Las fuentes históricas nos indican que cuando en 1914 se inició la Primera Guerra Mundial sería una guerra corta. A pesar de que es es un breve espacio de tiempo fueron muchos los países que se vieron involucrados debido a las alianzas políticas existentes, la creencia popular era que con un par de rápidas ofensivas se terminaría con el conflicto. Pero determinados países aprovecharon la oportunidad de un panorama bélico para tratar de ampliar sus fronteras.
El resultado años después fue una contienda a nivel mundial que dejó tras de sí millones de bajas, países completamente asolados y arruinados, y una sensación internacional de dolor y desconfianza de los países vecinos. El final se produjo casi más por agotamiento de los contendientes que por la obtención de victorias claras. Por ello, se hizo imprescindible firmar determinados pactos en los que todos los involucrados participasen y de este modo establecer las bases de las actuales organizaciones internacionales.
En el invierno de 1919 se reunieron en París representantes de todos los países afectados para tratar de firmar un acuerdo internacional que estableciese cómo iba a funcionar el mundo tras esa guerra. Las negociaciones estaban dirigidas por el Comité de los Cuatro, los jefes de estado de EEUU, Reino Unido, Francia e Italia. En aquellos momentos EEUU no era la potencia mundial que es hoy en día, pero el programa político que trajo Wilson resumido en catorce puntos fue fundamental para su ascenso a nivel mundial. Estos puntos fueron la base para lo que posteriormente fue el Tratado de Versalles que penalizaba de manera brutal a los generadores de la contienda. Estas medidas tan restrictivas fueron la semilla de la que años después germinó el nazismo.
En este escenario Carlos Fortea ambienta su primera novela para adultos Los jugadores. Y puntualizo lo de para adultos porque ya cuenta en su haber con tres novelas juveniles. Y el estreno no podría ser más correcto. La narrativa de Fortea es exquisita y refinada, plagada de imágenes metafóricas que te ayudan a contextualizar aún más el ambiente de la novela.
Ballenas coronadas por espiráculos de vapor y de miedo, de cuyos vientres salen hormigas de chistera, levita, finas rayas en el pantalón y manos despejadas que bracean enérgicas, seguidas de hormigas con americana, bombín e hinchados portafolios, seguidas de otras de blusón y gorra que van empujando como grandes semillas herrados baúles, e inundan las seis estaciones de la capital de la elegancia y la escasez. Según la disciplina de la naturaleza, las hormigas forman en ordenadas filas ante los coches de caballos que esperan — a algunos les esperan automóviles propios; a otros, los taxis que ganaron la batalla del Marne — y se van embarcando rumbo a los hoteles que serán su casa durante los futuros e impredecibles meses.
Nos encontramos en un París que acaba de salir de una guerra. Pero tan solo porque alguien ha dicho que ha terminado. Una guerra no se acaba porque los mandatarios lo digan, el día a día de las gentes que habita los lugares donde ha habido enfrentamientos armados no cambia de un día para otro porque los dirigentes lo digan. El hacha de guerra se entierra tiempo después, la desconfianza sigue acechando detrás de cada esquina, y en una ciudad donde se reúnen representantes de todos los países enfrentados no puede suceder otra cosa que el que la ciudad se llene de espías de uno y otro bando.
En Los jugadores no hay protagonistas. Y creo que está premeditadamente estudiado. En el final de una guerra no hay vencedores, todos son vencidos, todos han perdido algo. Y nadie lleva la voz cantante porque todos quieren luchar por los restos de migas que quedan en el plato. Del mismo modo, en esta novela no hay un personaje que lleve la voz cantante. Tendremos periodistas, primeros ministros, policías, espías, idealistas. Historias que se suceden y se entrelazan como si nos mostrasen las páginas de un periódico de la época: una narración lo más neutra posible de los sucesos que acontecieron aquellos días.
A pesar de ello es inevitable introducir algunas historias personajes que te haga descubrir un poquito más el alma de aquellos que pisaron las calles de París en aquellos días. Tendremos a una periodista española, Laura Sastre, que no podrá evitar posar su mirada en otro periodista compatriota recién llegado, Gabriel Cortázar. Tendremos también al comisario Retier que debe enfrentarse a una extraña muerte: un hombre atropellado aparece varias horas después de ese accidente cadáver en un portar de la rue du Jardinet, y una pista le hace buscar desesperadamente a un ruso rubio. Y cómo no, la aparición como personajes de Wilson, Churchill, Keynes y Clemenceau.
Es extraño ver cómo hay cosas que no han cambiado tanto en cien años, aunque siempre hay que tratar de ver el lado positivo y ver cuánto hemos avanzado a nivel internacional. Hay muchas, muchísimas cosas que siguen haciéndose muy mal, y precisamente estos días lo estamos viendo. Pero sin las decisiones que tomaron estas personas en 1919 el panorama actual sería muy diferente y mucho más individualista de lo que por desgracia aún lo es.
Título: Los jugadores |
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