Quince años se cumplían este fin de semana de la muerte de Enrique Urquijo en un portal del barrio de Malasaña, cansado de cerrar bares y recuerdos. Atrás dejaba una trayectoria musical destacada y admirada en el pop rock de los ochenta y noventa, primero con Enrique Urquijo y Los problemas y más tarde, y para siempre, con Los secretos.
No sé si conocéis las canciones de Los secretos y habéis mirado a los ojos a Enrique Urquijo, al menos a través de los videos que circulan por Youtube, pero el objetivo de este recuerdo, el único objetivo de estas palabras es precisamente que esta noche os durmáis escuchando al chico triste de la voz rasgada de melancolía.
Siempre vi algún tipo de secreto en los ojos de este chico de mirada perdida, cuya timidez en el escenario rayaba con la altura a la que le transportaban sus canciones. No escribió nunca una canción alegre, pero acababa por aparecer la felicidad en esa celebración de la melancolía que eran sus conciertos. Creo que con Los secretos descubrí ese placer privado de la nostalgia compartida, aquello de los fracasos son una reiteración de la constancia y que había sonrisas también en esa mítica de la derrota.
Enrique Urquijo siempre definió en sus letras personajes marginales, como esa buena chica que vivía al lado de la autovía y apenas sonreía, historias de perdidas amorosas y de asunción de la melancolía como camino de salida de la crisis. Supongo que todos tendréis vuestras favoritas, desde el “Déjame” hasta “El boulevard de los sueños rotos”. A este escribidor hay muchas que le traen recuerdos, buenos y regulares. Una tarde en el suelo de una ciudad irlandesa cantando “Pero a tu lado”, los ojos verdes de “Ojos de gata” o el “Abrázate fuerte a mí, María”, donde encontramos el testimonio más personal de un personaje que se pintó a sí mismo en sus canciones. Una mítica que se convirtió en vida o una vida que se convirtió en mítica.
Pero cómo explicar, que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario. ¿Verdad? Qué complicado es a veces que la gente entienda la diferencia entre el hombre de arriba del escenario y el hombre de las cervezas en Malasaña. Casi una profecía y un regalo, una poética y una daga en lo más profundo del corazón para su hija en la historia de “Abrázate fuerte a mí, María, que esta noche es la más fría, y no consigo dormir”.
Aunque tú no lo sepas, Enrique, te dejaste el corazón en Madrid. Han pasado quince años, pero todavía hay quien sigue preguntándose qué veías tú que no vemos los demás cuando mirabas al territorio de los sueños.