Aunque torpemente calificada de giallo por ciertos sectores de la crítica, lo cierto es que La Donna del Lago (Luigi Bazzoni, 1965) va mucho más lejos de tal subgénero. El escritor Bernard (Peter Baldwin), tras romper con su novia, decide por capricho volver al hotel de su infancia, meses después de haber recibido una llamada de Tilde (Virna Lisi), antiguo amor y que trabaja en dicho lugar. Cuando llega allí, los propietarios Enrico (Salvo Randone) y su hija soltera Irma (Valentina Cortese), le cuentan que Tilde se suicidó hace algún tiempo. Pero los hechos relativos a su muerte no concuerdan con la versión oficial, mucho menos cuando el hijo de Enrico (Philippe Leroy), regresa de su luna de miel, tras la boda con la rica Adrianna (Pia Lindstrom), para trabajar en el matadero que está frente al hotel, hecho que desata los acontecimientos a una velocidad mayor.
A Adrianna se la ve caminando por el lago todas las noches y el fracaso de su matrimonio con Mario es el último de los chismes del pueblo sobre la familia de Enrico, que construyó el pueblo de la nada, tras ser anegado el que había antes, por el agua del lago. Cuando el cuerpo de Adrianna aparece ahogado en esas aguas, la policía sospecha de suicidio o de un accidente por sonambulismo, pero Bernard tiene otras sospechas. Hasta allí la trama principal, una suerte de cruce entre Resnais y Hitchcock en su vertiente más oscura e introspectiva. Pero detrás de un aparente cuento policíaco (Bernard ejercerá de detective en el caso), lo que se esconde es una película verdaderamente misteriosa, llena de imágenes complejas y cambios en la narrativa: un paseo por un cementerio nevado, por ejemplo, se transforma, de repente, en un flashback que poco a poco se resuelve como sueño.
Sobre esta devoción por la oscuridad en la que se mueven el realizador Bazzoni (y su co-director Franco Rossellini, sobrino del legendario Roberto), gira toda la película. Constantemente el espectador tiene la sensación de que algo está sucediendo, o está a punto de suceder en algún lugar, incluso fuera de la vista, fuera de campo. Dado que la mirada es fundamental en el desarrollo textual de las escenas, la espléndida fotografía de Leonida Barboni contribuye a ello de manera innegable: es invierno, el hotel está casi vacío, y mientras el viento aúlla en el lago helado, nuestro héroe literato vaga a través de un sugestivo pueblo fantasma.
Barboni consigue una fotografía en blanco y negro, no comparable a ninguna película de la época. Así, lo que parece ser luz natural provoca un fenómeno que, de manera habitual, los fotógrafos hacen por evitar: cuando las áreas más oscuras están expuestas correctamente, las que reciben un haz de luz directa, se queman, perdiendo parte del detalle. Aquí el efecto está enfatizado deliberadamente, traído hacia fuera: cuando el sol golpea algo en la pantalla, brilla con una luz casi sobrenatural. El film de Bazzoni destaca por su ambiente silencioso, pesado y casi agonizante con esa fotografía cruda que amplifica el temor mudo de la trama, la soledad indeleble y el frío hielo. La angustia del Ser, descarnada, expuesta en su totalidad viva. Allí, nadie puede estar muy seguro sobre la culpabilidad y los motivos de cualquier acto. Bernard mezcla su imaginación y sus sueños nocturnos, con los eventos verdaderos, y además tenemos la sensación, jamás comprobada, de que esté siendo envenenado, dadas sus fiebres repentinas.
El mundo de visiones y pesadillas de Bernard nubla su existencia y también el proceso de la investigación: la realidad que se nos da a probar está distorsionada. Ese sentimiento de soledad, también desesperación -en constante prevalecer, por supuesto- es algo inherente a la propia película, pero no es menos cierto que la mayor parte de los hechos narrados y descritos están basados en los crímenes reales de Alleghe, un pueblecito con lago en la provincia de Belluno, bajo los Dolomitas. Allí, entre 1933 y 1946 fueron cometidos cinco homicidios, que quedaron irresueltos hasta 1964. Sobre los hechos de Alleghe, Giovanni Comisso escribió una novela, La Donna del Lago (1962), y el periodista Sergio Saviane un libro de crónicas, I misteri di Alleghe (1965). En estos dos libros se basaron Bazzani y Rossellini para poner en escena los terribles secretos de la provincia, de luz tan nítida como siniestra, desnudados por el paisaje acolchado y melancólico de una localidad turística, lacustre, en temporada baja.
Los realizadores le dieron ese toque social acerca las clases y los valores, tan prototípicos en la Italia de mediados de los sesenta: el propietario y sus hijos están en la meta final de su carrera hacia el final económico, antes de la ruina. La decadencia de valores, la riqueza y los modales no es sólo el tema secundario de esta historia, sino también el espejo en el que se mira la trama principal para su desarrollo. Esos paisajes fríos escenifican el final de una era. La Donna del Lago (1965) nos cede, para que hagamos nuestro y compartido, ese espacio de evasión que significa tal provincia lacustre, infestada de presagios, indicios, morbosidad y dolor. Toda la idealidad de Bernard, aunque sana y salva, será laminada, hasta embotellarlo en una alegoría espectral que amplifica adormecimiento emocional, razón y motor de su fuga.
La fina dirección de Bazzoni y Rossellini será capaz de producir soluciones visuales de vanguardia que devuelvan la disminuida tesitura del sueño. Quizás porque soñando la realidad sea menos heladora.