Un par de científicos son enviados a un centro de investigación en la cima de una montaña por encima del círculo polar ártico. El doctor Enari (Eli Wallach) y el Doctor Jones (Robert Culp), han sido enviados para reemplazar al científico original exclusivo de la estación, el Dr. Vogel, que, aparentemente ha caído pasto de la locura, y ha muerto congelado.
Los dos científicos, Enari y Jones, son en realidad aquellos cuyo trabajo proporcionó la base teórica para los experimentos llevados a cabo en la estación: medir los efectos de los cambios ambientales extremos en los chimpancés, y su intención es reunir datos para ayudar a los seres humanos a soportar los rigores de los viajes espaciales largos. Puesto que el control de la misión está preocupado de que los simios utilizados para las pruebas puedan haber sufrido algún daño por Vogel y su locura, un chimpancé llamado Gerónimo es enviado junto con los científicos.
La película se inicia con la cámara abalanzándose a través de la cima de una montaña nevada, a ras de suelo, acompañada por el sonido del fuerte viento y la frenética música electrónica del gran Gil Melle (recuérdese su trabajo para The Andromeda Strain, de Robert Wise). La escena se desvanece a negro y es seguida por una toma de la estación de investigación en la oscuridad. De repente, nos sobresalta el ruido de vidrios rotos y nos lleva un momento determinar que el «patrón» abstracto que acompañaba al ruido de vidrios, es una ventana, vista en una ligera diagonal, con nieve aferrándose a ella. Detrás de la ventana, la luz se ha encendido. Enseguida escuchamos al loco Vogel gritando por radio: él puede oír el control de la misión, pero no ser oído. Poco a poco la cámara se aleja, Vogel queda allí, frenético, con sus inútiles gritos pidiendo ayuda. Las ventanas de la estación se transforman en los ojos de un rostro impasible, frío.
Suena como un inicio prometedor para cualquier cuento de horror con tintes de ciencia ficción que se precie de serlo, y esa promesa no decae en ningún momento. Estamos ante una de esas eternas obras maestras desconocidas, hechas para la televisión norteamericana. De aquella época, cabe citar, como ejemplos, Warning Shot (Homicidio Justificado, 1967) o Company of Killers (Compañía de Asesinos, 1970). Tan escurridizas como esta Fría Noche de Muerte, de Jerrold Freedman, que comentamos hoy aquí.
Obra maestra, decíamos, cuyo sombrío ambiente de incomunicación junto a la ansiedad palpable entre los dos únicos personajes puede ser familiar para cualquiera que haya visto The Thing (La Cosa, 1982), pero aquí la acción es casi exclusivamente psicológica, una tensión formidable. La verdad es que sorprende cuánto puede hacerse con tan pocos medios: sólo dos hombres que tratan, lentamente, de desentrañar un misterio, y a pesar de la tímida credulidad de algunos momentos, la intensa actuación de Wallach y Culp, como dos hombres ya exprimidos al máximo por los efectos del aislamiento (y quienes a su vez deben ocuparse de algo mucho peor), la inusual partitura electrónica –a caballo entre los experimentos de los hermanos Barron en Forbidden Planet (Planeta Prohibido, 1956) y el estilo habitual de Melle- el horror casi completamente transmitido a través del uso del sonido, por ejemplo la constante ulular del viento exterior para profundizar el sentimiento de soledad y muerte inminente.
El verdadero enemigo, en última instancia, es la mente humana y su búsqueda, a veces sin alma, para llegar al conocimiento. Sutil aventura ésta. Terrorífica.