Se levantó con ganas de escribir su diario mental, de repaso, de buscar todo, lo positivo y lo negativo, de balance de vida, de esos años, de esos días, de esas horas, de esos minutos, de esos segundos que llenaron y dejaron huella.
Recuerda su primera década como la felicidad en sí, la inocencia y las vivencias familiares positivas que con el tiempo le dieron la visión más personal para valorar a quiénes poco a poco se fueron incorporando a su vida. Días de escuela como decía la canción e imágenes desde la cabina de un cine, recuerdos animados que llevaron a que más tarde cuidase llenar parte de sus días con esa afición.
Las pequeñas responsabilidades llegaron justo aquí, en la segunda década, una crisis económica llegó a su casa, unas pérdidas en el colegio que hicieron saber lo que era la despedida para siempre sin pedir permiso en la vida, los primeros colores en su corazón, las mejores amistades en su agenda, su primera visita a un hospital y la decisión de qué futuro se iba a labrar.
Puede que la tercera y la cuarta tengan mucho en común, demasiado de color de rosa que pasó a negro en poco tiempo, para crear luego un cielo azul que desde entonces cubre su vida. Las nubes, borrascas, granizos y soles se fueron alternando, pero siempre dando lecciones de vida, generando una fortaleza emocional al igual que física, aunque enclenque visualmente de puertas para fuera. Creó una coraza que ha hecho que pueda llevar todo con una sonrisa, incluso las pérdidas más queridas, pero que inculcaban valores.
¡Ay esa quinta!, esa montaña rusa, unas veces arriba otras abajo. Ese retomar las riendas de etapas pasadas que ahora podía disfrutar con más experiencia, con otro entusiasmo y con otra independencia. Saber elegir y despedir a quien quería cerca y quién no, dejar que cada cosa afectara lo justo y ver todo desde el prisma de óptica crítica hacia sí misma, dejándolo en palabras escritas que a veces contaban más que deseara. Y seguir con su color azul, que al levantar la vista ahí está y estará.