar la luz tercera: «Si el estado normal es mezcla, examen y dominio de los impulsos y de las opiniones antagónicas, si el estado creado por la droga o por una enfermedad mental es oscilación y separación total de los impulsos antagónicos y puntos de vista opuestos, existe un tercer estado, éste sin alternancia, como sin mezcla, en que la conciencia, en una totalidad inaudita, reina sin antagonismo alguno. Éxtasis (o cósmico o de amor, o erótico, o diabólico). Sin una exaltación extrema no se entra. Una vez adentro, desaparece toda variedad en lo que parece un universo independiente. El éxtasis y sólo el éxtasis abre lo absolutamente sin mezcla, lo absolutamente no interrumpido por la más ínfima oposición o impureza, o sea lo mínimamente, incluso alusivamente, distinto. Universo puro, de una total homogeneidad energética en el que viven juntos, y en oleadas, lo absolutamente de igual raza, de igual signo, de igual orientación.»[10]MICHAUX, Henri: Conocimiento por los abismos. Sur, Buenos Aires, 1972, p. 23.
Cielo o infierno, uno halla lo que lleva consigo. ¿Y no se despoja? ¿Qué viajero sería si no dejase atrás tantas cosas superfluas, aunque pesadas, como los crustáceos que se adhieren al casco de un barco? Esto tiene que ver con la cura Moksha. Conviene no olvidar que el origen de esta primitiva oleada psicodélica tiene un origen terapéutico y que el primer envío de Delysid, nombre del LSD 25 preparado por los laboratorios Sandoz con fines médicos, llega a EEUU en 1949. La novela de Boyle se hace eco de la negativa de los laboratorios suizos a comercializarlo en abril de 1966, aunque ya había comenzado a producirse (proyecto VV8) en 1955 en Checoslovaquia, con objeto, entre otras cosas, de satisfacer la demanda californiana, y debido a las investigaciones en psiquiatría de Roubicek y Stanislav Grof. En 1967 sería ilegalizado su consumo en Estados Unidos. Pero para entonces había ocurrido otro mundo. ¿Existe, no obstante, la cura? ¿Repara o destruye ella la mundanidad del mundo? Leía, para hacer este comentario, una monografía de Chris Letheby que muestra cómo se ha dado un renacimiento de la investigación terapéutica de las drogas psicomiméticas, ahora con un desarrollo bastante conspicuo de las neurociencias.[11]LETHEBY, Chris: Filosofía de la Psicodelia. Bauplan Books, Madrid, 2022. Puesto que la acción beneficiosa de éstas parece estar asociada a una especie de cosmología de alto contenido místico, el autor se pregunta cómo podría integrarse este aspecto en una teoría materialista de la acción psicodélica. ¿Es una ilusión, una alucinación lo que cura o coadyuva a la curación? Lo que sostiene Letheby es que el efecto es real, para lo cual examina de nuevo las intuiciones del reset mental gracias a la droga; uno que había sido practicado, y con premeditación, en la comuna de Millbrook, de cuyo auge y progresiva disolución trata la novela de Boyle.
Se recoge en ella un acontecimiento que se supone que habría de ser histórico, pero que en realidad sirve para señalar la fisura interna que afecta a la búsqueda psicodélica. Me refiero a la visita de Ken Kesey y de los Merry Pranksters (Los alegres bromistas) (pp. 390-397), que llegan en su destartalado autobús escolar International Harvester de 1939. Para los habitantes de Millbrook, los bromistas, puestísimos de ácido y anfetaminas, son una mera versión cartoon del Alto Sacerdocio Hip de Leary. ¿Seguro que es eso, que es sólo eso? Sospechamos que no, incluso que Boyle, al ocuparse de los Merry Pranksters, tiene que vérselas también con un relato muy poderoso, que los tiene a ellos por protagonistas, debido a lo que el crítico Harold Bloom identificaría como un caso típico de ansiedad de la influencia. Me refiero a The Electric Kool-Acid Test de Tom Wolfe, que lo catapultó a la fama, y que supone una brillantísima crónica de la contracultura, ribeteada de ingredientes literarios de alto voltaje, tomados de Kerouac y ocasionalmente de Burroughs.[12]WOLFE, Tom: Ponche de ácido lisérgico. Anagrama, Barcelona, 2022. Contamos con una muy inteligente biografía de Rick Dodgson que nos acerca con detalle y profundidad a Ken Kesey, un hijo de Oregon, trasplantado por una suerte de azares venturosos a California.[13]DOGSON, Rick: It´s All a Kind of Magic. The Young Ken Kesey. The University of Wisconsin Press, Madison, 2013. A diferencia del sofisticado y seductor Leary, el autor de Alguien voló sobre el nido del cuco, siempre fue un americano muy americano, campeón de lucha, family man al fin y al cabo, aunque sus cuidados y ternura se repartían entre los hijos nacidos del matrimonio, los adoptados y los extramatrimoniales. En este tercer caso hay que señalar el protagonismo de Carolyn Mountain Girl Adams, que después se casaría con Jerry García, guitarrista cantante y líder de la banda de rock Grateful Dead, él mismo otro personaje excepcional en esta Carretera Dorada hacia La Devoción Ilimitada, en la que pueden resumirse estos años brillantes y reacios a cualquier cosa menor que la alegría. García, aunque