Es cierto. Para sumergirse en el Ripley (2024) en blanco y negro de Steven Zaillian hace falta paciencia. También resistir la falta de ritmo del primer episodio y abandonar la expectativa de una ‘serie escape’ con un high constante y estímulos rápidos. El tono de Ripley es frío, maduro, casi cercano a ese en el que el espectador tiene que participar en la asimilación de lo que se le cuenta, muy lejos de la tendencia fast food que marca el audiovisual actual.
El suspense se construye a fuego lento, a base de planos detalle, narrativa pausada, composiciones y encuadres minuciosos. La miniserie de Netflix es un atisbo a esa versión del mundo que todavía no estaba marcada por la inmediatez, y ello atraviesa todo el relato. Para sumergirse en Ripley es necesario estar dispuesto a pararse a contemplar. Una vez dado el paso, ya solo queda disfrutar del placer audiovisual que supone.
La adaptación a la televisión de la novela de Patricia Highsmith se convierte en toda una rara avis en la plataforma, alejándose de lo que Netflix nos tiene acostumbrados. Carácter propio, cadencia lenta y un enfoque contemplativo que puede llegar a poner a prueba al espectador. Tal vez sea la causa de que la anunciada serie del año no haya logrado las cifras de audiencia pronosticadas. Lo que no hace, necesariamente, que sea menos buena.
Explorando la maldad a través del Tom Ripley de Andrew Scott
Andrew Scott – al que ya hemos visto en Fleabag o Sherlock– encarna al personaje protagonista, el villano que no siempre parece un villano, el que puede sonreír con amabilidad pero también mentir a sangre fría, entre otras cosas mucho peores. Nos hipnotiza su mirada penetrante, oscura, capaz de atravesar la pantalla y dotar de peso a la compleja interpretación de Ripley. La tensión escala gracias a la capacidad del actor de vivir la inquietud en la tranquilidad, en el seno de un personaje de naturaleza fría, afilada.
La maldad camuflada, quizás de las más despiadadas de todas, se mueve entre localizaciones exquisitas. Primero nos muestra el Nueva York de los años 60 para después llevarnos por distintas ciudades y pueblos de Italia, a través de una estética y una ambientación sumamente cuidadas.
Ripley es una miniserie que merece la pena para aquellos que tienen ganas de ver, que están abiertos arriesgarse a focalizar la mirada.