Una tarde de 2013 en la que paseaba por las calles de Londres, encontré el póster de una película en la que se dibujaba el rostro de Scarlett Johansson en un cielo estrellado. Se trataba de un cine antiguo, a espaldas de la National Gallery en dirección Leicester Square. El póster me llamó tanto la atención que había que entrar a ver esa película.
El pasado 10 de julio, siete años después de que aquel chaval se quedara entusiasmado con aquella película, llega a las carteleras españolas gracias a una productora valiente como Avalon, que ha decidido apostar por un producto que se carga la narrativa en favor de la atmósfera, creando un espectáculo onírico, sensorial y visceral.
Se trata de la tercera película de Jonathan Glazer, un cineasta inclasificable. Ya nos había entregado dos películas soberbias como Sexy Beast, una historia de mafiosos rodada en la Costa del Sol, y Reencarnación (Birth), con una Nicole Kidman en estado de gracia involucrada en alguna de las escenas más incómodas del cine contemporáneo.
En esta ocasión, convierte a Scarlett Johansson en un alienígena que visita nuestro planeta en busca de carne humana, casi como si se tratara de un doble de David Bowie en The man who fell to earth (El hombre que cayó a la tierra) de Nicolas Roeg. Utilizar dos estrellas de su tiempo para interpretar sendos alienígenas provoca un efecto de extrañamiento soberbio.
Convertidos en figuras físicas que identificamos moviéndose en un ámbito en el que hasta perdemos la sensación de que son ellos mismos. El trabajo de Johansson es alucinante, desprovista de cualquier tipo de expresión, en un estado de neutralidad que nos deja traslucir lo que va pasando por dentro de sí misma.
Montada en una furgoneta, que ríete de Matt Dillon en la última locura de Lars Von Trier, Johansson se mueve por las carreteras de una pequeña ciudad escocesa en busca de víctimas. El hecho de que una actriz reconocida aparezca con actores no profesionales crea un efecto de distanciamiento con la propia estrella que sintoniza muy bien con las ideas del director. Un universo en el que Johansson se convierte en una depredadora que se encuentra con hombres tóxicos que desean aprovecharse de ella.
Ya que toda la película está narrada desde el punto de vista del alienígena, la estética visual es sobresaliente. Los espacios naturales, rodados casi como si se tratara de cine low cost, empastan muy bien con los no-espacios. La nave espacial en la que no se respetan ninguna de las reglas físicas terrestres es un claro ejemplo de ello: un espacio completamente oscuro en el que el ser humano se refleja y desaparece. Para ello, la película se apoya en la partitura de Mica Levi, dominadas por los omnipresentes sintetizadores.
El comportamiento humano es visto desde los ojos de un ser que no sabe nada de nosotros. En el cine nos comprendemos a través de la mirada del otro; el mantener todas y cada una de las acciones desde la mirada del alienígena lo acaban convirtiendo en algo más humano que el propio hombre.
Quien busque en esta película un ejercicio hipnótico de ciencia ficción dominada por el terror cósmico, aquel en el que la vida y la muerte, el desgarro y el caos campan a sus anchas, y que pertenece, como diría Lovecraft, exclusivamente al ámbito de la poesía, encontrarán algo que los remueva, como le pasó a ese chaval que una tarde de hace unos cuantos años se encontró con la imagen de Scarlett Johansson en un cielo estrellado.
Título original: Under the skin. Año: 2013. Duración: 108 minutos. País: Reino Unido. Dirección: Jonathan Glazer. Guión: Walter Campbell, Jonathan Glazer (basado en un relato de Michel Faber). Fotografía: Dan Landin. Música: Mica Levi. Reparto: Scarlett Johansson, Paul Brannigan, Robert J. Goodwin, Krystof Hádek, Scott Dymond, Michael Moreland, Jessica Mance, Jeremy McWilliams, Adam Pearson. Productora: Film4 Productions, Nick Wechsler Productions.