Deja el sobre encima de la mesa y bebe el último sorbo de vino antes de comenzar el discurso que tantas veces ha ensayado. Con tono solemne pero al mismo tiempo emotivo, proclama que, mientras coma cada día y tenga donde vivir, el resto será todo para sus nietos. «¿Seguro que no lo necesitas?», dice la muchacha. «Hija, mi única preocupación estos días es que la mujer que viene a limpiar me lo revuelve todo», contesta el hombre. Ella esboza una sonrisa amable; sabe bien que a su padre nunca le ha gustado que los demás toquen sus cosas. Acepta el dinero y mira su reloj: tiene que ir a buscar a los niños. Durante unos segundos se unen en un abrazo y luego parten en direcciones opuestas. Horas más tarde, el hombre se encuentra reuniendo sus míseras pertenencias cuando aparece la operaria. La mujer barre a su alrededor y vacía las papeleras como si el anciano y sus cartones ni siquiera estuvieran allí.