De lo posible y lo imposible
“Even before I made it, people were saying it was unfilmable. I think the truth is, some people just find the book unreadable.» Joseph Strick
Los lugares comunes de la crítica y del mundo académico, como hemos venido comentando en otras ocasiones, están demasiadas veces inmersos no ya en lo inflexible o rígido sino abiertamente en lo cadavérico. Hoy vamos a hablar de adaptaciones literarias, que también reciben lo suyo y se ven afectadas por maximalismos que no siempre son justos o no se reconoce que se podrían enfocar bajo otros puntos de vista.
Aclaro, como he hecho en otras ocasiones, que no es mi intención argumentar para que no sea posible críticar, menospreciar o desacreditar tanto como se quiera la película “Ulysses” (Joseph Strick, 1967), sino para ofrecer otra perspectiva u otra lectura (nunca mejor dicho), de la que yo creo una película excelente (ya tuve una buena corazonada con sus posibilidades leyendo la obra de Joyce). Una película que si bien no ocupa ni ocupará en la historia del cine el mismo papel que ocupa la obra literaria en la historia de la literatura, no se merece en mi opinión haber sido despachada alegremente como “una adaptación imposible” y ya está. O lindezas peores.
Partamos de la base que cualquier adaptación literaria parte siempre del mismo hándicap insalvable. Al libro, a la novela en cuestión se le atribuye un tarro de las esencias, una profundidad y un sentido pleno que la película debe ofrecer en toda su totalidad o en gran parte para no ser un fracaso. El director debe captar y ofrecer en pantalla un sentido ya preescrito y no traicionar la obra que adapta.
Es una manera de verlo, común y mayoritaria, pero a mi juicio se escapan algunos detalles.
1- Creo que ni si quiera el lector capta la totalidad de ese tarro de las esencias, a menos que sea un concienzudo estudioso de la obra. Los estudiosos juegan un papel importante en la difusión de la cultura, pero al igual que la lectura no es patrimonio exclusivo de los especialistas (algo de lo que los propios especialistas se alegran- al menos los inteligentes), el cine no puede ni debe huir por completo de las posibilidades que la literatura le ofrece, aunque éstas sean incompletas, frustrantes o terriblemente imperfectas.
2-Una de las estrategias que ponemos en marcha cuando leemos es la visualización. Incluso leyendo “Ulysses”. Muchas veces me preguntaba durante su lectura, cómo se puede decretar que es una obra imposible, cómo no se puede estar deseando fervientemente ver una película sobre ella, compartir tu visualización con la de otros. Es obvio que la visualización no es la única estrategia de comprensión que ponemos en juego, pero su papel es fundamental y es la estrategia más directamente relacionada con el cine.
3- Una vez que la película ya está hecha ha dejado de ser imposible. Por tanto es vano insistir en ello. Se podrá reprocharle a Joseph Strick todo lo que no consigue pero podemos admirarnos de todo lo que consigue. “Ulysses”, como cualquier película, se puede ver cuando a uno le dé la gana y como le dé la gana, les repito, las películas se ven cuando a uno le da la gana (y es que muchos críticos son aficionados a fijar fecha, hora, formato de proyección y cómo debe colocar usted el trasero). Otra cosa es que les recomiende fervorosamente que la vean tras la lectura de la novela para admirarse de todo lo que consigue. ¿Quién puede salir vivo del capítulo 15 pensando además que alguien ha tenido arrestos para hacer celuloide con él?
Joseph Strick (1923-2010)
“I knew what kind of material I was choosing, but I was still surprised at the intensity of the reactions to the film”
El director estadounidense ha pasado a la historia por haber dirigido la película de “Ulysses”. Leyó la obra de Joyce a los 16 años, se enroló en el ejército en la II Guerra Mundial como cameraman. Físico de profesión, fundó varias compañías exitosas y Disney llegó a comprarle algún invento como base para una de sus atracciones.
Dirige “The savage eye” (1959) y es encuadrado junto a Shirley Clarke o John Casavetes en la nueva ola americana. A finales de los 60 busca financiación para rodar una película de 18 horas sobre el “Ulises” de Joyce, palabra por palabra. No lo consigue, previsible y quizás afortunadamente, pero sí pone en pie su película. Gana un Oscar a principios de los 70 con un documental de entrevistas a veteranos del Vietnam y vuelve a Joyce a finales de los 70 con “Retrato de un artista adolescente”, además de haber adaptado otras obras literarias como “Justine”, de la que fue despedido y reemplazado por George Cukor (ya había sido despedido de “El corazón es un cazador solitario”), y “Trópico de cáncer”, clasificada X en EEUU y prohibida en Gran Bretaña, arrastrando los problemas de censura que ya tuvo “Ulysses”, que no se vio en Irlanda hasta el año 2000.
