Tiene un aire de misterio que seduce al joven dependiente. Aparece cada semana y recorre el pasillo postergando cada paso, dedicando tiempo a todas las prendas, rozando cada tejido con la yema de los dedos. Aterciopeladas o rugosas, lisas o irregulares, no hay textura que no capte su atención, aunque nunca compra nada. El vendedor la observa embelesado, aunque siempre consigue reaccionar a tiempo para preguntar si puede ayudarle, a lo que ella responde con una sonrisa y un sencillo «solo estoy mirando». Los encuentros han acabado por convertirse en rutina, una cita fugaz que solo ellos dos conocen. Finalmente, una tarde, el muchacho se decide, corre tras ella al verla salir de la tienda y le hace un gesto desde la entrada. La mujer aparta los ojos de él sin corresponder el saludo. Y entonces despliega el bastón.
¡Precioso!
¡Gracias, Margarita!