En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia.
John Steinbeck acertó en su momento con su novela desgarradora Las uvas de la ira (1939). De la injusticia a la pobreza, de la pobreza a la miseria, de la miseria a la ira. ¿Por qué atacar la ira, si es la injusticia el primer eslabón? A lo largo del relato, los personajes principales, especialmente Casy, Tomy y Madre, van planteando esta problemática desde el punto de vista práctico y filosófico.
Hay que señalar que Steinbeck intercala en la historia de los Joad, capítulos más generales, simbólicos y líricos, que lejos de entorpecer la lectura, la enriquecen. Gracias a estos capítulos —que suelen anticipar los hechos— el lector/a se hace una idea de la depauperización de la sociedad estadounidense durante la década de 1930, así como de otros detalles históricos relevantes para la comprensión de la historia.
California: el paraíso soñado
Aunque Steinbeck no dividió su relato, éste se presta claramente a tres partes: los preparativos, el viaje y la supervivencia en California. En cada una de estas partes, el autor logra crear una atmósfera propia.
Así pues, en la primera parte la familia Joad actúa movida por la desesperación y por la esperanza, si bien, es ésta última la que tiene mayor peso. Esta esperanza, que se mantiene en la segunda parte, se halla relacionada con uno de los ideales estadounidenses (y cristianos) más conocidos: la búsqueda del paraíso. California se presenta en las dos primeras partes de la novela como un verdadero paraíso, con campos repletos de naranjos y otro árboles frutales, y casitas blancas por doquier. Para poder emprender el camino, y aquí es donde se percibe la desesperación, la familia Joad vende casi todas sus pertenencias por dólares para gasolina. En uno de esos capítulos líricos, Steinbeck resume:
Está comprando años de trabajo, de esfuerzo bajo el sol; se está comprando una pena que no puede hablar.
En esta primera parte, el autor no escatima en escenas premonitorias. Desde el primer capítulo dedicado a las tormentas de polvo que asolaban ciertos estados, el pasaje de la tortuga, hasta la descripción del avance de los tractores en Oklahoma nos indican que no estamos ante una novela con happy end, ni tampoco ante un relato sentimentalista. El autor se muestra rotundo desde el inicio: el avance de la tecnificación tiene graves consecuencias.
Cuando un caballo acaba su trabajo y se retira al granero, queda allí energía y vitalidad, aliento y calor, y los cascos se mueven entre la paja, las mandíbulas se cierran masticando heno y los oídos y los ojos están vivos. En el granero flota el calor de la vida, la pasión y el aroma de la vida. Pero cuando el motor de un tractor se apaga, se queda tan muerto como el mineral del que está hecho. El calor le abandona igual que el calor de la vida abandona un cadáver.
Durante el viaje por la ruta 66, los Joad deberán superar varios obstáculos: el calor, las averías del furgón, la falta de agua, la escasez de comida y todo un sinfín de incomodidades. Sin embargo, el sueño por llegar al paraíso es lo que los mantiene vivos. Además de estos obstáculos, por el camino irán perdiendo miembros de la familia: los abuelos, Noah —uno de los hijos— y Connie —marido de Rose of Sharon—. En cada una de estas pérdidas, la familia se verá gravemente afectada. Tal y como señala Madre en varias ocasiones, la destrucción del núcleo familiar es otra de las consecuencias de la crisis económica y de valores que azota los EEUU en estos años de Depresión.
Lo único que tenemos de valor es la familia sin dividir. Igual que las vacas de un rebaño se agrupan juntas cuando los lobos andan al acecho. No temo a nada mientras estemos aquí todos los que seguimos con vida, pero no pienso consentir que nos separemos.
Y por fin, la llegada a California y el paraíso soñado se esfuma; California les recibe con desprecio. Allí solo serán okies y solo podrán malvivir en Hoovervilles.
La aldea de andrajosos se levantaba cerca del agua; las casas eran tiendas de campaña y recintos con techado de maleza, casas de papel, un enorme montón de basura.
Para los Joad, así como para el lector/a, California se nos presenta así: como un gran basurero, tanto literalmente hablando, como simbólicamente. A excepción del campamento perteneciente al gobierno de los EEUU, los Joad padecerán humillaciones, hambre y frío. Y a pesar de ello, personajes como Madre y Tom insisten en permanecer en California, en otras palabras, se resisten a afrontar la verdad: la inexistencia del paraíso.
Literatura, historia y ética
Llegados a este punto, nuestros protagonistas se preguntan: ¿cómo es posible que una tierra tan fértil genere tanta miseria y tristeza?
Los frutos de las raíces de las vides, de los árboles, deben destruirse para mantener los precios y esto es lo más triste y lo más amargo de todo. Cargamentos de naranjas arrojados en el suelo. La gente vino de muy lejos para coger la fruta, pero no pudo ser. ¿Cómo iban a comprar naranjas a veinte centavos la docena si podían salir y recogerlas? (…) Y niños agonizando de pelagra deben morir por no poderse obtener un beneficio de una naranja. Y los forenses tienen que rellenar los certificados -murió de desnutrición- porque la comida debe pudrirse, a la fuerza debe pudrirse.
Ambientada en los años de la Depresión de los EEUU, la novela consigue situarnos en un contexto determinado, a la vez que genera imágenes universales y atemporales. Cualquier persona que leyese hoy Las uvas de la ira podría hacer una extrapolación con las miles de personas que dejan sus vidas en el mar Mediterráneo. Esta simbiosis perfecta entre ficción e historia, es la que posibilita que el problema planteado en la novela sea -desgraciadamente- algo muy conocido.
En el prólogo a la edición de Juan José Coy (ediciones Cátedra), se afirma que la clave está en que Steinbeck «elabora un microcosmos en el que se refleja, como un espejo, el macrocosmos norteamericano de la época, o más extensamente todavía, la condición humana misma».
Por esa razón, no sólo los personajes evolucionan psicológicamente, sino que el lector/a experimentan un desgarro similar. Se trata de un sentido ético que impregna toda la novela, y por consiguiente, peturba la conciencia de quien decide leer y comprender Las uvas dela ira.
Título: Las uvas de la ira |
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