O transformarse en cine de culto
En la categoría de películas que impactan tras los primeros planos, de la misma estirpe de aquéllas que provocan convulsiones intelectuales ante sus imágenes, del reducido conjunto de películas que, sin pretenderlo o pretendiéndolo, transitan al borde del precipicio durante todo su metraje sin caer en un solo segundo de ridículo ni sentimentalismo “10000 noches en ninguna parte” pasa a pertenecer a mi particular Olimpo de pequeñas maravillas respecto de las cuáles me importa muy poco si mi gusto es compartido o no, ingresará en ese espacio propio sobre el que vuelvo una y otra vez con el gusto de recordar y con el agrado de descubrir, eso que se cataloga bajo “cine de culto”, donde se encuentran cosas como “En la ciudad de Sylvia”, “El sur”, “El espíritu de la colmena” o en el que ingresó el año pasado “Gente en sitios” de Juan Cavestany.
Ramón Salazar ha ofrecido ya muestras de talento narrativo y visual contándonos relaciones personales y sentimentales como hizo en “Piedras” y en “20 centímetros”, y al tiempo es capaz de participar en ese otro cine palomitero y televisivo heredero de la literatura de medio pelo de Federico Moccia, lo que demuestra no solo adaptación al medio, sino el estado de nuestro cine, que obliga a trabajar en lo que, probablemente, no se quiere, para conseguir contar las historias que verdaderamente interesan con la libertad que proporciona la estabilidad económica de un bombazo en taquilla. Pero que con “10000 noches…..” se supera no albergo la más mínima duda, porque las tres historias entrelazadas de la película implican un juego perverso de muñecas rusas en las que el espectador irá descubriendo claves y contraseñas que le permiten desentrañar, poco a poco, y en estado de irreal duermevela, los entresijos mentales del joven protagonista interpretado con desamparo y fragilidad por Andrés Gertrudix, fragilidad contrapuesta a la espectacular composición dura, manipuladora, castradora que ofrece una sensacional Susi Sánchez en el papel de madre.
Fruto de la imaginación, necesaria para escapar de la sordidez y de las cadenas mentales y filiales que oprimen su vida, Andrés Gertrudix vivirá simultáneamente en Madrid, lo feo, en París, lo romántico, y en Berlín, lo sensual y lo experimental. Si el joven está haciendo un repaso a su vida, si se trata de su imaginación, si es el recuerdo después de la muerte o si se trata del deseo de lo que se querría haber vivido o se podía haber vivido, a cada uno le corresponde llegar a una explicación, hay guiños para cualquiera de las opciones, o para ninguna, tan sólo una de las partes parece la más verosímil, la más real, quizás por funesta y porque el perverso juego de dominación materno explicaría el porqué de la necesidad del joven de inventarse mundos paralelos o historias inventadas y porqué de todas esas experiencias emocionantes y emotivas regresa siempre al lugar de la ruina y la desolación, escapando del sueño llega a la realidad, a la realidad de la que pretende y desea huir, no es de extrañar que su deseo de huir le lleve a imaginarse robando una importante cantidad de dinero y establecerse en Berlín para conocer el amor libre y la sensualidad desbordante en una fiesta continua, o de compartir su vida con la “novia eterna” en un marco como París.
Todos y cada uno de los intérpretes aporta dosis de credibilidad extraordinarios en sus composiciones, el trío berlinés al que se suma Gertrudix con Najwa Nimri, Paula Medina y Manuel Castillo, un trío desinhibido, artístico, expresivo, emocionalmente libre y que vive al día, la historia parisina con ese amor de infancia prolongado hasta el infinito con Lola Dueñas y un poso de final trágico como las sucias aguas del Sena y la sórdida historia madrileña con Susi Sánchez y Rut Santamaría, esa madre que frustra todas las aspiraciones, más imaginarias que realistas, del hijo con la niña del pasado y los jóvenes del presente y esa hermana heredera del egoísmo materno pero más pragmática, más convencida de lo que hay que hacer para poder salir del bucle destructivo.
Si al estado de gracia interpretativo se le une el cuidado uso de la imagen, la espectacular selección musical acompañando los sentimientos de los personajes y un montaje inteligentísimo pasando de uno a otro escenario sin rupturas de la historia, como fogonazos mentales, nos encontramos ante esos raros sucesos anuales donde nada es criticable en sentido negativo, todo es sorpresa, todo es hallazgo, todo fluye, hasta el agua permanentemente presente en la historia, esa agua que ahoga y que elimina las huellas del pasado, esa agua que te da la opción de sumergirte hasta desaparecer o que te hace volver a sacar la cabeza en un último intento desesperado de salvación, porque aunque uno no quiera sobrevivir, a veces el cuerpo es más fuerte que la mente para proporcionarte otra nueva oportunidad de vivir, o de seguir sufriendo. Una película para mi catálogo personal en la etiqueta “cine de culto”.