Una idea hermosa, una sola idea que resplandece como eje y principal motivo de la película. Es una pena que la adolescencia y primera juventud del nuevo siglo difícilmente vaya a llegar a ella, por insuficiente difusión de la película y cambio en los hábitos generacionales, porque podría y debería erigirse en obra de culto.
La película de Jim Jarmusch está inmejorablemente titulada. “Sólo los amantes sobreviven”. Transcurren los siglos y los zombies (nosotros) degeneran todo lo que tocan hasta dar ganas de morir. Pero queda el amor, a la belleza escultórica, a los libros devorados compulsivamente (fruto de tiempos y culturas diametralmente opuestas), quedan los viajes y quedan las ciudades. Detroit, la de los fantasmas, el espectro hecho cuerpo arquitectónico por los zombies, y queda Tánger, donde el tiempo se ha detenido y toda esa hermosura parece haberse conservado, donde vive Christopher Marlowe, el autor de hermosuras secretas, de bellos tesoros ocultos, eclipsados por el zombie de Shakespeare.
Él adora la música, las guitarras, y a todos los genios que ha conocido a lo largo de sus siglos de los que guarda retrato en su mansión. Pero está ensimismado por culpa de “los poetas franceses”. Ella le advierte en contra en ese ensimismamiento. Son Adam y Eve, los primeros pobladores, probablemente los últimos.
Ella luce divinamente sus túnicas. Su hermana es un bicho malo. Una travesura. Un mordisco. Ella ama con la mente, el corazón y el cuerpo, confiando en no volver al “fucking fifteenth century” para alimentarse. Deseando salvarle a él, en Tánger le hace un último regalo, a Yasmine Hamdan, aunque no fuera el primero, antes le descubrió los polos de sangre.
Una sola idea, que sólo los amantes sobreviven, que amarlo todo, que amar un todo, un cuerpo, sin encerrarse en la melancolía y en el yo como megatema (gran mal de la muchachada zombie contemporánea ) es lo que nos hará superar la prueba de los siglos.
Ya no podemos echarle la culpa a los poetas franceses, aquí estamos y junto a tanta fealdad cadavérica de nuestros detroits nos queda la belleza de nuestros tángers. Por eso empezaba diciendo que no se me ocurría mejor destinatario que la adolescencia y la primera juventud, porque para el chico o la chica que amen todo aquello hermoso que el Arte y la Vida les ofrezca, para todos aquellos dispuestos a viajar en las líneas áreas Lumière, no hay mejor film-manifiesto, no hay mejor declaración de humor y de amor que esta película.
Como les comenté en cierta ocasión, no siempre es imprescindible hablar del currículum de su director. Estamos ante un flagrante caso en el que la película vive (y no muere) por si sola. La película termina, pero como los carnales amantes de la escena final sobrevivirá. Qué romántico, me diría Adam.
Una sola y resplandeciente idea. Sólo los amantes sobreviven. No hay que darle más vueltas y simplemente ponerla en práctica.