Ciertos venenos tienen la capacidad de sobrevivir largo tiempo en determinadas vísceras y órganos. En este capítulo trataremos de los más comunes, su sintomatología y antídotos, de haberlos.
Los venenos conocidos como desprecio, ira y envidia se fijan en el hígado y deterioran la víscera hasta impedir su función depurativa habitual. Sus átomos forman moléculas complejas de odio, que intoxica gravemente el torrente sanguíneo. Todos los antídotos ensayados contra el odio han resultado ineficaces. Sin embargo, en un porcentaje no significativo, un suceso imprevisto consigue desatar una reacción química capaz de purificar al sujeto.
El veneno llamado celos se infiltra en las pupilas y sobre todo en los iris, que parecen encenderse ante el estímulo adecuado (v.gr., la irrupción en el campo visual de un individuo susceptible de resultar atractivo a la pareja). Es un veneno de neutralización prácticamente imposible. De hecho, apenas existen casos documentados en los que se haya conseguido mitigar ―que no erradicar― su virulencia.
Aunque su abundante sintomatología se describirá en detalle en los ocho capítulos siguientes, se desconoce la forma de infestación por el veneno llamado enamoramiento, que coloniza las fibras cardíacas, provocando severas taquicardias, y sobre todo las neuronas, lo cual compromete seriamente el funcionamiento del cerebro. Incluso cuando el organismo lo elimina de manera espontánea, deja secuelas de distintos niveles de gravedad.