La película y nada más
El film que nos ocupa, que tuvo una más que merecida nominación al mejor guión adaptado, fue presentado en el festival de Cannes. Strick advirtió los cortes en los subtítulos franceses y se levantó gritando que la película había sido censurada. Subió a la cabina y apagó el proyector, siendo expulsado de la sala por los guardias de seguridad escaleras abajo, rompiéndose un tobillo, tras lo cual retiró la película del festival.
La junta censora británica solicitó 29 cortes en el monólogo de Molly Bloom, pero finalmente accedió y la película se estrenó como X.
Vi la película doce horas después de concluir la lectura del monólogo de Molly Bloom y mi asombro es absoluto, considerándola desde la perspectiva que he descrito.
Para empezar, y antes de que se me olvide. Milo O’Shea está impresionante, eso es una creación de un personaje. Yo no sé decir si Leopold Bloom es o no es así, yo tengo mi propio Leopold Bloom y no puedo decretar si Strick y O’Shea aciertan o no. Pero qué pedazo de interpretación.
Para empezar y antes de que se me olvide. Que me da igual que la ambientación sea contemporánea. Y que qué hermoso debe de ser para un músico como Stanley Myers trabajar en la banda sonora de “Ulysses”, qué titánica labor.
Strick da su propia visualización y capta perfectamente el ritmo estructural del libro, asemejándose en parte el visionado a la lectura, sobre todo en eso, en cuanto a velocidades. Lo rueda todo con naturalidad y fascinación, tal cual está o tal cual lo entiende, sin polvorientas reverencias, acortando y suprimiendo para ajustarse a su estructura de film de dos horas. Sin comprobarlo rigurosamente sólo echo en falta el capítulo 9 en la Biblioteca Nacional, que a mí me parece divertidísimo pero que incluso Jose María Valverde en su célebre traducción apunta la posibilidad de que un lector no especialmente interesado en Shakespeare pudiera llegar a saltarse.
La película es muy rápida en su primeros tres cuartos de hora y llega sin dificultad al capítulo 15, que alguien podría argumentar que ya es cinematográfico en sí mismo, pero es cinematográfico con una modernidad “avant la lettre”, rompiendo toda armazón que el cine en 1922 aún no soñaba con esa plenitud y esa libertad (y eso que ya tenía mucho patrimonio para no necesitar soñar). Un reto en su filmación que resuelve con el mismo desparpajo y despreocupación, con desacomplejada y divertida inventiva.
Y mucha atención porque no mete voz en off hasta el capítulo 17, quién iba a decir que un “Ulysses” en cine no dependería de ella, pero es que es pensándolo bien casi el único capítulo donde la tercera persona es la propia esencia del capítulo.
Y si la película ya me parecía estupenda, el monólogo de Molly Bloom la corona. Veinticinco minutos no menos espléndidos que la película, pero con unos compases finales hermosísimos. Ahí, por primera y quizás única vez en la película, el maridaje entre cine y letras es total y absoluto (la imagen, la entonación de Molly, la cadencia de todo en conjunto…). El éxtasis y el orgasmo, tras muchas dificultades y arañazos contra el destino llega. La consonancia es de traca. Ese gran momento final del “Ulysses” de Joseph Strick es uno de los más intensos que yo he vivido viendo una película, y la recompensa para un cineasta que no se detiene ante nada , que ya sabe lo que va a tener que oír (“bello fracaso” en el mejor de los casos), pero al que vence el amor por filmar y acabar entregando lo que es “Ulysses”, un bellísimo homenaje a una obra capital de la literatura (y ya no entro en si usted o usted lo detestan, muy legítimamente, es capital). Cómo no les iba a regalar el cine a esos personajes y a esos lugares, a esas palabras, sus propios fetiches animados, su propio icono cinéfilo, cómo podíamos admitir ese vacío, esa terrible ausencia…
[…] quid qué publicar en estas páginas tras escribir una reseña de la versión cinematográfica de Ulysses. Esta elección no debe interpretarse como una reivindicación de la variedad, del cine de género, […]