de origen diverso, dados sus antecedentes de emigrantes gallegos, como nieto de Manuel Papuella García, natural de Sada, amplificaba a la perfección esta mezcla de anarquía hip y de terquedad hillbilly. Porque el sueño americano de la nueva frontera es a la vez cosmopolita y rural. Entre los muchos datos curiosos recogidos en la investigación de Dogson, me detendré en el de la relación entre Kesey y el filósofo Donald Davidson durante la época en la que éste habitó en Perry Lane (Palo Alto), es decir, antes de que nacieran los Pranksters propiamente dichos. En principio, no se me ocurre nada más alejado del filósofo analítico que este activista, según sus propias palabras, demasiado joven para ser beatnik y demasiado viejo para ser hippie, a pesar de que convirtió a Neal Cassady (el Dean Moriarty de On The Road de Kerouac) en el conductor más salvaje del autobús de los bromistas, en Sir Speed Limit, y que moriría en 1968. Y sin embargo, recordé un texto bien extraño de Davidson de 1992, El tercer hombre, que es un comentario a la no menos extraña obra de Robert Morris y como introducción al catálogo de una exposición suya, y que ya es una cita implícita de Bruce Chawin, de Jean Genet: «¿Qué hago yo aquí? ¿Qué objeto tienen estas citas de mis obras en estos cuadros de Robert Morris, misteriosamente explosivos, pintados con los ojos cerrados? No es la primera vez que encuentro mis escritos en entornos inesperados. Nada me ha sorprendido más que verme incluido en antologías con títulos como Filosofía post-analítica o Después de la filosofía. Este después me acecha de nuevo en un libro en prensa titulado La teoría literaria después de Davidson. ¿Hay en mis opiniones algo siniestro, o al menos fin de siècle, que no he percibido, algo que anuncia la disolución, no sólo del tipo de filosofía que yo hago, sino de la filosofía sin más? ¿Por qué si no habría de ver mi nombre vinculado a Heidegger y Derrida?»[14]DAVIDSON, Donald: El tercer hombre, en La Balsa de La Medusa nº 32, Madrid, 1994, p. 3. A lo mejor no hay nada de póstumo, de postrimería, en esta confrontación de la filosofía davidsoniana con lo salvaje, sino un episodio medio oculto que habría que reanimar en la síntesis del presente. Porque nada se ha perdido, no del todo, y tampoco estaría de menos mencionar aquí que Kesey recuperaría, no menos adicto a la esperanza que el propio Leary, el experimento mental, contra la curva de desorganización termodinámica, del servicial demonio en la caja de Maxwell, en una colección de recuerdos y ensayos,[15]KESEY, Ken: La caja del diablo. Seix Barral, Barcelona, 1983. que tengo como no menos valiosa que su célebre novela Alguien voló sobre el nido del cuco.
A pesar del desenlace de la narración de Boyle, teñido de cínico y satírico desengaño, algunos seguimos pensando, y para ello nos apoyamos en el papel sagrado que Ernst Jünger otorga a la confrontación de la embriaguez,[16]JÜNGER, Ernst: Acercamientos. Drogas y ebriedad. Tusquets, Barcelona, 2008. que la libertad luminosa es también una libertad numinosa. Porque no sólo nos acercamos a la ebriedad, o nos arrojamos a ella sin tasa, como Leary o los Alegres Bromistas, sino que ella nos acerca, que nos expone a algo que está mucho más allá de la festiva disipación. Si sólo prestases atención, como exige el ave de una ínsula perdida, si guardases el corazón aún aventurero…
Título: Una libertad luminosa |
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Referencias
↑1 | ARANA, Daniel: Moradas II: Una alegría cercana a la tristeza, en Amanece Metrópolis, 6 de marzo 2023 |
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↑2 | BOYLE, T. C.: Una libertad luminosa. Impedimenta, Madrid, 2021, p. 288. En adelante citado en el texto con el número de página entre paréntesis. |
↑3 | DERRIDA, Jacques: Rhétorique de la drogue, en Points de suspension. Entretiens. Galilée, Paris, 1992, p. 247. |
↑4 | LEARY, Timothy: Flash Backs. Una autobiografía. Alpha Decay, Barcelona, 2004, p. 313. |
↑5 | GARCÍA CAPARRÓS, Julio: Abrasado te busco Ariadna, en Laberintos nº 25. El hilo de Ariadna. Zaragoza, 2012, pp. 34-38. |
↑6 | GRAVES, Robert: Los dos nacimientos de Dionisio. Seix Barral, Barcelona, 1980. |
↑7 | HUXLEY, Aldous: La isla. Edhasa, Barcelona, 2009. |
↑8 | HUXLEY, Aldous: Moksha. Edhasa, Barcelona, 2017, pp. 376-377. |
↑9 | MATILDE DE MAGDEBURGO: La luz que fluye de la divinidad. Herder, Barcelona, 2016. |
↑10 | MICHAUX, Henri: Conocimiento por los abismos. Sur, Buenos Aires, 1972, p. 23. |
↑11 | LETHEBY, Chris: Filosofía de la Psicodelia. Bauplan Books, Madrid, 2022. |
↑12 | WOLFE, Tom: Ponche de ácido lisérgico. Anagrama, Barcelona, 2022. |
↑13 | DOGSON, Rick: It´s All a Kind of Magic. The Young Ken Kesey. The University of Wisconsin Press, Madison, 2013. |
↑14 | DAVIDSON, Donald: El tercer hombre, en La Balsa de La Medusa nº 32, Madrid, 1994, p. 3. |
↑15 | KESEY, Ken: La caja del diablo. Seix Barral, Barcelona, 1983. |
↑16 | JÜNGER, Ernst: Acercamientos. Drogas y ebriedad. Tusquets, Barcelona, 2008. |